Resiliente

9 -

Alejandro Bourdeu.

Alejandro.

Aeropuerto de Nueva York: minutos atrás.

Bajo del avión privado a pasos cortos por las escaleras, acompañado de la chica. El personal del hangar se encarga de bajar las maletas, mientras que ella no se despega de mi brazo para nada.

Hay personas con chalecos reflectores, dando indicaciones con sus varas luminiscentes. A unos cuantos metros, un coche espera por nosotros.

A veces me cuestiono que sigo haciendo con ella, su cabello rojizo tintado no le llega ni siquiera al tono natural de ella. La mujer que tengo a mi lado es hermosa, no lo puedo negar, no obstante, por más que trate de parecerse, jamás llegará a igualarse a ella. Jamás tendrá lo que tiene ella.

—No puedo esperar a saber a dónde me llevarás la próxima vez—murmura—¿Roma? Me encantaría ir a Roma.

Con la sola mención de la ciudad, regreso a mi memoria aquella conversación que tuve con ella, después de una jornada laboral intensa.

«Mis hombros pesaban del cansancio. El largo viaje familiar a Italia había sido espectacular. Todo fue maravilloso, excepto que ella no estuvo conmigo. Un mes de vacaciones familiares sin poder verla abrazarla y besarla. En cuanto el avión tocó tierra, lo primero que hice fue ir a verla. A pesar de estar trabajando, ella tuvo el tiempo para recibirme.

Afuera de su lugar de trabajo, por fin pude estar con ella. Lo primero que hice al verla fue darle un beso. Uno que, admito, me removió todo en mi interior.

—¿Cómo te fue en tu viaje?—preguntó formando esa sonrisa tan linda que tenía.

—Bien, Alemania tiene calles muy lindas pero, pudo haber estado mejor—respondí, posicionando mis manos en su cintura.

Algunas hebras de su hermoso cabello caían sobre su rostro.

—Tienes la dicha de vacacionar un mes en Alemania, y ¿dices que solo estuvo bien, y que pudo haber estado mucho mejor?

—Es que me faltó algo para que fueran unas vacaciones excelentes.

—Lo tienes literalmente todo, ¿Qué te pudo haber faltado?

—Tú.

Fui testigo de cómo sus mejillas se enrojecieron.

Eso me encantaba. Me encantaba hacer que se pusiera roja.

—Lastima que tengo que trabajar—fue todo lo que dijo.

—Algún día te llevaré a conocer Alemania.

—¿Alemania?

—Sí, ¿No te gustaría conocer?

—Me gustaría más conocer Italia.

—Italia es lindo—murmuré, recordando la última vez estuve en Venecia—Algún día te llevaré a conocer Venecia, o Roma

—¡O París!—sugirió con entusiasmo.

—Esa está en Francia, pero sí, algún día te llevaré a París.

Su pequeña risa era lo que más me gustaba de ella.»

—Alejandro—su voz me sacó de mis recuerdos—. Alejandro, te estoy hablando.

—Te escuché

—Okey, ¿Vamos a mi departamento?—recomendó en cuanto llegamos al auto.

El personal ya había guardado su equipaje en el maletero, dejando mis maletas fuera como lo ordene.

—Tengo que ir a casa y después volver, José te llevara a casa—abrí la puerta de la parte trasera.

—Siempre haces lo mismo, ¿Cómo se supone que demostraremos que somos novios si nunca quieres venir conmigo a casa?

—Tengo mucho trabajo, luego nos veremos ¿Vale?

—¿Tengo de otra?

—Te lo compensaré.

—Eso espero, Alejandro—ultimó, subiendo al auto.

Solté el aire que retenía en mis pulmones. En ocasiones, me ha descubierto pensando en ella y eso le molesta. Es difícil mantenerla contenta. Parece una bruja en cuanto esas cosas. Por esa razón se tinto el cabello de rojo, porque sabía que no sacaría de mi mente su imagen, y quiere reemplazarla.

Le pido a uno de los empleados que me llame un taxi, al parecer la lluvia no tardará en caer y no quiero arruinar mi costoso traje de poliéster.

La extraño. Eso no es ninguna novedad.

La mayoría del tiempo me pregunto, si nuestras situaciones fueran diferentes, si las cosas fueran distintas ¿podríamos estar juntos? ¿Podríamos gritarle al mundo nuestro amor? Sé que ella me ama. Sé que ella me extraña. Sé que, de ser posible, no se apartaría de mi lado.

Durante el camino, recibí una llamada de mi hermano, Alonso. La respondí inmediatamente, no porque me entusiasmara hablar con él, no. A mi todo el asunto de la familiar me da igual. Solo respondí, porque sabía que no me dejaría en paz hasta que atendiera.

—¿Dónde estás, Alejandro?

—Hola, Alejandro, ¿Cómo estás?

—Déjate de ridiculeces, sé perfectamente que odias las formalidades—sus palabras salieron secas.

—¿Para qué me llamas, eh?

—Debías estar aquí hace cinco horas, Emiliano llegó solo diciendo que vendieras en el siguiente vuelo.

—Eh, si… yo le dije que te dijera eso—admití.

Me causó gracia escuchar un suspiro a través del teléfono.

—¿Dónde rayos tienes la cabeza?

—Dónde no la tengo ahora mismo, te diré mi querido Alonso, que no donde tu crees, pero si lo quisiera, la tendría entre sus piernas.

Soltó otro suspiro, dejando saber su frustración. El chófer del taxi me miraba por el espejo retrovisor, con una ceja alzada.

—¿Cuándo vas a dejar de ser un prostituto, eh?

Otro detalle familiar que detesto, tooooodos eran unos aburridos. Mis padres, Alonso, Emiliano, Adrián.

Agh.

Se pensaban que solo por el simple hecho de que mi padre es más viejo que Queen, y que la crianza antigua de los tiempos del caldo de su padre, o sea mi abuelo, me van a detener para divertirme todo lo que se me antoje, están muy mal. Al menos, Álvaro es más comprensivo en ese tema, aunque también haya sido un hombre estúpido y virginal hasta el matrimonio al igual que mi padre.

—¿Y ustedes cuándo van a dejar de ser unos abuelitos, aburridos, eh?—rebatí hastiado—Qué ustedes no hayan tenido la inteligencia de disfrutar su soltería, no es mi culpa. Y tampoco me va a detener de vivir la mía al máximo.




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