Resiliencia (orgullo Blanco 4)

Hora límite

[Capítulo 29]

 

{Demian}

 

Inoha entró al salón campante, vencedora, empoderada. Yo por mi parte, lo único en lo que pensaba era en «¿qué mierdas estaba haciendo?», aunque la seguí. Rony servía de escolta, así que lo llamé y le ordené que cuidara de Danik, así como también que la llevara ahí en el momento indicado, pues debía ubicarla en el punto acordado; el tipo estaba demostrando estar de mi lado y lo conocía de años, siempre fue más fiel a mis mandatos que a los de David. No como Ian, pero ya no podía contar con él.

—Ve por un bastón eléctrico —le dije cuando me percaté de la mirada de Inoha y David.

No debía permitirles seguir desconfiando, así que fingí que solo buscaba algo más para seguirme divirtiendo. Daemon yacía en una silla de madera, con las manos amarradas detrás de la espalda; estar en ese estado tan vulnerable le evitaba que lo golpearan, pero no se salvó de los cubetazos de agua fría que utilizaron para deshacerse de cualquier gel o químico rastreable.

El rastreador en su cuerpo estaba desactivado de momento gracias a un disparo con arma taser.

—Pobre pedazo de mierda, no sé por qué mis nietas han caído en tanta estupidez por ti —espetó David al cogerlo de la barbilla con fuerza y luego soltarlo con brusquedad.

Daemon se quedó con la mirada en el suelo, con un gesto destrozado.

«Bien, sigue así», pensé.

No nos convenía que cayera en las provocaciones de nadie.

—Pregúntale a una, la tienes aquí —recomendé satírico hacia él y Inoha negó con fastidio.

—Ya solo quiero hacerle pagar algunas cositas y de paso, joder a Danik —masculló ella y miró con desdén a su verdadero némesis.

David rio y negó divertido, con eso solo confirmé que en realidad veía a Inoha como su nieta, a Danik en cambio la miraba como un pase directo a su poder y a una venganza peligrosa en contra de Grigoris y Sigilosos.

—Tienes media hora máximo, querida —le recordó mirando el reloj en su muñeca. Vi el mío y activé una alarma—. Cuídenla o me cobro con sus vidas de mierda si le pasa algo —amenazó a los tipos que nos acompañaban y luego salió del salón dándome una palmada en el hombro al pasar a mi lado.

El hijo de puta estaba satisfecho con mi desempeño así como en los viejos tiempos. Llevé las manos hacia atrás y negué, creo que David aceptaba feliz el que su nieta fuese una perra. Inoha ordenó a los tipos que se dieran la vuelta y que por ningún motivo volviesen a ver lo que sucedería.

Hija de puta, sentía más vergüenza yo que ella y eso ya era demasiado de asimilar.

En ese momento me sentía más consciente y vil y no sabía si se debía a todo lo que viví antes de unirme a esas personas o si por el contrario, la convivencia con ellos en realidad me hizo ver y descubrir cosas a las que antes me negué. Y seguía manteniéndome en pie con la idea de que no necesitaba del poder de los White y menos una relación familiar, pero admitía que estar con los Black era estúpido y yo estaba para cosas más grandes y no para seguir de subordinado de nadie.

Madre odio todo de mí, pero sobre todo, que heredara el hambre de liderazgo que caracterizó a uno de los fundadores de Grigori. Ese hecho me condenó con ella de por vida. Imagino que prefería a un fracasado en mi lugar.

—Dicen que a veces para que alguien recupere la memoria es necesario llevarlo a revivir hechos que lo marcaron en demasía y, tengo unas ganas tremendas de llevarte a uno de los momentos más divertidos de nuestras vidas —dijo Inoha hacia Daemon y me sacó de mis pensamientos.

Daemon la miró y ella caminó hacia mí, sonrió con malicia al quedar de frente y acariciar mi pecho. Le daba la espalda a él, mas yo sí lo veía y en ese instante noté un atisbo de ira marcar sus rasgos; les dije que eso podía pasar, les advertí que los alcances de esa maldita eran indescriptibles y que me vería obligado a jugar un papel repugnante para ellos de ser necesario y lo aceptaron. Sin embargo, eso no significaba que minimizaría el dolor y la mirada de ese tipo demostraba que lo que presenciaría, podía desestabilizarlo de verdad.

—Esto es lo que sucedió el mismo día que suplicaste morir o que te borraran los recuerdos —dije, permitiendo que Inoha me sacara la camisa y comenzara a besar mi pecho. Metiéndome en mi papel y ganándome más el odio de ese imbécil.

Hubo un tiempo en el que disfruté de esas caricias que recibía por parte de ella, y no sería hipócrita en admitir que tal vez lo hubiese seguido haciendo si estuviéramos en otro lugar, solos. Porque la verdad era que la rubia follaba de maravilla y yo era un hombre que disfrutaba de un buen coño sin importar el alma podrida de la dueña.

—Follamos frente a ti, la única diferencia es que en esa ocasión tenías una cadena en el cuello, como el perro que eres —recordó Inoha con burla, dándose la vuelta y restregando su trasero en mi entrepierna.




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