Enero
Nada más el sol se puso, la discusión comenzó.
—Necesitamos a mil quinientos en la fase de prueba, y no hay más que hablar.
—Eso es completamente imposible, señor, a menos que... —el hombre sentado tras el escritorio miró expectante al trajeado situado en la puerta, apoyado casi sin preocupación. El hombre de la puerta no pudo más que suspirar y continuar hablando— a menos que cambiemos un poco los patrones de búsqueda de los reclutas, y de sus personalidades—. Dijo esto último con la boca chica.
—¿A qué se refiere? —inquirió con algo de desagrado por aquella idea el otro individuo, levantándose de su asiento. Y después inquirió con un tono algo más peligroso— ¿podría explicarse, Iván? —pronunció su nombre con desagrado, como si le repugnaba. Y en verdad era así. No confiaba lo más mínimo en él.
—Me refiero a... quizás... —titubeó el otro— a buscar el mismo número de mujeres que hombres, y de diferentes culturas, hay posibilidades de... —dejó de hablar al ver la expresión de su jefe. Sabía que su superior era un machista de primera categoría, aunque, para quedar mejor el muy hipócrita, intentara ocultarlo, por lo que sabía que no se iba a tomar su propuesta muy bien. El trajeado, que tenía el pelo castaño oscuro (en la penumbra de aquella habitación parecía negro) avanzó un paso hacia delante, separándose de la puerta, intentando con ello disipar el temor que sentía en aquellos instantes.
—Además de... —dijo el otro tipo con un atisbo de furia entremezclado en sus palabras invitando al castaño a continuar. Enfatizó esa intención con un gesto de manos.
Su subordinado accedió a ello.
—En vez de buscar a determinadas personas con determinadas habilidades, características o cualidades, investigar a cada posible Variante por separado para saber si su personalidad y habilidades son, pueden ser útiles —se rectificó.
Su interlocutor le miró haciendo una mueca, sin saber que, al cabo de apenas dos meses, esa propuesta sería aceptada, y que él se encontraría tirado en un callejón, desangrándose.