[Capítulo 20]
{Rahsia}
Desde que supe que los Blanc posiblemente estaban en la ciudad, mi tranquilidad se esfumó y la paranoia volvió como una vieja y tóxica amiga que de verdad me extrañó. Y el hecho de que Daemon estuviese en una crisis no me ayudaba en nada. Quería estar de lleno con él, entregarle mi apoyo y ayuda, tomarlo de la mano y llevarlo de nuevo a la normalidad, mas no podía, pues para eso necesitaba controlarme y estar tranquila y no lo lograría hasta que mis padres estuvieran conmigo y me protegieran como lo hicieron años atrás.
—Lupo irá por ti dentro de dos horas, cariño. Estamos en la casa de siempre —aseguró mamá mientras hablábamos por teléfono.
Desde el momento en que llamé a papá y le mencioné lo que Noara me dijo, hizo su magia y prometió estar conmigo pronto. Aunque admito que no pensé que sería en el mismo día en que todo sucedió.
—Ya quiero verlos —susurré, sintiéndome pequeña e insegura.
Desde que escapamos de Londres los miedos no me atacaban como en ese instante y más tras recibir noticias que nunca en la vida esperé. Esa tarde todo dio un giro de ciento ochenta grados para mí y me puse en una posición que me podía llevar a una muerte segura si no jugaba bien mi juego, si no lograba encajar las piezas en mi Puzzle.
—Falta poco, preciosa. Solo actúa como te hemos enseñado —pidió papá.
—Los quiero, pase lo que pase nunca duden de eso —me obligué a decir y llevé una mano a mi pecho cuando sentí una opresión horrible.
¿Qué iba a hacer? ¡Jesús! ¿En qué me metí?
Corté antes de que dijeran algo y fui a ponerme ropa que cubriera las marcas que Daemon me dejó porque no quería exponerlo a criticas o que se preocuparan por mí sin razón alguna. Sacudí la cabeza mientras caminaba ya que no pude evitar sentirme como una novia sumisa cubriendo a su pareja maltratadora, aunque tenía más que claro que Daemon no era eso y la manera en la que se controló conmigo lo demostró con creces. Se fue molesto al despedirnos, pero incluso así me besó como si no tuviese suficiente de mí y evitó decir algo que me hiriera; sonreí al pensar que se creía un monstruo y me dio tristeza confirmar lo difícil que sería siempre para él verse como el hombre maravilloso que yo veía. No obstante, lo dejé partir así ya que hablarle de lo que me pasaba no sería bueno en su estado y no iba a ser la culpable de llevarlo al abismo. Mi promesa era hacer que caminara hacia la luz, no lo contrario.
Y la mantendría así me costara un infierno, que era lo que mi corazón presentía que se avecinaba.
—¡Carajo! —dije al recordar que dejé en mi coche el móvil personal y el de trabajo, el único que tenía cerca era el que Caleb me dio solo para comunicarme con ellos.
Me puse unos zapatos cómodos y antes de terminar de llenar una mochila con un cambio de ropa, me fui hacia el estacionamiento en busca de los dispositivos. Ya casi sería de noche, una fría en comparación a las anteriores y la piel se me puso chinita cuando entré en contacto con el aire helado obligándome a arrastrar las manos por mis brazos para intentar calmarme.
—¡Oh, demonios! —grité en el momento que dos gaviotas volaron cerca de mí y graznaron de esa manera tan espeluznante.
Por instinto me empotré a la pared del edificio donde se encontraba mi apartamento y cerré los ojos con fuerzas. Vivía cerca de la playa, pero no tanto como para que esas aves se encontraran ahí y menos cuando la noche estaba por entrar. Las lágrimas picaron en mis ojos y respiré profundo tapándome los oídos a la vez.
Las gaviotas volaban y graznaban como locas cada vez que Jean Paul llegaba a la casa de playa en la que nos encerró a mamá y a mí por meses tras cumplir mis catorce años, pues de esa manera se aseguraba de que no intentáramos escapar. Había un ave en especial que se mantenía cerca de las ventanas y siempre que ese mal nacido trataba de tocarme y terminaba violando a mi madre, la maldita gaviota graznaba como si se estuviese riendo. Así que mi trauma con ellas era tremendo, tanto, como para aterrorizarme tal cual en ese instante, ya que con el tiempo asocié a que ellas me avisaban sobre la cercanía de Jean Paul Blanc.
—¿Oye? ¿Estás bien? —Abrí los ojos de golpe al escuchar esa voz.
Un hombre casi de mi edad o la de Daemon se encontraba cerca y me tomó el brazo con suavidad, sus manos estaban tatuadas y sabía que esos tatuajes subían por sus brazos, aunque las mangas largas de su camisa no me dejaran verlos. Noté unos pocos en el cuello, mas no los distinguí ya que me concentré en su rostro de inmediato, una barba oscura perfilaba su mandíbula, era de un tono menos rubio que su cabello. La nariz tenía una pequeña desviación, como si hubiese sido golpeada y fracturada, sus ojos verdes me escaneaban y eso lo obligó a fruncir un poco su ceño.
Era guapo, mucho, aunque el toque de maldad en sus facciones me obligó a apartarme levemente.