Resonancia Infinita

Capítulo 55: La paradoja del caballero joven

El espacio era una herida abierta.

Cada paso hacia aquella realidad prohibida no era un avance, sino una perforación en la piel de lo que aún resistía ser real. Gerard, Gary y la silente Tercera Voz atravesaban un corredor que no existía, formado por fracturas en la Resonancia. El eco de Inosuke los seguía, como una sombra sin dueño.

Buscar al Caballero Negro joven no era una estrategia. Era una blasfemia.

La paradoja era evidente: si lograban contactar a la versión no corrompida del Caballero, podrían introducir una variable en el eco interminable de la Resonancia. Pero si fallaban… sería acelerar la caída.

—Este es el peor plan que hemos tenido —murmuró Gerard, con la mirada fija en el vacío.

—Y el único que nos queda —respondió Gary sin apartar la vista de las grietas.

La Tercera Voz no hablaba. Solo flotaba a su lado, mutando su forma en intervalos imperceptibles, como si su existencia misma se resistiera a la coherencia.

El eco de Inosuke caminaba en silencio. Ya no era su compañero. Lo sabían. Era solo una réplica, un susurro atrapado en el tejido de la Resonancia. Pero su presencia les recordaba lo que habían perdido… y lo que estaba en juego.

Finalmente, el corredor se abrió en un horizonte imposible.

Ante ellos se extendía el Punto de Frontera: un espacio donde las realidades colisionaban en un mosaico roto de tiempo y materia. Allí, en algún lugar, latía la presencia del Caballero Negro joven. No como un enemigo, aún, sino como una posibilidad.

—Es extraño —dijo Gerard, con una risa amarga—. Vamos a buscar al reflejo de un reflejo para intentar detener a otro reflejo. Esto ya dejó de tener sentido.

Gary no respondió. La lógica había sido la primera víctima de la Resonancia. Ahora solo quedaban decisiones.

Caminaron entre ruinas de mundos que nunca existieron: edificios que se deshacían en vapor al ser tocados por la luz, árboles que cantaban en idiomas que nadie había inventado, fragmentos de recuerdos ajenos flotando como escombros.

Y entonces lo sintieron.

No fue una presencia.

Fue una ausencia tan densa que desgarraba.

El Caballero Negro joven estaba cerca.

No era la versión monstruosa que conocían. No era la entidad que destrozaba realidades por simple aburrimiento. Este era el umbral, el instante antes de la caída. El eco de una decisión aún no tomada.

—Nos observa —dijo Gary—. Está decidiendo si exterminarnos o escucharnos.

—Que no tarden en matarnos sería un alivio —bromeó Gerard, aunque la rigidez en su cuerpo delataba el miedo.

La Tercera Voz se adelantó. Su forma fluctuó hasta adoptar, por un segundo, el rostro de Inosuke. No como era ahora. No como fue. Sino como podría haber sido.

Ese gesto fue suficiente.

Del horizonte surgió una figura.

Al principio fue solo un trazo en la tela de la realidad, una grieta vertical que se ensanchaba. Luego, fue sombra, y finalmente, cuerpo. El Caballero Negro joven emergió, envuelto en una armadura que aún no conocía la corrupción de la Resonancia.

Sus ojos no eran pozos de vacío como los del Caballero adulto.

Eran espejos grises, cargados de furia y duda.

—No tienen derecho a estar aquí —dijo, y su voz fue como el filo de una espada arrastrada por piedra.

Gerard sintió el peso de esas palabras clavarse en su pecho. Gary dio un paso al frente, sin bajar la guardia.

—No estamos aquí por derecho. Estamos aquí por necesidad.

El Caballero los observó en silencio.

—Su Inosuke ya cruzó la línea, ¿verdad? Ya se ha perdido.

La mención fue un golpe seco. No era una pregunta. Era un hecho.

—Sí —admitió Gerard—. Y por eso estamos aquí. Porque en ti aún queda algo que no ha sido devorado.

La armadura del Caballero crujió con un suspiro metálico. No blandió su arma. No la necesitaba. Su simple presencia deformaba el espacio a su alrededor.

—¿Qué esperan de mí? —preguntó, y en esa pregunta había más resignación que curiosidad.

Gary sostuvo la mirada.

—Que seas la anomalía. Que seas la fractura que impida que este eco lo devore todo.

Por un instante, un solo instante, el Caballero pareció dudar. Fue un destello minúsculo, imperceptible para cualquiera menos para ellos. Una grieta en la máscara de lo inevitable.

Pero la duda fue suficiente.

—No para salvarlo —continuó Gerard—. Para detenerlo. Para romper la repetición.

El Caballero cerró los ojos. Cuando los abrió, su mirada era un abismo en calma.

—Entonces escuchen bien, mortales. Ayudaré, pero no por ustedes. Lo haré porque odio lo que llegaré a ser.

La paradoja estaba completa.

El joven Caballero se unía a la causa no por redención, sino por venganza contra sí mismo.

Gerard exhaló, aliviado y condenado al mismo tiempo.

—Bienvenido al círculo, entonces.

El eco de Inosuke no se movió. Pero en sus ojos vacíos, por un segundo, algo pareció resonar.

Tal vez un reflejo.

Tal vez una advertencia.

Porque aunque la anomalía se había unido, la Resonancia no olvidaba.

Y cada eco, tarde o temprano, reclamaba su deuda.

Ellos sabían que el tiempo se les agotaba.

Pero por ahora, habían ganado un fragmento de esperanza.

Torcida, distorsionada, pero esperanza al fin.

Y eso, en su guerra imposible, era más de lo que podían permitirse desear.




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