No era una torre.
Era una herida en el cielo.
Desde la distancia, parecía flotar, suspendida por cadenas de luz que se desvanecían en la nada. A medida que el escuadrón se aproximaba, el aire se tornaba denso, y los sonidos del mundo desaparecían. La torre no tenía base. No proyectaba sombra. Solo estaba ahí, como un error en la realidad.
—Esto no fue construido —dijo Gary, ajustando su visor—. Fue… recordado.
—¿Qué significa eso? —preguntó Gerard, preparando su rifle de pulso.
—Que no estamos entrando en un lugar. Estamos entrando en una idea.
Paul gruñó. Ya había escuchado suficiente de conceptos extraños.
—Mientras tenga pasillos y enemigos, puedo caminar.
...
El primer paso fue normal.
El segundo… no.
El suelo se curvó. No visualmente, sino en la sensación. Como si su peso no descendiera, sino girara. Las paredes comenzaron a mostrar reflejos deformados: no del escuadrón, sino de otros, versiones antiguas. O futuras.
A la décima escalera, Inosuke sintió que su respiración se doblaba. No jadeaba por esfuerzo… sino por ecos de esfuerzo, como si cada vez que subía, una versión suya ya lo hubiera hecho y dejado su fatiga ahí.
A la decimoquinta, Gerard comenzó a ver frases escritas en los muros. Algunas estaban en su letra. Otras, en voces que había olvidado. Una decía: “Tú le disparaste primero.”
En el piso veinte, Gary desapareció.
Solo por un segundo.
Pero cuando volvió, tenía polvo de otro mundo en la ropa.
—No me pregunten —fue todo lo que dijo.
...
La torre no tenía niveles. Solo sensaciones.
Un corredor parecía durar cinco minutos, pero cuando se giraban, estaban de nuevo en el inicio. Las puertas se abrían a lugares que no tenían techo. En un pasillo angosto, Gerard caminó sobre un océano que se sostenía en vertical.
Enosuke cayó en una sala donde vio a Sakura mirándolo fijamente. Sonreía. Le tendía la mano.
—Te esperé —dijo ella.
Pero cuando la tocó, se volvió ceniza. La sala se disolvió.
En otro espacio, Paul vio a su padre. No como lo recordaba. Sino viejo. Más viejo de lo posible. Lo miraba con vergüenza. Luego, sin hablar, se cortó la garganta con sus propias manos. Paul no gritó. Solo siguió caminando.
Gary entró a un túnel donde todos los muros eran sus propios pensamientos, hablándole en voz alta. Una cacofonía de versiones de sí mismo. Todas le reprochaban por no haber salvado a alguien llamado "Mika".
—¡CIERREN ESA PUERTA! —gritó al salir, empapado de sudor.
...
Pasaron horas. O días. Nadie sabía.
La gravedad cambiaba sin previo aviso. A veces caminaban por el techo. A veces por dentro de sí mismos. Una vez, Paul golpeó a Gerard porque creyó que era una criatura sin rostro. Se disculpó diez veces. Gerard dijo que entendía.
No entendía.
En la antesala del último núcleo, Inosuke sintió algo nuevo.
No miedo.
Ni duda.
Silencio absoluto.
Los muros dejaron de moverse. El entorno, por fin, se estabilizó. Frente a ellos, una puerta sin pomo. Solo una palabra escrita:
RED
La puerta se abrió sola.
Adentro, la sala era perfecta.
Blanca. Circular. Sin fisuras.
En el centro, suspendido por hilos de luz y oscuridad, un sarcófago vertical de cristal. Dentro, un joven.
Piel pálida. Cabellos oscuros. Una cicatriz que le cruzaba la mejilla. Los ojos cerrados. No respiraba… pero vibraba.
El equipo se acercó. Nadie habló.
Inosuke supo lo que debía hacer. Avanzó solo. Colocó una mano sobre el cristal.
La superficie se volvió líquida.
Y RED abrió los ojos.
No gritó. No jadeó. Solo lo miró.
Y dijo, con voz firme:
—Llegaste tarde… otra vez.
Inosuke retrocedió un paso. El corazón le martillaba el pecho.
—¿Nos conoces?
RED asintió.
—En más vidas de las que querría recordar.
El cristal desapareció.
RED cayó de pie. Desnudo, pero cubierto por una energía azul tenue. Paul le lanzó una capa. RED la tomó sin agradecer.
—¿Quién eres realmente? —preguntó Gerard.
RED los miró uno por uno. Finalmente, fijó la vista en Inosuke.
—No soy el fin.
Tampoco el principio.
—¿Entonces?
—Soy lo que quedó cuando tú… decidiste olvidar.
Antes de que nadie pudiera responder, el techo tembló.
Gary alzó el escáner.
—Tenemos compañía.
Inosuke levantó la vista.
Una grieta se abría sobre ellos. Negra. Silenciosa.
Y del otro lado, el caballero verdadero descendía.
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Editado: 29.04.2025