Karla entró corriendo en su casa. Cerró la puerta de golpe. Se quitó la cazadora, la lanzó a un lado y gritó con la toda la fuerza que pudo:
—¿¡Hola!? —gritó, y miró a su alrededor aterrada. ¿Y si les había pasado algo? Los pensamientos que le habían estado atormentando durante toda la hora de aikido, al igual que en el camino de ida y vuelta volvieron a su cabeza. Que estupidez ir a aikido. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué he ido?
—¿Qué tal todo? —la voz de su hermana Emma la sorprendió. Miró a su derecha, y ahí estaba, en la cocina, cenando. Estaba engullendo una fajita de queso. Cómo no, queso. Su hermana adoraba el queso. Karla se la quedó mirando fijamente. Sin apenas creer que su hermana estaba bien, la tranquilidad invadió su cuerpo. Como mencionado anteriormente, Emma era lo que más le importaba en todo el mundo. La tranquilidad fue momentánea hasta que su hermana dijera que sus padres se acababan de ir a hacer pilates. La mujer que le había dado a luz y criado y su marido no le importaban en un grado tan alto como le importaba su hermana, pero le importaban. ¿Qué podía pasar en esta hora y cuarto que iban a estar fuera de casa? La respuesta era obvia; de todo.
—¿Hace cuánto? —preguntó la ojiverde descalzándose. Dejó sus zapatos en un rincón.
—Hace tres minutos —Emma terminó de cenar y dejó el plato en la fregadera. Más bien, lo tiró. No era de extrañar la cantidad de vajilla que se rompía en casa cada año. Pasó junto a Karla y volvió al salón-comedor cruzando el pasillo. Karla se quedó parada, sin saber cómo reaccionar por lo que le acababa de decir su hermana. Temía por sus padres. Realmente lo hacía. ¿Qué podía hacer?
...
Después de estar mirando sin pestañear el reloj durante largo rato, Karla prestó verdadera atención a aquellas agujas. Eran las ocho y cuarto de la tarde. Solo. Qué hora y cuarto más larga. Dejó de morderse el labio, que ya había empezado a sangrar un poco. Se levantó y se tiró en la cama. Y se quedó mirando el techo. Sin más. Y se quedó así por otro cuarto de hora. La inquietud la estaba matando. Pero no podía hacer nada para evitarlo. No podía llamarles, sus móviles estaban en silencio, seguro. No podía... llamar a la policía, porque sería una absoluta tontería. En todo caso, la policía no era de la mejorcita allí. Tampoco podía ir al centro donde hacían pilates sus padres cada lunes y martes, porque estaba demasiado lejos. Ellos tenían que coger el coche para ir allí, y no había autobuses a esas horas. Karla sabía conducir, pero no tenía coche. Y, además, temía dejar a su hermana sola. Se enfureció al ver que no podía hacer nada. Nada. Nada. Nada. Karla repitió mentalmente aquella palabra. Y se enfureció aún más. Mordió la almohada cabreada.
Al cabo de un rato, bajó a cenar, pero nada más terminar de bajar las escaleras, se dio cuenta de que tenía el estómago en un puño. Así que no cenó. Vio a su hermana en el ordenador, entretenida. Sonrió. Como siempre, Emma estaba en las nubes. Subió de nuevo al piso de arriba.
Quiso hacer algo productivo, y empezó a repasar la tabla periódica. Su objetivo; distraer su mente. Se tenía que aprender los alcalinos, los alcalinotérreos, algunos metales en transición, los boroideos, los carbonoideos, los nitrogenoideos, los anfígenos, los halógenos y los gases nobles. Y al cabo de un cuarto de hora, su cabeza explotó. De nuevo figuradamente. Y siguió sin saber lo que hacer hasta que sus padres regresaron. Después de que lo hicieran, respiró hondo y se relajó por fin. Pero volvió a ponerse en tensión cuando pensó en los mensajes. Al parecer, esos tres mensajes solo eran para demostrar que el que estaba al otro lado tenía el control... de la situación, de la propia Karla. Esos mensajes solo eran un aviso de que el que los escribía estaba al mando de todo, y de que podía utilizar a Karla como quisiera, a su antojo, como una marioneta.
...
Karla tenía por costumbre leer noticias de diferentes fuentes de información, de diferentes periódicos, y en diferentes idiomas. Lo hacía cada noche si no podía dormirse. No había leído mucho cuando se topó con un artículo que le llamó la atención. "El particular intento de mentira rodeando a El Pescador" rezaba en título. En el subtítulo se leía una pequeña introducción a aquel famoso y actual caso de una mujer que había sido acusada del secuestro y abuso de dos niñas. Esa mujer, que se había autoimpuesto su mote, había sido parcialmente exculpada tras no hallar pruebas suficientes de que hubiera cometido tales delitos. Pero su personalidad, según mostraban las noticias, era muy particular. No había sido exculpada de allanar la casa de estas niñas, le habían pillado in fraganti saliendo del pequeño chalet de las niñas y sus padres después de haber abusado de ellas. Había pagado una indemnización y estaba cumpliendo una pena de cuatro años. El artículo hablaba de que El Pescador había cometido otro delito del cual el jurado había sido consciente y los medios de comunicación no, y por eso no era conocido. No se decía cuál era el supuesto delito. El público había estado indeciso respecto de la inocencia de El Pescador. Aquellos hechos habían sucedido cinco meses atrás, y casi todo el mundo parecía estar conforme con la pena impuesta a aquella mujer, así que, según Karla, aquel artículo no venía a cuento. La escritora se llamaba Lucía Adánez. El artículo estaba publicado en un periódico con fuentes poco fiables. No le hizo caso.