Resonancia Infinita

Capítulo 17: Ecos que aún respiran

El módulo resonante zumbaba como un corazón metálico.

Paul yacía sobre una camilla improvisada, rodeado de energía estabilizadora. Gerard revisaba los indicadores en silencio. Las heridas del mercenario eran profundas, pero su cuerpo resistía como una montaña herida: firme, aunque erosionada.

Gary calibraba el escáner dimensional. Cada pulso que emitía parecía devolver una señal más débil. Como si las realidades cercanas estuvieran deshaciéndose en capas.

—El tejido se está estirando —dijo, sin levantar la vista—. Si no encontramos un punto de anclaje, esta base también colapsará.

Inosuke se mantenía apartado, sentado en un borde elevado, los ojos cerrados.

Pero no descansaba.

...

En su mente, el tiempo se quebró.

Primero lo vio a él mismo. Pero no en el presente. Estaba en una oficina, con un traje, firmando papeles. Una vida normal. Otra línea. Al fondo, una mujer rubia lo abrazaba por la espalda. Era Sakura. Su versión adulta. Sus ojos eran iguales.

Luego cambió.

Estaba en un campo de batalla. Llevaba una armadura diferente. Gary estaba a su lado, herido. Paul lo cubría mientras Gerard gritaba por refuerzos. Cayeron. Uno por uno. Solo Inosuke quedó en pie, con la misma energía verde brotando de sus manos. Pero no lloraba. Solo observaba.

Otra visión. Más tranquila.

Una cafetería. Inosuke con Gerard, riendo. Gary se acercaba con una bandeja de comida, derramándola por accidente. Sakura atendía el local, con un mandil. Paul entraba, vestido como civil, con un niño pequeño en los brazos.

—¿Qué está pasando…? —murmuró Inosuke, desde dentro de sí mismo.

Y entonces, más rostros. Más versiones.

Gary, siendo ejecutado por un tribunal interdimensional. Gerard, convertido en líder de una rebelión. Paul, encerrado en un mundo sin salida, desfigurándose con el tiempo. Sakura, encerrada tras una pared de cristal, llorando… mientras Inosuke caminaba en la dirección opuesta.

Una voz lo despertó.

—No son sueños. Son fragmentos.

Abrió los ojos. Gary estaba frente a él.

—¿Viste algo? —preguntó.

Inosuke asintió.

—No. Vi todo.

Gary lo observó con atención.

—Esas vidas… no son proyecciones. Son versiones reales. Tal vez fallidas. Tal vez exitosas. Pero cada una forma parte de ti.

—Y de ustedes.

Gary asintió con solemnidad.

—Cada uno de nosotros ha estado contigo en más líneas de las que podemos contar.

Inosuke lo miró.

—¿Y cuántos más faltan?

Gary guardó silencio. Luego, dijo:

—Uno.

Paul se reincorporó desde el fondo de la sala.

—RED.

El nombre cayó como plomo.

—Nunca lo conocí en esta línea —agregó Paul—. Pero en otras... siempre fue el último. El que aparecía cuando todo estaba perdido. La pieza oculta del escuadrón.

Gerard se acercó desde el lado opuesto.

—Acabo de recibir un eco de resonancia. Muy débil. Una señal residual. No es un caballero. Pero tampoco es humana del todo.

Gary levantó la mirada.

—Es él. Tiene que serlo.

Inosuke se levantó.

—¿Dónde?

—Una estructura móvil… entre dimensiones —dijo Gerard—. Una torre flotante.

Prepararon el equipo. Cargaron armas. Sin palabras innecesarias. Ya no eran solo sobrevivientes. Eran lo que quedaba del escuadrón.

...

Horas después, cuando estaban listos para salir, Inosuke se detuvo fuera del refugio. El cielo era una tela oscura rasgada en varios puntos. En el horizonte, torres se alzaban como huesos de un gigante enterrado.

Y entonces… lo vio.

Una figura. Lejana. De pie sobre una torre.

Su postura… era familiar.

La silueta era la suya.

Pero más alta. Más firme. Con una armadura negra, extraña. No hostil… pero tampoco humana.

La figura lo miraba.

Y en ese instante, Inosuke supo que era él mismo.

Adulto.

De otra línea.

De otro tiempo.

Y que esa versión… sabía lo que iba a pasar.

Cuando parpadeó, la figura ya no estaba.

Solo quedaba el viento… y el peso de lo que aún no entendía.




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