El ascenso por la torre fue más difícil de lo esperado. No por la estructura, sino por la energía que vibraba en cada piso. Algo en el ambiente se oponía a su presencia. Las paredes se estrechaban y ensanchaban sin lógica. Las escaleras temblaban. Y el aire, más que moverse, palpitaba.
Gerard lideraba el camino, pero Inosuke sentía que era él quien provocaba las distorsiones. Cada paso resonaba con su pulso, como si su sola existencia deformara la realidad.
—Él está aquí —susurró Gerard, mientras colocaba una mano sobre la empuñadura de su arma—. Lo siento cerca.
Al llegar al último piso, una enorme sala se abría ante ellos. Ventanales rotos dejaban pasar la luz morada del cielo falso. El viento arrastraba ceniza. En el centro, de pie, inmóvil, como una estatua de guerra, estaba Paul Sik.
Alto. Musculoso. Con una barba desordenada. Su cuerpo estaba cubierto con una armadura vieja, de otro mundo, marcada por batalla. Sus ojos eran duros, fríos. Sostenía una enorme lanza de metal fracturado y los observaba sin moverse.
—Paul… —murmuró Gerard—. Hemos venido por ti.
Paul no respondió. Sus ojos estaban fijos en él. Sin emoción. Sin reconocimiento.
—Soy yo. Gerard. Y él… —Gerard miró a Inosuke—, él es el capitán.
Paul alzó la lanza. No en señal de saludo. En desafío.
—Te vi morir —dijo con voz áspera—. Vi a otro Gerard mentirme. Vi cómo me dejaban atrás.
—Ese no era yo —respondió Gerard, levantando ambas manos—. Esta vez es distinto. Esta vez…
—¡Esta vez me matarán de frente!
Y sin más, Paul se lanzó contra él.
La lanza trazó un arco brutal, obligando a Gerard a retroceder. El impacto rompió parte del suelo. Gerard esquivó, respondió con un impulso eléctrico, pero Paul era una fuerza de naturaleza pura: cada golpe suyo era como un sismo. El piso temblaba. Las ventanas se partían.
Inosuke gritó sus nombres, pero no escucharon.
El combate se volvió frenético. Gerard intentaba defenderse sin atacar. Paul gritaba con furia, cegado por el rencor, por las traiciones de otros Gerard, de otras versiones.
Entonces, sin pensarlo, Inosuke dio un paso al frente.
—¡BASTA!
La palabra no fue un grito. Fue un mandato.
El aire colapsó. Una onda de energía verde intensa estalló desde su pecho y se expandió en todas direcciones.
Paul y Gerard fueron lanzados como proyectiles, chocando contra los muros opuestos del salón. El suelo crujió. Las columnas vibraron. Un silencio sepulcral quedó suspendido en el aire.
Inosuke estaba en el centro. Sus ojos brillaban. Su respiración era agitada.
Ni siquiera había tocado su poder.
Pero él había respondido igual.
Gerard se incorporó primero, aturdido. Paul lo hizo con más dificultad, sacudiendo el polvo.
Por un momento, ninguno habló.
Hasta que Paul, desde el suelo, lo miró fijamente.
—Eso sí era el capitán…
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Editado: 29.04.2025