Resonancia Infinita

Capítulo 54: La Tercera Voz

El aire no debería moverse en un lugar donde el tiempo no fluye, pero aun así, algo semejante al viento susurraba en aquella dimensión suspendida. Gerard caminaba en silencio, los hombros tensos, como si cada paso no solo lo acercara a su objetivo, sino también al peso insoportable de la verdad.

A su lado, Gary ajustaba sus lentes oscuros con la misma calma metódica de siempre, pero incluso en él, las fracturas eran evidentes. Después de lo ocurrido, después de ser desgarrados y devueltos por la voluntad de Inosuke, la noción de resistencia había cambiado.

El Inosuke que caminaba delante de ellos no era su compañero. No realmente. Era solo un eco, un residuo de resonancia, una proyección incompleta que replicaba sus gestos y su forma, pero que carecía de alma. Lo sabían. Lo habían visto destruirlos con un susurro y devolverles la vida con la misma indiferencia con la que uno parpadea.

El verdadero Inosuke ya no estaba.

Y sin embargo, su eco persistía.

—A veces pienso que seguimos este reflejo porque aceptar su ausencia sería peor —murmuró Gerard, con una amargura que le calaba los huesos.

—Seguimos porque no hay otra opción —respondió Gary—. Porque si ese bastardo regresa, lo hará para romperlo todo. Lo único que podemos hacer es prepararnos para fallar de la manera correcta.

Avanzaban hacia la frontera de la Resonancia, donde la realidad se deshacía en fragmentos de geometrías imposibles. Allí, oculta en los pliegues de lo que una vez fue y no fue, se encontraba su objetivo: una entidad conocida como La Tercera Voz. Un ser que había logrado lo impensable: silenciar su propio eco.

La encontraban no por esperanza, sino por necesidad.

—Nos teme —dijo Gerard—. No a nosotros… sino a lo que representamos.

Gary asintió. Ambos sabían que cada vez que reunían un aliado, cada vez que arrastraban a alguien de vuelta al campo de juego, estaban reforzando la cadena que el verdadero Inosuke había comenzado a forjar. Y sin embargo, seguirían haciéndolo.

La Tercera Voz emergió sin ceremonia, descomponiéndose y recomponiéndose en formas humanas y fallidas. Era todos y ninguno. Era, por un instante, Sakura. Luego, Paul. Finalmente, solo un espejo roto donde el eco de Inosuke se reflejaba con burla.

—Ustedes no entienden —habló con tres tonos, como si disputara su propia existencia—. No se puede luchar contra aquello que ya ocurrió.

—No buscamos ganar —dijo Gary, con la mandíbula apretada—. Buscamos demorar lo inevitable. ¿Te unirás o seguirás escondida en tu burbuja de negación?

La entidad titubeó. No porque dudara de ellos, sino porque comprender la dimensión de su elección era aceptar su propia irrelevancia.

—Muy bien —susurró—. Pero si lo hacemos, consideren esto: yo seré su espejo. No su aliada.

Un acuerdo. No por convicción, sino por la imposibilidad de otra alternativa.

Gerard no sonrió. No podía. Cada victoria se sentía como un clavo más en el ataúd de su antigua humanidad.

—Una menos —dijo, casi sin voz.

—Faltan siete —recordó Gary—. Y el tiempo no es algo que podamos dar por hecho.

El eco de Inosuke los siguió en silencio. Nunca hablaba, nunca intervenía. Solo existía, como una burla persistente. No sabían cuánto resistiría antes de desvanecerse, pero por ahora, era la sombra que los vigilaba.

Cuando el grupo se reagrupó, surgió la pregunta inevitable.

—¿Qué pasará cuando no encontremos más aliados? —preguntó Gerard.

Gary, con su usual brutalidad, lo dijo sin rodeos:

—Entonces buscaremos en donde no deberíamos. Tal vez… en la versión joven del Caballero Negro.

El silencio cayó como un velo denso.

Era una locura. Una paradoja. Pero después de ver a Inosuke borrar y devolver la vida con un gesto, lo improbable había dejado de ser inalcanzable.

Porque si la Resonancia era un eco interminable, tal vez enfrentar a su versión más joven —la que aún no había sucumbido— podría ofrecer una grieta. Un resquicio para cambiar aquello que parecía irreversible.

La idea no era salvar al Caballero Joven. Era utilizar su rechazo al ciclo como un arma.

—Buscar al Caballero Joven —repitió Gerard, masticando la idea con renuencia—. Podría matarnos antes de escucharnos.

—O podría ser la única anomalía lo bastante fuerte para romper este eco —sentenció Gary.

Así quedó sellado el siguiente destino.

El eco de Inosuke permaneció inmóvil, pero en sus ojos vacíos, por un segundo, pareció reflejarse una mueca. No era sonrisa. Era resignación.

Ellos seguirían buscando.

No porque creyeran en la victoria.

Sino porque perder de la manera correcta era todo lo que les quedaba.




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