Inosuke caminaba por un pasillo que ya no tenía forma.
El entorno se curvaba a su alrededor como si fuera agua flotando en el vacío. Cada paso que daba lo alejaba más de lo que conocía, y lo acercaba a una presencia que aún no comprendía. A veces, el pasillo se transformaba en los pasillos de su escuela. Otras, en las calles derrumbadas del mundo muerto. Incluso por un instante, creyó estar en su antigua casa, viendo por la ventana una ciudad que ya no existía.
Pero todo era niebla. Un susurro de lo que fue.
O de lo que nunca fue.
La resonancia lo envolvía como una segunda piel. Vibraba con cada pensamiento, con cada recuerdo. Escuchaba voces. Algunas de Gerard. Algunas de Paul. Otras… suyas.
“Estás solo porque así lo elegiste…”
“No debiste regresar…”
“Vas a destruirlo todo… otra vez…”
Hasta que el entorno se congeló.
Una cúpula blanca apareció de pronto. Su interior era vasto, vacío, perfecto. En el centro, una figura lo esperaba. Sentada sobre una losa flotante, con los brazos cruzados y los ojos cerrados.
Era él mismo. Pero no del todo.
La figura abrió los ojos lentamente. Verde intenso.
—Al fin llegaste —dijo su doble, sin moverse—. Tardaste más que la última vez.
—¿Quién eres? —preguntó Inosuke, dando un paso cauteloso.
—Soy quien serás… si no eliges distinto.
La figura le mostró visiones. Trozos de sí mismo liberando la resonancia y destruyendo mundos. Matando. Huyendo. Reiniciando. Vidas que no vivió. Versiones que no recuerda. Cientos de posibilidades… todas con él en el centro.
—¿Por qué…? —susurró Inosuke, ahogado.
—Porque llevas dentro la herramienta. No para proteger. Para alterar. Tu poder no es un don. Es una llave.
—¿Una llave?
—Para abrir… o para borrar.
Inosuke cayó de rodillas. El peso de todo se apilaba sobre su espalda. El miedo. La culpa. La duda. Su reflejo lo observaba sin juicio.
—Tienes dos opciones. Rompe la resonancia aquí… o acepta lo que eres.
Inosuke alzó la cabeza, temblando.
—No quiero destruir nada.
—Entonces aprende a resistir.
Y la cúpula colapsó sobre sí misma.
...
Mientras tanto, en otro fragmento del multiverso, la tierra temblaba.
Paul Sik giró sobre su propio eje, rompiendo el concreto con su lanza improvisada. Gerard, desde un balcón, lanzaba descargas de energía para distraer a su oponente. Pero no era el caballero negro que conocían.
Esta versión era más delgada. Más ágil. Como si fuese… su forma juvenil. Tenía los mismos ojos rojos. La misma armadura negra, pero más ajustada. Como si aún no hubiese crecido del todo. Como si estuviera madurando.
—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó Paul mientras bloqueaba otro ataque con su brazo izquierdo.
—No es él completamente —gritó Gerard—. ¡Es una manifestación! ¡Un eco incompleto!
En medio del combate, una ráfaga cortó el aire. El enemigo retrocedió.
Y entonces apareció una tercera figura, bajando desde una estructura colapsada: un joven de cabellos oscuros, piel trigueña, ojos rasgados. Vestía un traje de escuadra similar al de Gerard, pero más liviano, con una banda azul en el brazo.
—¿Interrumpo algo? —dijo con una sonrisa desafiante.
—¡Gary! —gritó Gerard.
—Por fin los encontré —respondió Gary Lee, apuntando con un bastón retráctil—. Dije que no se podían quedar sin mí, ¿verdad?
El eco del caballero giró hacia él, con sus ojos rojos brillando.
Gary apretó los dientes, bajó el mentón y activó su bastón, que vibró con una luz dorada.
—Vamos a bailar, niño sombra.
...
Mientras tanto, entre dimensiones, Inosuke flotaba envuelto en una tormenta de fragmentos de realidad. Su cuerpo temblaba, casi disolviéndose… pero no se rompía. Apretaba el estabilizador que Gerard le había dado. Sus manos sangraban. Su mente ardía.
Y entonces una voz, desconocida, le habló entre el caos:
—Ya casi despiertas…
...pero no eres el único.
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Editado: 29.04.2025