Gerard permanecía inmóvil. Frente a él, la ciudad parecía contener la respiración. Lo envolvía una calma falsa, como si cada edificio estuviera a punto de cerrarse como una trampa. A pocos metros, la figura que lo observaba no era un enemigo ni un desconocido. Era él mismo, con una mirada firme y una seguridad que le dolía reconocer. Lo que tenía delante no era una simple copia; era una versión refinada, sólida, alguien que había tomado decisiones sin retroceder ni una sola vez. Él, sin errores.
La sensación de asfixia era progresiva. No era el aire lo que fallaba, sino el espacio. El mundo, fragmentado, respondía al encuentro de ambos como si se tratara de un punto crítico. Gerard intentó mover los dedos, confirmar que su cuerpo seguía siendo suyo, pero incluso el peso de su respiración comenzaba a sentirse prestado.
—No lo entiendes aún, ¿verdad? —preguntó su otro yo, sin moverse—. Todo esto es más sencillo de lo que parece. Solo hay que saber cuándo actuar… y cuándo dejar de ser.
El verdadero Gerard frunció el ceño. ¿Cuál de los dos tenía derecho a ese adjetivo? La duda no era nueva, pero se sentía más punzante que nunca.
La figura dio un paso adelante. Sus movimientos eran precisos, mecánicos, sin titubeos. Era como ver una máquina construida a partir de decisiones pasadas, de sueños nunca cumplidos.
—Tú fallaste. Lo hiciste una y otra vez. Te preguntaste si podías salvarlos, si eras suficiente. Y yo… dejé de preguntar.
Gerard levantó su arma sin pensar. El cañón tembló apenas, y lo supo: su versión alternativa ya había notado esa duda. El otro no hizo amago de defenderse. Se limitó a bajar los brazos, exponiendo el pecho.
—¿Vas a matarme? ¿A ti mismo? ¿O a quien se atrevió a seguir?
No respondió. En otro lugar de la ciudad, Gary se aferraba a un muro de luz líquida mientras sus pensamientos colapsaban uno sobre otro. RED intentaba estabilizar el plano, pero cada esfuerzo solo generaba una respuesta inversa. Ilar’eth se encontraba atrapado en una cámara de reflejos, mirando posibilidades tan vastas que comenzaban a borrar su identidad. Kael’Thamir, de rodillas, alternaba entre formas que ya no correspondían a un solo ser. Y en el centro de todo, la figura cristalizada de Inosuke comenzaba a resquebrajarse lentamente, dejando escapar pulsos que desordenaban la memoria de todo el equipo.
Gerard no sabía si lo que sentía era dolor, miedo o pura desorientación. Su reflejo avanzó otro paso. Sus gestos no eran amenazantes, pero cada palabra golpeaba como un eco resonante que trastocaba su percepción.
—Esta ciudad no quiere que peleemos. Quiere que tomes una decisión. ¿Eres tú… o soy yo?
No hubo más tiempo para pensar. El reflejo se abalanzó con una velocidad inhumana, obligándolo a retroceder. El primer impacto fue físico, brutal, pero lo que siguió fue peor: imágenes se filtraban en su mente mientras forcejeaban. Versiones de sí mismo en batallas no libradas, salvando personas que no conocía, enfrentando enemigos que jamás existieron. En una de ellas, veía a Inosuke sangrando entre sus brazos. En otra, lo veía morir por sus manos.
La lucha se intensificó. Ninguno hablaba ahora. El metal chocaba contra superficies que no existían segundos antes, la ciudad parecía reconfigurarse con cada paso, como si el duelo fuera parte de su diseño. Cada golpe que recibía no solo le dolía en el cuerpo, sino también en el alma: cada herida abría una cicatriz que no recordaba haber ganado.
En un descuido, el otro Gerard lo sujetó por el cuello y lo alzó con una sola mano.
—No hay vuelta atrás. Uno de nosotros debe quedar. Y no serás tú.
Gerard soltó su arma, pero no por derrota. Cerró los ojos, respiró hondo… y pensó en todos los que aún estaban allí: Gary, RED, Paul, Kael’Thamir… incluso en Inosuke. Pensó en las decisiones que lo habían traído hasta aquí. Pensó en las veces que dudó… y en las que siguió, aun con miedo. Y entonces, alzó la rodilla y golpeó a su doble con toda la fuerza que le quedaba.
Cayeron juntos al suelo. Rodaron. La ciudad se estremeció. En un último movimiento, Gerard atrapó el cuello del otro con el antebrazo, lo sujetó con fuerza… y cerró los ojos. No quería ver su rostro al desvanecerse. No quería recordar ese momento en ningún plano.
El cuerpo se detuvo. Dejó de resistirse. Y cuando abrió los ojos, no había nadie frente a él. Solo una ligera bruma flotando donde antes había estado su otra versión. Gerard se incorporó, tambaleante, con la respiración agitada.
Y por primera vez… no estaba seguro de haber ganado.
Ni siquiera sabía si seguía siendo él.
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Editado: 22.05.2025