Respírame

38 | Verdades que duelen

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Capítulo 38. Verdades que duelen.

Maydelinne Hanae.

¿Nunca has tenido una pesadilla de la que deseas despertar de inmediato? Que sientes que te falta el aire, que aunque sabes que no es real no puedes aguantar más. Y luchas por salir, luchas por aguantar hasta despertar o tratar de abrir los ojos lo antes posible. Porque estas asustado, te asusta pensar que lo que estás viviendo es verdadero. Te aterra el hecho de que tu pesadilla se vuelva realidad.

La mía no solo había salido de mi cabeza, si no que se había hecho realidad. Mi pesadilla era ser feliz y de repente sin una pizca de sensibilidad… Caer al vacío. Justo como estaba ocurriendo ahora mismo.

Mi vida iba muy bien, ¿pero cuánto me había durado eso? ¿Un mes? ¿Menos? ¿Más? Mi vida siempre había sido una mierda y ahora no era la excepción.

Al mundo le encantaba verme rota.

Llevábamos un mes aproximadamente con Joan, todo estaba absolutamente igual que en el departamento. Me golpeaba cuando se le daba la gana, el hacia lo que quería conmigo. Ya nadie podía detenerlo.

Lo único que le rogaba es que no tocara a Dawson.

A veces, cuando estaba tan cansada de esta maldita vida, tomaba un tenedor y me imaginaba tantas cosas. Cosas de las cuales soy tan cobarde para atreverme a hacerlas. Principalmente porque pensaba en mi niño, ¿él tenía la culpa para quedarse solo? No, no le haría otro daño más.

Cuando salgo de la cocina con el platito de comida de Daw, me detengo al ver a Joan frente a él, todas las alarmas se encienden en mi cabeza, cada una comienza a sonar con luces rojas. Dejo el platito de lado y me acerco a ello tratando de tomarlo en brazos.

—Oye, espérate, estoy hablando con él —veo como lo toma, mi niño lo mira con desconfianza mientras aprieta su peluche. Entiendo esa mirada que le da, nunca lo ha tomado en brazos, lo único que ha visto de este hombre son gritos y golpes—. Voy a hablar con él de hombre a hombre.

—Dámelo Joan—intento acércame para quitárselo sin ser brusca. Aprieto la mandíbula cuando se aleja negando—. Dámelo ahora, no me hagas repetirlo de nuevo.

—Ay, mami se está molestando pequeño —continua alejándose.

—Mami…

—Devuélvemelo por favor.

Una sonrisa se forma en sus labios, odio tanto a este hombre. El asco que le tengo, las ganas de matarlo…

—Tengo más maldito derecho de tener a mi hijo que tú.

Frunzo el ceño por lo que dice y me sigo acercando hasta sacárselo de los brazos. Dawson no tarda en abrazarme como un pequeño koala. Camino a la habitación para encerrarme con él, un brazo me detiene jalándome de nuevo hacia él, hago una mueca por lo fuerte que me aprieta. Miro fijamente esos ojos verdes tan fríos, que tanto odio y que por asares del destino los ha heredado Dawson.

Jalo mi brazo para zafarme pero solo empeoro el asunto cuando me aprieta más fuerte. Un quejido sale de los labios de mi pequeño, bajo la mirada hacia él para darme cuenta que no solo a mí me está sujetando. Su otra mano aprieta la piernita delicada de Daw y con eso basta para que explote.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —me suelto de golpe y lo empujo—. ¡Lo estas lastimando animal! —retrocedo cuando nos suelta a ambos, acaricio la cabecita de mi bebé que se encuentra en mi cuello, aterrado por mis gritos.

Lo miro sonreír de lado como un maldito loco, niego despacio antes de entrar a la habitación y cerrarla con pestillo. Ni en esta habitación me siento segura. Dejo de ser segura desde la primera semana que llegamos aquí. Parpadeo un par de veces para retener las lágrimas.

No quiero llorar, no quiero hacerlo. Porque no se merece mis lágrimas, no se merece absolutamente nada que venga de mí.

Me siento lentamente en la cama con el pequeño castaño en brazos, mi mirada se encuentra en la pared de color negro y eso me recuerda tanto a Devan.

Devan…

Cuanto le he fallado, porque he dejado que alguien más que no sea él me toque. Porque si antes pensaba que yo era muy poca cosa para él… ahora no soy nada. No soy ni siquiera un pétalo de rosa marchito, ni un charco de agua en el desierto. No soy nada. Porque aunque me duela, no lo merezco, él se merece algo más estable que yo. Alguien que no esté rota por dentro.

Miles de pensamientos negativos llegan a mi cabeza sin poder detenerlos.

                
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Abro los ojos al escuchar golpes en la puerta, veo de reojo al pequeño y lo tomo en brazos para llevarlo a la pequeña cuna que se encuentra en la habitación. Beso su frente antes de bostezar y acomodar mi cabello. La habitación se encuentra oscura y eso solo indica que ya es de noche.

Vuelvo a escuchar la puerta y hago una mueca porque sé de quién se trata.

—¿Me vas a dejar dormir en mi maldita cama por las buenas o tengo que tumbar la puerta? —ruedo los ojos mientras busco mi pijama para colocármela antes de que se le ocurra tumbar la puerta—. Sé que estas despierta.

—Ya te escuche—acomodo el suéter con el que acostumbro dormir y volteo a verla puerta. Una pequeña corriente de miedo me recorre el cuerpo completo. Suspiro hondo varias veces tratando no entrar en pánico. Tomo el botecito blanco que se encuentra en el mueble a un lado de la cama. Lo llevo a mis labios e inhalo lento ignorando los nuevos gritos.

Lo dejo de lado y me encamino a la puerta para abrirla rápidamente y volver a la cama. Me envuelvo hasta la cabeza entre las sábanas. Cierro los ojos tratando de volver a dormir. Abrazo una de las almohadas y como todas las noches mi mente divaga en Devan. En que estará haciendo ahora mismo. Si estará buscándome, si me extrañara tanto como yo lo hago.

Voy a darle asco.

Cierro los ojos con fuerza cuando ese pensamiento llega a mi cabeza. Los odio. Odio tanto mis demonios, hacen que me coma el cerebro de tanto pensar y darme asco yo misma.




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