Resiliencia (orgullo Blanco 4)

Te regalo

[Capítulo 18]

 

{Daemon}

 

Había follado duro y de manera descontrolada cuando me encontraba en ciclación mixta e hipersexualidad, pero nunca besé estando así. La torpeza con la que esa chica intentaba seguirme el beso solo me puso más porque me encantaba tener el control absoluto de todo. ¡Puta mierda! Estar justo donde estaba y sentirme como sentía era lo mejor de mi maldita maldición, así durara solo un momento, pues en ese instante una mínima cosa me haría viajar de la felicidad completa a la ira y tristeza.

—¡Oh mierda! —Escuché a Alexandre maldecir y sonreí.

Sí, la mierda se estaba desatando.

—Sabes que acabas de meterte en el peor de los problemas ¿no? —inquirí a la mujer que en ese momento le acunaba el rostro.

Sabía que no se esperaba eso de mí, la dejé con la clara intención de no buscarla más, al menos no hasta que despejara un poco mi puta cabeza. Jadeó en busca de aire y gimió cuando volví a besarla con rudeza. Sus labios estaban rojos e hinchados por la brutalidad de mi boca, pero eso solo los hizo más apetecibles para mí. El corazón me iba a mil por hora, la respiración era rápida y todo por la droga que tenía a mi alcance. Nunca probé ningún estupefaciente, pero sabía que en ese instante lucía como un maldito rehabilitado que cayó como el mayor de los perdedores en su más grande adicción. La taquicardia y el acelerón en mi sangre lo confirmaban.

—¡Oh, Dios! ¡Espera! —suplicó cuando quise sacarle la camisa.

Miró hacia un lado y supe que estaba observando a Alexandre.

—Sal de aquí —ordené al tipo que todavía se limpiaba la sangre.

—Joven, no creo que sea buena idea que haga esto con la señorita. Usted tiene una re…

—Yo no he pedido tu opinión. Sal malditamente ya de aquí —espeté con la voz ronca y gruesa.

—Señorita, por favor. Tiene que salir de aquí, él no…

Alexandre era rápido, pero no cuando yo estaba descontrolado. Sentí la mandíbula tensionada cuando llegué a él, todavía intentando contenerme. Me mordí la lengua con fuerza para que el dolor me hiciera reaccionar, no funcionó.

—¡Hijo de puta! ¡Cuando te dé una orden la cumples sin decir ni una sola puta palabra! —bufé con odio, sentí el sabor metálico en mi boca y supe que había lastimado mi lengua, pero no me importó.

Golpeé de nuevo al tipo con la cabeza, pero lo cogí de las solapas de su saco para que no se alejara de mí. Conecté un puñetazo en su rostro y solo en ese momento lo dejé caer al suelo.

—Defiéndete, maldito imbécil —exigí.

Pelear o follar, eso necesitaba y si se iba a estar entrometiendo, pues optaría por relajarme un poco con él con lo primero, antes de hacer lo segundo con la mujer que gritó al ver lo que estaba pasando.

—¡Daemon, por Dios! ¡Para! —suplicó ella, aunque fue inteligente al no acercarse.

Cuando Alexandre se puso de pie volví a llegar a él y con brusquedad lo empotré en la pared, justo en el camino estaba una mesa de decoración y el tipo quedó con la espalda presionada al filo de ella. Su mueca de dolor me hizo saber que no era nada grato estar en esa posición.

—Estás para cuidar mi culo, no para meterte en mis asuntos —espeté.

—¡Váyase de aquí, por favor! ¡Corra! —gritó viendo a la chica y con el antebrazo metido en su cuello lo presioné más a la pared.

El hijo de puta estaba viendo lo que pasaba por meterse y seguía provocándome. Definitivamente no valoraba su vida.

—¡No! —chilló ella y por el rabillo del ojo vi cuando llegó a nuestro lado. Gritó justo en el instante que alcé el puño para conectarlo en la nariz sangrante de Alexandre— ¡Suéltalo, Daemon! —suplicó y puso su mano temblorosa en mi brazo.

Volví a presionar la mandíbula, mi dentista iba a estar feliz conmigo cuando llegara con las muelas destrozadas a su consultorio porque la fuerza que ejercí fue tremenda. Mordí una vez la punta de mi lengua para no gritarle a ella, pero quería hacerlo con toda mi alma oscura por meterse donde no la llamaban.

—No me iré, deja que él se valla —suplicó una vez más. Negué porque no le creí y no la culpaba si quería irse—. No me iré de aquí, te lo prometo, pero suéltalo para que se vaya. ¿Confías en mí? —esa pregunta me sorprendió y aflojé la presión en el cuello de Alexandre.

¿En serio me preguntaba si confiaba en ella? ¿Después todo?

—¿Y tú? —inquirí, sus ojos se agrandaron más de lo que ya estaban al verme la boca y sé que fue porque otra vez me hice sangrar— ¿Confías en mí? —exigí saber, aunque lo hice con tono burlón.

Sabía que en ese momento me temía, pero me quedé sin palabras cuando se recompuso y alzó la barbilla.




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