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Capítulo 3. Dolor interno.
Maydelinne Hanae.
El aire escapa de mi cuerpo, cierro los ojos con fuerza escuchando los pasos torpes acercándose a mí. No me atrevo a mover un solo musculo, abro los ojos tratando de retener las lágrimas y ganas de llorar que me consumen. Miro la puerta de mi habitación cerrada, Dawson está seguro ahí.
Suelto mi mochila dejándola caer al suelo en un golpe seco, parpadeo tratando de ahuyentar las lágrimas. Tomo aire lentamente lista para lo que viene, para las palabras hirientes y los golpes sin medir fuerza. De esas dos cosas lo que más duele son las palabras, el dolor físico se va con el paso de los días pero el pecho no deja de doler.
Siento una presencia detrás de mí y aunque me de terror girar lo hago quedando frente al hombre que ha hecho mi vida un infierno durante un año, las lágrimas caen mi ojos sin poder detenerlas, aprieto la mandíbula tratando de que ningún sonido salga de mis labios.
—Linne, linda, linda, Linne —hago un puchero con mis labios sin poder evitarlo y un pequeño sollozo sale de mi garganta—. ¿Qué haces despierta a esta hora? —las palabras arrastradas confirman lo ahogado en alcohol que se encuentra.
—Y-yo...—carraspeo y suspiro varias veces para poder calmarme, no necesito un ataque ahora mismo.
—Sabes que no me gusta que tartamudez ni que llores.
Levanto la mirada a sus ojos, están rojos e irritados que me hace entrar en pánico inmediatamente.
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Cepillo mi cabello mientras miro las enormes ojeras debajo de mis ojos a través del espejo. No tengo ganas de asistir al colegio pero tengo que hacerlo. Descubro un poco uno de mis hombros encontrándome con un cardenal reciente, producto de hace unas horas. Mi mirada cae en mi cuello solitario, mi collar. Suspiro antes de levantarme y tomar mi mochila junto con las cosas de Dawson, tomo al castaño envuelto en su cobija favorita, salgo de la habitación en completo silencio como siempre. Un cuerpo se encuentra recostado en uno de los sofás y los recuerdos me invaden apresurando mis pasos hasta estar fuera de esas paredes que retienen mis gritos.
Camino, como todas las mañanas hacia el departamento de la única vecina que acepto gustosa a ayudarme sin recibir nada a cambio. Le debo tanto a esta señora, cuando abre le sonrío sinceramente y le paso a Daw que ahora se encuentra despierto, acaricio su cabello con delicadeza.
—No te preocupes niña, yo te cuido, si vuelve a tener fiebre ya misma lo llevo al médico.
Niego rápidamente: —No, ¿cómo cree? Me llama, yo misma lo llevaré al médico. Usted ya hace mucho por ayudarme a cuidarlo, y se lo agradezco —sus ojos verdes me miran con una sonrisa maternal.
—¿Ya desayunaste? —pregunta mientras abre más la puerta—. Preparé panqueques, anda entra, te serviré algunos para que te vayas con fuerzas al colegio—hace un ademan con la cabeza para que entre.
Muerdo mi labio pensativa.
—¿No es mucha molesta? —pregunto avergonzada mientras miro como Daw juega con el cabello rojizo de Anisa.
—Para nada niña, pasa antes de que se enfríen, me salieron muy buenos —sonrío junto con ella adentrándome al departamento, una calidez me envuelve de pronto al estar dentro, tan diferente a donde duermo, allá es más frío que afuera.
Cuando termino de comer beso la mejilla de la mujer que me ha ayudado tanto y del pequeñín que ríe cuando beso todo su rostro. Incluso beso la mejilla del señor Benson, esposo de Anisa. Me despido con una alegría que ha crecido en mi pecho totalmente inexplicable, siento que es una buena mañana, él haber desayunado tan bien en convivencia de dos señores que nos tratan con tanto cariño como si fuésemos sus hijos que llena el corazón.
El camino hacia el instituto es lento, esta vez no me coloco los audífonos, escucho a todas las personas hablar, los autos pasar y los pájaros cantar en medio de todo el escándalo. La sonrisa sigue en mis labios sin permitirme borrarla, olvida todo lo malo, has a un lado las preocupaciones, enfócate en las pequeñas cosas buenas que te da la vida.
Me detengo frente a una flor que crece entre todo el pasto amarillento a causa de no ser regado, la flor se encuentra linda, incluso parece que solo riegan donde ella se encuentra porque brilla, tiene luz propia. Llevo una mano a mi cuello para poder tomar mi collar pero no se encuentra ahí, me han robado lo único que me quedaba de mamá. Hago una mueca y continúo mi camino.
La sonrisa que anteriormente adornaba mi rostro ya no se encuentra pero lucho para volver a ponerla, ajusto las correas de mi mochila antes de adentrarme al colegio, no tengo amigas, no porque nadie se acerque a mí, no vengo al colegio a hacer amistades, solo quiero terminar mis estudios para sacar adelante a Dawson, mi único objetivo es ese. Mis calificaciones son altas, solo basta con que lo escuche para poder memorizarlo. Algo que herede de mi padre.
A la hora del almuerzo nunca suelo ir a la cafería ni comer nada, pero esta vez es una excepción, Anisa me ha hecho un sándwich antes de salir del departamento, le dije que no era necesario pero insistió.
Entro a la cafería ignorando algunas miradas, camino hacia la señora que atiende tras la barra y solo compro un jugo de manzana, mi favorito.
—Gracias —le sonrío antes de tomarlo y alejarme de ahí, salgo caminando directamente hacia el patio trasero, hoy tengo ganas de comer en silencio sin ver a nadie. Alejada de todos me siento sobre un gran tronco viejo dejando de lado mi mochila. Saco mi sándwich para poder comerlo en compañía del silencio.
Me concentro mirando unas flores que no se encuentran muy lejos de aquí, el pasto completamente verde me hace querer acostarme sobre él, un gran árbol no muy lejos da sombra a todo el hermoso lugar y me pregunto porque nadie viene aquí. Sin duda este será mi nuevo escondite. Bebo de mi jugo mientras estiro las piernas sobre el césped. Cuando termino de comer y beber todo solo observo mis zapatos. Tengo dos horas libres después del almuerzo, por lo que planeo quedarme aquí sentada viendo como pasa mi vida frente a mis ojos.