Resonancia Infinita

Capítulo 20: Donde mueren los ecos

El silencio posterior fue peor que el combate.

El suelo aún temblaba bajo los restos de la torre derrumbada. La grieta en el cielo se había cerrado, pero no del todo: una línea oscura, como una cicatriz mal suturada, flotaba sobre ellos, recordándoles que lo que ocurrió no había terminado.

Inosuke estaba de rodillas. Los sables ya no estaban. Pero sus manos aún ardían.
La energía verde, ahora adormecida, seguía latiendo dentro de él, como un corazón adicional, culpable y despierto.

Frente a él, Gerard yacía tendido, cubierto de sudor y sangre. Respiraba.
Pero apenas.

Gary presionaba su pecho con ambos brazos, intentando contener la hemorragia.

Paul, más atrás, apoyado contra una pared rota, tosía sin parar. Su rostro estaba lleno de moretones, su hombro dislocado.

RED, en cambio, solo observaba.

—¿Cómo…? —balbuceó Inosuke, sin poder acercarse—. ¿Cómo pude…?

—No fue un ataque —dijo RED, sin emoción—. Fue una deformación. Una consecuencia.
—¡Yo lo atravesé! —gritó Inosuke—. ¡Con mis manos!

—No. Con tu eco.

Gary se giró hacia RED.

—¿Quieres hablar en idioma humano por una vez?

RED dio un paso adelante, aún sin apartar la vista de Inosuke.

—Lo que vive en él… no es solo energía. Es una raíz que conecta cada posible versión de él mismo. Y esa raíz… ahora sangra.

...

Durante horas, nadie habló más.

Gerard fue estabilizado. Paul ayudó a instalar un refugio de emergencia en lo que quedaba de la torre. Gary selló el perímetro con campos de resonancia artificial.

RED e Inosuke no se movieron.

No dormían. No pensaban. Solo estaban.

Hasta que RED se giró.

—Ven.

Y Inosuke lo siguió.

...

No caminaban por tierra firme. No estaban en la realidad.

RED lo había guiado a través de una fisura: una grieta interna, dentro de la conciencia misma de Inosuke. Allí, todo era blanco y negro. Las líneas del entorno estaban mal dibujadas. Los sonidos eran ecos apagados. Como si el lugar recordara haber sido real, pero no lo fuera más.

Frente a ellos, una escena congelada: Gerard, de rodillas, justo en el momento en que fue atravesado.

—Esto es… —susurró Inosuke.

—La consecuencia —completó RED—. El punto fijo donde nace la culpa.
—¿Por qué me lo muestras?

—Porque esta imagen no se irá hasta que la enfrentes.

Inosuke intentó tocarla. El instante vibró. Y se repitió.

Una.
Otra.
Y otra vez.

La misma escena. El mismo grito. La misma mirada.

—No puedo —murmuró Inosuke—. No puedo más.

—Entonces el caos lo hará por ti.

RED se giró. Su silueta estaba más desgastada, como si cargar con la escena lo afectara también.

—Los caballeros… no son entes externos. Son ecos deformados. No crean nada. Solo devuelven lo que el universo trató de olvidar.

—¿Y yo? —preguntó Inosuke.

RED lo miró con algo parecido a tristeza.

—Tú… eres la grieta.

...

Inosuke despertó con la respiración agitada. El refugio estaba en silencio, pero Gary y Paul se habían acercado.

—¿Estás con nosotros? —preguntó Gary.

Inosuke asintió.

Paul le lanzó una botella de agua.

—No hemos terminado. Pero ahora sabemos a qué nos enfrentamos.

—¿Y qué haremos? —preguntó Inosuke.

Gerard, con voz débil desde una camilla, respondió:

—Nos preparamos.

Gary activó una consola en desuso.

—Hay sectores aún estables en el borde exterior. Podemos entrenar. Desarrollar campos de contención. Afinar nuestras frecuencias.

Paul sonrió, dolorido.

—Vamos a convertir esta grieta… en un arma.

...

Al caer la noche, Inosuke se alejó unos metros del refugio.

Observó el cielo. La cicatriz seguía allí. Vibraba, como una cuerda que alguien afinaba a la distancia.

Y por un segundo, sintió que alguien lo observaba.

Se giró.

No había nadie.

Solo su sombra… proyectada con ojos verdes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.