Resonancia Infinita

Capítulo 6: Donde no debía mirar

Desde que había visto esa puerta, Inosuke no podía dejar de pensar en ella. Estaba segura en un rincón del pasillo, semioculta, siempre entreabierta. No se movía, no emitía sonidos. Pero parecía viva. Como si respirara. Como si supiera que la estaban mirando.

Durante las clases, fingía estar atento. En los recreos, se forzaba a conversar con Gerard, que actuaba como si todo fuera perfectamente normal. Pero el mundo alrededor comenzaba a fallar. Los relojes marcaban la misma hora cada vez que los miraba. Un estudiante repitió la misma broma, palabra por palabra, tres veces ese día. Un profesor saludó a su clase… y luego volvió a hacerlo tres minutos después, como si el primero no hubiera existido.

Todo estaba mal.

Esa noche, mientras caminaban por el patio interior, Inosuke no aguantó más.

—Gerard —dijo con voz firme—, ¿qué hay detrás de esa puerta?

Gerard se detuvo. No respondió al instante. Bajó la mirada por unos segundos, como si buscara las palabras exactas. Cuando alzó la vista, su sonrisa había desaparecido.

—No lo sé —respondió, tranquilo, casi con melancolía—. Tú creaste todo esto, capitán.

Inosuke sintió un golpe en el pecho.

—¿Qué dijiste?

—Lo que escuchaste.

Gerard le dio una palmada en el hombro y volvió a caminar como si nada. No dijo más.

Esa noche no pudo dormir.

Al día siguiente, aprovechando un recreo, Inosuke regresó solo. Nadie parecía notar su ausencia. El pasillo estaba vacío. La puerta seguía ahí. Sin moverse. A la espera.

Apoyó su mano en el marco. Fría. Desconocida.
Y empujó.

El interior no era un cuarto. Era un espacio sin forma. Un vacío blanquecino donde flotaban fragmentos de lugares. Partes de su escuela. Pedazos del desierto. La plataforma antigua. El cielo partido. Todo, como si alguien hubiera armado una sala con retazos de realidades.

En el centro, una figura borrosa flotaba sobre una estructura circular. No hablaba. No se movía. Pero su presencia oprimía el pecho.

Inosuke dio un paso… y el entorno cambió.

Voces llenaron su mente. Algunas suyas. Otras… de nadie.

“Ya has muerto antes.”
“Eres uno entre miles.”
“Tu dolor es reciclado.”
“¿Quieres ver más?”
“¿Quieres saber quién eres?”

Gritó. Pero no salía sonido.

Todo giró violentamente. El espacio se quebró como un vidrio fracturado.

Y entonces cayó.

No sabía de dónde, ni hacia dónde. Solo que caía.

Hasta que una mano lo sujetó antes de golpear el suelo.

La fuerza fue brutal, pero amortiguada. Lo alzaron. Lo sostuvo alguien. Cuando abrió los ojos, jadeando, confundido… lo vio.

Era Gerard.

Pero no con su uniforme escolar.

Ahora llevaba un traje futurista, con placas oscuras y líneas verdes brillantes, similar a la armadura que había visto en su propia versión adulta, pero más limpia, más real. En su espalda llevaba algo parecido a un propulsor inactivo. Su mirada era intensa. En su rostro, el gesto que había olvidado: seriedad. Y propósito.

—Capitán —dijo con voz clara—, por fin lo encontré… es usted, ¿verdad?

Inosuke no respondió.

Solo lo miró. Y por primera vez desde que todo comenzó, no supo si seguía soñando… o si, al fin, estaba despertando.




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