Resonancia Infinita

Capítulo 52: El que no debía despertar

El viento no soplaba, pero las hojas se movían. Era como si el mundo estuviera fingiendo ser real, como si todo lo que los rodeaba imitara lo que alguna vez fue. La ciudad reconstruida era casi perfecta. Los muros, las ventanas, los colores del cielo. Pero faltaba algo. No era silencio. No era ruido. Era una especie de ausencia vibrante. Y en el centro, de pie, con los ojos cerrados y el cuerpo completamente erguido, estaba Inosuke.

Gary no podía moverse. RED no emitía ningún sonido. Ilar’eth parecía detenido en una línea de pensamiento imposible, y Kael’Thamir observaba con una tensión que no podía camuflar ni con su forma cambiante. Gerard, aún sacudiéndose las últimas memorias del enfrentamiento con su reflejo, fue el único que se atrevió a dar un paso adelante. El sonido de su bota sobre el suelo resonó como un disparo en una iglesia vacía.

Inosuke seguía con los ojos cerrados, pero todos lo sintieron. Su presencia pesaba más que la atmósfera. Cada inhalación suya parecía ralentizar el tiempo. Cada exhalación provocaba ligeras vibraciones en el entorno, como si todo el plano estuviera conectado a su cuerpo. Cuando respiraba, las nubes del cielo se contraían. Cuando se detenía, el viento se congelaba. RED trató de emitir un escaneo, pero la señal simplemente rebotaba y desaparecía.

Gary se acercó lentamente, con los labios entreabiertos, como si pronunciara su nombre sin voz. Una emoción profunda lo sacudía por dentro. Inosuke estaba ahí. Su amigo. Su líder. Su razón. Pero algo no cuadraba. Los ojos de Inosuke no se abrían. Su cuerpo no se movía. Y, sin embargo, él sabía que estaban ahí. Los sentía. Los contenía.

Fue Ilar’eth quien rompió el silencio.

—Esto no es un regreso completo. No está entero.

RED, finalmente activo, confirmó.

—Fragmento resonante. Alta densidad de integración. Presencia parcial. Hay otra conciencia conectada en paralelo, pero no está presente aquí.

—¿Entonces es… él?

Kael’Thamir lo miró sin responder. Su forma comenzó a estabilizarse, y su voz emergió como un eco grave.

—Es una parte. Una grieta. Un reflejo que no se ha roto por completo.

Inosuke finalmente abrió los ojos.

No fue dramático. No fue súbito. Fue como si los ojos ya hubieran estado abiertos todo el tiempo y simplemente hubieran recordado cerrarse. Miró directamente a Gary primero. No dijo nada. Luego giró levemente hacia RED, luego hacia Kael’Thamir, Ilar’eth… y finalmente, Gerard.

Su rostro no mostraba odio ni confusión. Era neutro. Como si se tratara de una hoja en blanco recién impresa. Pero detrás de esos ojos… todos lo sintieron.

Había algo más.

Gary se adelantó dos pasos. Tragó saliva.

—Inosuke… ¿eres tú?

El joven lo miró durante largos segundos. Luego asintió. Una vez. Breve.

—Sí.

Su voz era la misma. Su tono, plano. Pero todos supieron que algo no estaba bien. No del todo.

La calma continuó. Nadie se atrevía a presionarlo. Había una tensión flotando que ninguno podía nombrar. RED monitoreaba todas las señales posibles. Nada era estable. Cada palabra de Inosuke desestabilizaba el plano un poco más. Cada gesto atraía fragmentos desconocidos al entorno. El mundo se tambaleaba en una armonía imperfecta.

Y entonces, sin previo aviso, el cielo comenzó a cambiar. Portales se abrieron sin energía, sin estruendo, sin lógica. Solo… aparecieron. Como si el mismo aire se estuviera rajando. Al principio eran pequeños. Apenas visibles. Pero luego crecieron, tragando partes del paisaje, girando como ojos en la niebla.

Uno de ellos se expandió con una violencia que ninguno había sentido jamás.

De él emergió una figura.

Era Inosuke.

Pero no el que tenían frente a ellos.

Este era más alto. Más delgado. Su cabello era más oscuro. Su aura… colapsaba la realidad a su paso. Cada centímetro de su cuerpo irradiaba una fuerza tan antigua como imposible. Sus ojos eran dos pozos infinitos de luz opaca. Su presencia hizo que RED se apagara en seco. Ilar’eth cayó de rodillas. Kael’Thamir retrocedió sin pensar. Gerard no pudo respirar. Y Gary… Gary simplemente lloró.

El Inosuke fragmentado lo miró sin sorpresa.

Como si ya supiera.

El verdadero alzó una mano. No con violencia. No con furia.

Solo pronunció una palabra.

—Mueran.

No fue un grito. Fue una sentencia.

Y en el mismo instante… todos explotaron.

No gritaron. No tuvieron tiempo. Sus cuerpos se deshicieron en millones de fragmentos que no volaron… sino que se esparcieron en silencio absoluto. Como si la realidad misma hubiera decidido descomponerlos sin sonido, sin dolor inicial, sin misericordia. Fueron polvo. Fueron nada.

Y luego, cuando no quedó nada… el verdadero Inosuke habló de nuevo.

—Vuelvan.

Y el dolor comenzó.

No era físico. No era mental. Era todo a la vez. Volver no era resucitar. Era recordar cada partícula desgarrada. Sentir cada célula reconstruida a la fuerza. Cada hueso recompuesto entre gritos no pronunciados. Volver era sentir la muerte en reversa, con todos sus filos, sus grietas, sus desesperaciones.

Gary despertó ahogado en llanto. Gerard gritaba en silencio. Ilar’eth golpeaba el suelo con manos temblorosas. Kael’Thamir se mantenía de pie solo porque su cuerpo aún no sabía cómo caer. RED, reiniciado por la fuerza del comando, susurró con voz distorsionada:

—Confirmación: presencia total. El núcleo ha llegado.

Inosuke, el verdadero, miró a todos.

No dijo nada más.

Y desapareció.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.