El tiempo dejó de importar.
En la dimensión creada por RED, no había noche ni día. No había envejecimiento. Solo ciclos de entrenamiento y recuperación, ejecutados con precisión matemática. La estructura flotaba sobre un vacío sin estrellas, sostenida por pilares de resonancia pura.
Ahí, el escuadrón se rehizo.
Paul recuperó su movilidad y, lentamente, llevó su cuerpo más allá de sus límites físicos. Rediseñó su estilo de combate para integrarse con las alteraciones dimensionales. Su fuerza ya no era solo brutalidad: era una pared consciente.
Gerard, aunque aún débil, adaptó su estrategia. Usó sus heridas como catalizador emocional. Su puntería, antes precisa, ahora era quirúrgica. Rediseñó el sistema de coordenadas internas para ubicar puntos ciegos incluso en el campo etéreo.
Gary alcanzó un nuevo nivel. Durante semanas, se aisló en un cubo de pensamiento, extrayendo fragmentos perdidos de su memoria. Recuperó partes de su entrenamiento original, y comenzó a escribir un algoritmo de sincronización para unificar la resonancia de todo el escuadrón.
Y RED… solo observaba. Corrigiendo errores. Ampliando la dimensión de entrenamiento. A veces parecía ser parte del mundo mismo.
...
Inosuke no hablaba mucho.
Pero su evolución era la más visible.
Aprendió a invocar sus sables sin perder el control. A mantener la resonancia verde fluyendo en ciclos constantes. A no desgarrar la realidad… a menos que lo deseara. Cada corte que antes era caótico, ahora era dirección pura. Precisión absoluta.
Pero algo no estaba bien.
Cada vez que cerraba los ojos, veía más versiones de sí mismo. No como visiones, sino como presencias. Caminaban junto a él. Lo miraban entrenar. Le hablaban sin hablar.
En silencio.
En juicio.
...
Un día, después de una sesión de combate con Gerard, Inosuke se sentó al borde del vacío. Las piernas colgando. Las manos apagadas.
La energía dentro de él no quería descanso. Palpitaba como si buscara otra salida. Otro propósito.
Pensó en marcharse.
Solo.
—No puedo… seguir fingiendo que soy parte de esto —murmuró—. Si me quedo, los destruiré.
El pensamiento se solidificó.
Se levantó.
Dio un paso.
Y entonces… apareció el eco.
...
Fue un grito el que lo anunció.
Paul lo sintió primero. RED lo identificó.
—¡Anomalía! —gritó RED— ¡Intrusión no autorizada!
Del núcleo de la dimensión brotó una grieta espontánea, no invocada.
De ella surgió una figura… incompleta.
Era Inosuke.
Pero no.
Su cuerpo estaba distorsionado, como si lo hubieran ensamblado a ciegas. Su rostro vibraba entre emociones. Su voz era muchas.
—Nos… traicionó…
—No es… uno de ellos…
—Mató… matará… mató…
Los sables verdes aparecieron sin energía. Chasqueaban erráticos.
El eco degenerado rugió.
Y atacó.
...
Todo ocurrió en segundos.
Gary trató de contenerlo con un campo de contención, pero fue atravesado. Gerard disparó a la cabeza… y la bala rebotó.
Paul cargó con todo su peso.
—¡¿QUÉ HICISTE, INOSUKE?!
—¡NO FUI YO! —gritó Inosuke, pero nadie lo escuchó.
En su rostro había terror real.
La misma mirada que tenía cuando atravesó a Gerard.
RED dio un paso atrás. No para defenderse.
Para ver si se repetía.
Gary gritó:
—¡NOS TRAICIONÓ DE NUEVO!
Inosuke retrocedió, confundido.
El eco lo imitaba, paso por paso.
—¡NO! ¡NO SOY ESE!
Pero los demás ya no podían diferenciar.
...
Justo cuando Paul preparó su lanza para el golpe final, el eco extendió sus manos.
Y todo colapsó.
Una resonancia inversa estalló.
El suelo desapareció.
Y en un segundo… Inosuke ya no estaba ahí.
...
Despertó… en otra dimensión.
No había suelo. Ni cielo.
Solo estructuras flotantes, hechas de luz congelada y piedra líquida.
Seres sin forma lo observaban. Eran enormes. No tenían ojos, pero lo veían.
No hablaban, pero lo juzgaban.
Eran ecos puros.
Fragmentos de entidades que jamás existieron en la realidad.
Y todos… sabían su nombre.
Inosuke se arrodilló.
Respiró.
Y por primera vez… no entendió nada.
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Editado: 29.04.2025