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39. Perdido en los recuerdos.
Maydelinne Hanae.
Llega un momento en el que ya no puedes más, en el que ya no sirve volver a juntar los pedazos de tu alma si volverán a rompértela sin una pizca de sensibilidad.
Llega el momento en el que ya no te quedan lágrimas para llorar, el momento en el que quedas vacía.
No puede estar hablando en serio. ¡No puede estar diciendo eso! Me niego a pensar que mi madre… Había pasado por lo mismo que estoy pasando yo.
Nunca lo vi, nunca escuche nada extraño mientras yo estaba en casa. A decir verdad mi madre casi siempre me mandaba a casa de Anisa porque según estaba ocupada pero… Nunca vi ni siquiera un golpe en su piel. ¿A caso yo no prestaba la suficiente atención? ¡¿Aun sabiendo que era a mí a la que quería me dejo con él?!
Aprieto mis manos con fuerza, la respiración se atasca en mi garganta. Pequeños escalofríos recorren mi cuerpo. Entreabro los labios cuando me hace falta respirar pero el aire no llega a mis pulmones. Doy unos cuantos pasos hacia atrás alejándome del monstruo.
Con las manos temblorosas busco mi inhalador, no tardó mucho en usarlo para dejar atrás el ataque de asma. Recargo mi cuerpo en el pequeño buro tratando de tomar fuerzas.
Siento como una mano aparta el cabello de mi hombro.
—Tu dolor es tan satisfactorio para mí —cierro los ojos con fuerza—. ¿Te duele enterarte qué tu madre se acostaba conmigo voluntariamente?
—N-no, eso es mentira. Ella no… Ella no pudo… Tú abusabas de ella.
Ríe cínicamente contra mi oído: —Claro, yo abusaba de ella. Si así se le dice ahora. Yo sabía que aunque trataba de “protegerte” le encantaba que se lo hiciera.
—¡Cállate! —lo empujo con una de mis manos, lo miro molesta mientras acomodo mejor la sabana—. Deja de hablar así de ella, maldito idiota.
—Oh no, la niñita acaba de insultarme —se aleja unos pasos de mí con una mano en su pecho como si lo hubiese herido—. ¿Sabes lo que me provoca tu comportamiento? —bajo lentamente la mirada cuando su mano también lo hace, lo que veo me provoca arcadas. Desvío rápidamente la mirada hacia otra parte de la habitación—. Claro, hazte la santita Hanae. Si sabes que te encanta…
—¡Ya! ¡Lárgate! —busco mi ropa desesperada de que vuelva a aventarme a la cama para hacerme lo que se le dé la gana. Para romperme otro poquito más.
Cuando encuentro mi ropa camino rápidamente al baño escuchando su risa de fondo.
Devan Keller.
Golpeo el saco una y otra vez con mis puños. Mi pecho sube y baja agitado, quito los mechones de cabello que se pegan a mí frente a causa del sudor con mi antebrazo.
Aprieto la mandíbula golpeando con más fuerza. Hasta quedar tan cansado que no tenga ni fuerzas para pensar en ella.
Que el agotamiento consuma mis pensamientos, que mantenga dormido mis sentimientos. No quiero pensar otro día más en ella y no tenerla aquí conmigo.
Porque he hecho de todo para buscarla pero tal parece que se la ha tragado la tierra, nadie la ha visto. Nadie la vio, como si nunca hubiese existido en mi vida. Solo quedan los recuerdos, los dolorosos recuerdos.
—Hey hermano, más despacio. Vas a hacerte daño —ignoro la advertencia de Zed.
Los recuerdos comienzan a atormentarme lentamente, su sonrisa queda grabada en mi mente, su cabello esparcido por mi almohada luego de hacerle el amor. Su dulce piel pegada a la mía mientras susurro algunas cosas en su oído que la hacen reír y sonrojar. Su risa retumba en mi mente, como si la estuviese escuchando ahora mismo. Mi pecho duele pero no dejo que eso me detenga de sacar mi dolor por medio de los golpes que le doy al saco.
Unos brazos me apartan del saco en contra de mi voluntad, lucho por seguir golpeando el saco mientras los gritos de un molesto Zed se dejan escuchar.
—¡Mierda hermano, basta! ¡Te dije que te calmes Devan! —lo veo mal cuando me empuja lejos del saco, nuestros pechos suben y bajan a causa del forcejeo. Niego despacio y recargo mi frente en la pared tratando de calmarme, tengo ganas de darle un golpe pero no lo haré—. Tal vez no sé cómo te sientes, pero esta no es la manera de sacar el dolor hermano.
—¡¿Entonces cómo?! ¡¿Cómo saco esta maldita mierda?! —volteo de nuevo, siento mis ojos picar y aprieto la mandíbula porque no es momento de mariconerias. No es momento de ser débil.
—No digo que sea malo, solo que no llegues al punto de hacerte daño. Lo haces con una maldita rabia que… Viejo, parece que vas a matar a alguien.
—¡No sé cómo esta! No sé si está bien, si está mal, si ese maldito hijo de puta está haciéndole daño —doy vueltas por el gimnasio mientras jalo mi cabello. Las vendas en mis nudillos se encuentran manchadas de sangre. Distingo un pequeño ardor en ellos—. Voy a matarlo, te juro por Dios que voy a matar a ese maldito con mis propias manos. Si se atrevió a tocarla, Zed… Mierda, voy a volverme malditamente loco.
—Anda, deja de pensar en eso, ve a darte una ducha que apestas horrible.
Frunzo el ceño y volteo a verlo.
—¿Qué mierda?
—Es la verdad, estar tres horas dándole duro al saco no te va hacer oler a rosas.
—Solo tú cambias el tema drásticamente —camino hacia las duchas con el cuerpo adolorido.
—Es para que no te sigas atormentando —niego despacio viendo como junta todo lo que he dejado tirado.
Ya en las duchas me despojo del short y las vendas de mis lastimados nudillos. Cuando el agua fría cae en mi cuerpo lo relaja automáticamente. Un nuevo recuerdo llega a mi mente, la vez que le hice el amor en la ducha. Esa vez que le prometí que no la dejaría nunca.
—No, me haces cosquillas —su risa inunda la ducha y me provoca una sonrisa, continuo dejando besos detrás de su oreja—. Devan, me haces cosquill- ah.
Sonrío sobre su cuello por el pequeño jadeo que le provoco.