Había recorrido kilómetros.
Durante los últimos tres días, Inosuke había abandonado las zonas que ya conocía y se había adentrado en terrenos cada vez más extraños. Las ruinas de la ciudad, aunque devastadas, aún conservaban cierta lógica… pero esto era distinto.
El suelo cambiaba de textura. La vegetación era inexistente. Y las formaciones rocosas tenían formas imposibles, como si hubieran sido talladas por una mano que no entendía las leyes de la gravedad.
Fue entonces cuando lo encontró.
Un valle oculto entre dos montañas rotas, cubierto por una neblina densa que parecía moverse como si respirara. Allí, en el centro, descansaba lo que parecía ser una ciudad antigua, pero no humana. Las construcciones eran curvas, flotantes, extrañamente simétricas. No había puertas, ni ventanas, solo pasajes abiertos y símbolos grabados que vibraban con una energía familiar.
Inosuke sintió un escalofrío.
No sabía por qué, pero sentía que ese lugar lo estaba esperando.
Caminó hasta una plataforma circular en el centro de una plaza destruida. En ella, un artefacto extraño brillaba con una luz verdosa, similar a la que latía en su propio pecho. No sabía qué era, pero su cuerpo reaccionaba. Se acercó con cautela. Su respiración se agitaba.
Al apoyar los dedos sobre la superficie del artefacto, una vibración le recorrió la columna.
Y entonces el mundo cambió.
Un estruendo rasgó el aire, la luz se quebró como vidrio, y frente a él apareció esa figura.
El caballero de la armadura negra… o algo que había sido él.
Ahora era más grande. Más grotesco. La armadura estaba deformada, con bordes afilados y protuberancias óseas que sobresalían como garras. No tenía rostro, pero sus ojos brillaban con una luz roja incandescente. No caminaba, flotaba, con un aura de destrucción tan intensa que la tierra bajo sus pies se resquebrajaba.
Inosuke retrocedió un paso.
Y el mundo tembló.
El monstruo lo atacó sin palabras, sin piedad. Un golpe bastó para lanzarlo metros atrás. Se levantó de inmediato. Su cuerpo, entrenado, respondió. Corrió hacia él. Esquivó. Contraatacó. Usó cada músculo, cada reflejo ganado durante esa semana de soledad.
Pero no era suficiente.
Con cada golpe, con cada esquive, el entorno cambiaba.
Las ruinas giraban, el cielo se oscurecía, y las leyes físicas comenzaban a desmoronarse. El tiempo se deformaba. Todo era… inestable.
Y su mente, también.
De pronto, una imagen irrumpió entre el caos:
Sakura. En una cocina. Cocinando. Riendo.
Inosuke parpadeó. ¿Qué…?
Otro golpe. Cayó. Rodó. Se levantó.
Otra imagen: él mismo, poniéndole un anillo a Sakura. Lloraban de felicidad. Una ceremonia.
—¿Qué es esto…? —murmuró, aturdido.
Más visiones: ellos en un supermercado. Sosteniendo a un bebé. Caminando juntos por una calle iluminada.
Nada de eso había pasado.
Pero se sentía tan real… tan cálido… tan doloroso.
El caballero lo golpeó con brutalidad. Inosuke voló contra una estructura y la rompió con su cuerpo. Tosió sangre. Las visiones seguían… y ahora lloraba. No por el golpe, sino por lo que estaba perdiendo.
Por lo que nunca había tenido.
El poder dentro de él reaccionó.
Una explosión de energía verde brotó de su cuerpo. El monstruo retrocedió unos pasos por primera vez.
Inosuke gritó con furia, con rabia, con amor contenido y con un dolor que no sabía que podía sentir.
Y el mundo se quebró aún más.
El caballero golpeó el suelo con ambas manos. Un abismo se abrió. Inosuke no alcanzó a reaccionar. El borde se vino abajo. Él cayó.
Durante la caída, el aire quemaba. Las piedras giraban a su alrededor como si estuviera atrapado en un vórtice.
Y entonces…
impacto.
Oscuridad.
...
No supo cuánto tiempo pasó.
Despertó con la cabeza palpitando, la boca seca, y la vista borrosa.
Ya no estaba en ruinas.
Ni en una ciudad.
Ni en un mundo que reconociera.
Solo había desierto. Arena hasta donde alcanzaba la vista. Un sol extraño brillaba, pero no calentaba. No había nubes. No había rastro del caballero. Ni del artefacto. Ni de Sakura.
Nada.
Solo él.
Y su resonancia, temblando débilmente en su interior.
Se llevó la mano al pecho.
Seguía latiendo.
Pero no sabía por qué.
Ni cómo.
Ni quién era ahora.
Solo sabía una cosa:
eso no había terminado.
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Editado: 16.04.2025