Resonancia Infinita

Capítulo 9: Donde el mundo se pliega

El dispositivo resonante vibró apenas Gerard lo activó. Las coordenadas del nodo estaban alineadas, pero Inosuke no entendía cómo funcionaba. Todo parecía guiado más por instinto que por lógica, como si el universo se plegara cuando alguien con el poder adecuado le pedía paso.

—Aún me cuesta creer que esto sea real —dijo Inosuke mientras la cámara de salto se encendía a su alrededor.

—La mayoría de las cosas reales tampoco se entienden —respondió Gerard—. Solo las vivimos.

La luz los envolvió. El aire se volvió espeso. El mundo se torció.

Y luego, el silencio.

...

El lugar donde cayeron era una ciudad. O lo había sido.

Edificios altos cubiertos de grietas, puentes colapsados, y carteles publicitarios congelados en el tiempo. Algunos autos aún estaban en medio de la calle, oxidados, como si nadie se hubiese atrevido a moverlos después del final.

Todo estaba torcido. Las esquinas se curvaban hacia adentro. Algunos árboles flotaban en el aire. El cielo tenía dos lunas… una fija, otra que parpadeaba.

—Bienvenidos a la realidad treinta y siete —dijo Gerard, ajustándose los guantes—. Antiguamente, Nueva Riga.

Caminaron un rato entre escombros hasta que encontraron algo inesperado: una moto roja, relativamente intacta, estacionada en medio de un estacionamiento colapsado. Tenía un diseño clásico, aunque con detalles modificados que la hacían parecer salida de otra época.

—No puede ser —susurró Gerard, acercándose con emoción—. Es una Korovin R9... edición resistencia.

Se agachó para revisar el motor, con los ojos brillando de entusiasmo. Inosuke lo observó, extrañado por ese cambio repentino de energía. Gerard pasó los dedos por el manillar, casi con reverencia.

—Siempre fui un idiota por las motos —dijo con una sonrisa apagada—. Cuando niño, solía pasar horas armando modelos con piezas de chatarra.

Inosuke no dijo nada. Pero algo en la voz de Gerard cambió.

—Me recuerda a... bueno. No importa.

La sonrisa desapareció. Se levantó y encendió la moto. El motor rugió con fuerza inesperada.

—Vamos. Es más rápido que caminar —dijo, sin mirar atrás.

Inosuke se subió detrás de él. Mientras recorrían la ciudad desierta, la resonancia en su cuerpo comenzaba a responder. Como si el lugar estuviera lleno de ecos. Fragmentos. Voces no pronunciadas.

—¿Quién es Paul? —preguntó de pronto.

Gerard no dudó.

—Paul Sik. Mercenario ruso. Fuerte. Imparable. Se encarga de la fuerza de ataque del equipo… de nuestro equipo. Cuando él despierta… las cosas se mueven.

—¿Es peligroso?

—Solo para los enemigos. Si sigue siendo él… y no un eco.

Avanzaron por las calles hasta una zona más cerrada. Allí, una torre en ruinas proyectaba una sombra azulada. En la base, había una estructura de metal ennegrecido y, sobre ella, un símbolo conocido: la misma marca de resonancia que Inosuke había sentido al destruir al fragmento.

Una voz emergió del aire, débil, distorsionada.

—No confíen en todos los reflejos...
...no todos los Gerard... son Gerard.

Inosuke y Gerard se miraron. El mensaje había sido grabado. Una advertencia. Y estaba firmado con una “P”.

—¿Paul dejó esto?

—Parece que sí —respondió Gerard, con una tensión nueva en la mandíbula—. Pero no entiendo qué significa.

Inosuke no dijo nada. Sus ojos estaban fijos en la torre.

En el último piso, muy lejos, entre sombras… una silueta.

Fuerte. Con barba. Observándolos.

La figura no hizo ningún gesto. Solo se quedó ahí, inmóvil. Como esperando.

—Él está ahí —dijo Inosuke.

Y por primera vez, lo sintió. No miedo. No rabia. Solo certeza.

—Y sabe que venimos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.