El tiempo dejó de tener significado desde que Inosuke deshizo la diferencia entre existir y no existir.
La última vez que lo vieron, mató a todos con una palabra y los devolvió con otra. Luego se fue. Sin aviso. Sin amenaza. Porque no era necesario. Su poder había trascendido el lenguaje de las promesas y las advertencias.
Desde entonces, solo quedó la urgencia.
La coalición que se había formado no era un ejército. Era una colección de anomalías, heridas vivientes de universos que se resistieron a ser parte del eco de Inosuke y sobrevivieron lo suficiente para comprender lo inevitable.
Gerard, Gary, Paul Sik —ya recuperado de sus heridas—, la Tercera Voz, y la versión joven del Caballero Negro encabezaban la marcha. Junto a ellos, entidades reclutadas en viajes multiversales que desafiaban la razón: seres sin nombre, cuerpos hechos de conceptos, voluntades que se negaban a ser reescritas.
El eco de Inosuke, aquel residuo sin alma, no los acompañó.
Desapareció.
Y quizás era mejor así.
Su mera presencia había sido una sombra de la derrota.
Sin embargo, las cicatrices de su paso seguían latentes.
Cada universo visitado era un recordatorio de la magnitud de la amenaza: civilizaciones borradas de la existencia por la indiferencia de un ser que resonaba con la voracidad de una onda expansiva infinita.
Mundos que rehusaron unirse a su causa fueron aniquilados sin compasión.
No por maldad.
No por venganza.
Sino por simple existencia.
Inosuke no conquistaba.
Se expandía.
—Seguimos recogiendo cenizas —escupió Gary, observando los restos de un mundo que una vez fue un mar de cristales cantores—. Y las llamamos aliados.
Paul no respondió. Su cuerpo, endurecido por la brutalidad, ocultaba la rabia. Pero no la anulaba.
El Caballero Joven, silencioso, parecía cargar cada pérdida como un recordatorio personal. Su existencia misma era una paradoja. Una anomalía que caminaba al borde de la corrupción.
—No somos salvadores —dijo Gerard en voz baja—. Solo somos lo que queda.
La Tercera Voz fluctuó en su forma, como si sus palabras fuesen ecos de verdades que no querían ser escuchadas.
La estrategia era desesperada pero precisa: construir una disonancia, una jaula conceptual capaz de encerrar el eco expansivo de Inosuke. Sabían que no lo destruirían. Pero podrían detenerlo, aunque fuera por un instante.
Y en la guerra contra lo inevitable, un instante podía ser todo.
Pero entonces, ocurrió.
El estruendo.
No un sonido.
Una fractura.
El multiverso tembló con la violencia de un impacto que desgarró capas de la realidad como si fuesen papel mojado.
El suelo —si podía llamarse así— se deformó bajo sus pies. El espacio se onduló como agua atrapada en un bucle de resonancia. La luz perdió su sentido, proyectando sombras en direcciones imposibles.
—Eso no era parte del plan —dijo Gerard, con los dientes apretados.
Otro estruendo.
Más profundo.
Más visceral.
La Tercera Voz se deshizo en fragmentos de sí misma por un instante, recomponiéndose con dificultad. Las entidades que los acompañaban vacilaron, sus cuerpos distorsionándose, desfasándose de la sincronía del plano.
Gary no pestañeó.
—Inosuke está peleando.
No fue una suposición.
Fue un hecho.
El multiverso mismo lo gritaba.
—¿Contra qué? —preguntó Paul, su voz baja, como si temiera nombrar al adversario.
Nadie respondió.
Porque sabían que cualquier cosa capaz de resistir a Inosuke merecía más que respeto. Merecía miedo.
Los estruendos continuaron, cada vez más cercanos, cada vez más distorsionados.
El espacio se rasgó a su alrededor en destellos de realidades superpuestas: visiones de mundos en llamas, ciudades sumergidas, cielos invertidos donde sus propios rostros se reflejaban como parodias de lo que podrían llegar a ser.
—Está… cerca —murmuró la Tercera Voz, temblando.
Las fisuras se extendieron, no como rupturas físicas, sino como heridas en la lógica.
Un estruendo final estremeció sus cuerpos hasta el núcleo.
No era el rugido de una explosión.
Era el choque de voluntades opuestas.
De fuerzas que no deberían coexistir.
El Caballero Joven levantó la vista, su expresión endurecida. No pronunció palabra, pero su postura lo decía todo.
Esa batalla era más que un enfrentamiento.
Era una declaración.
La Resonancia vibraba con el eco de la lucha.
Un eco que, sin saberlo, estaba moldeando el desenlace de todas las cosas.
Y aunque la identidad de la entidad que resistía seguía envuelta en el anonimato, en algún punto, en el corazón de esa colisión, los hilos del destino temblaban.
"Lo que el equipo no sabía, lo que no podían saber aún, era que aquella figura que se enfrentaba a Inosuke era la raíz misma de sus recuerdos. Que la joven que caminaba a su lado y el enemigo al que ahora temían eran, en esencia, reflejos de un mismo origen."
Pero esa revelación aguardaría su momento...
Por ahora, el equipo se movilizó.
Porque si Inosuke estaba peleando…
Significaba que, por fin, había encontrado resistencia.
Y esa grieta, ese instante de fragilidad, era suficiente para intentar lo imposible.
Una vez más.
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Editado: 28.05.2025