Respírame

40 | Hasta el límite

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Capítulo 40. Hasta el límite.

Maydelinne Hanae.

Cepillo mi cabello frente al espejo. Las ojeras debajo de mis ojos me hacen ver diferente, mi piel incluso se mira más pálida. El nuevo golpe en mi mejilla se ha vuelto morado mientras que el de mi labio esta sanando pero los internos siguen ahí. Las heridas internas aun no cierran. Una de mis manos acaricia mi brazo izquierdo donde se encuentran los dedos de Joan pintados en mi piel.

¿Cuándo se va terminar este infierno?

¿Cuándo la cobardía dejara de estar presente? ¿El miedo? Estoy tan harta de esta vida, harta de mí, de no poder hablar, de tenerle miedo a un maldito infeliz que merece estar tras las rejas, que no merece vivir. ¿Cuándo tendré el coraje suficiente para escapar de él, para denunciarlo? Nada justifica su trato, absolutamente nada. Será familiar o no, no tiene el derecho de golpearme y mucho menos de tocarme como lo hace.

Estoy tan harta.

Siento que no queda nada de lo que era antes, la sonrisa que traía en mi rostro hace unos meses se ha esfumado, solo sonrío por Dawson, lo único que me queda en la vida. Elevo las comisuras de mis labios frente al espejo, duele más una risa fingida.

—¡Hanae! ¿Ya me serviste la comida?

Cierro los ojos con fuerza tomando una gran bocanada de aire, justo mi corazón hecho trizas y salgo de la habitación.

Joan se encuentra mirando la televisión en la sala, mientras mi pequeño camina para trasladar sus juguetes lejos de él. Sonrío sinceramente al acercarme y besar su regordeta mejilla. No puedo creer que ya vaya a cumplir dos años.

—Mami, mira —corre por su carrito verde que ha pintado con su crayón rojo—, lo cambie de color —sonríe contento.

Por esas pequeñas sonrisas es que yo vivo en este infierno.

—Wao, es hermoso amor…

—¿Ya me serviste, Hanae? —levanto la mirada cuando me interrumpe, mi sonrisa se borra al ver sus ojos verdes totalmente fríos puestos en mi cuerpo. Sin decir una sola palabra me alejo adentrándome a la cocina.

Mis manos tiemblan levemente. Quiero que esto termine pronto, quiero tantas cosas que se ven inalcanzables, quiero… Quiero a Devan conmigo. Quiero que me abrace y me diga…

—Solecito… Todo va estar bien.

El susurro sale de mis labios sin siquiera poder detenerlo, y como cada vez que pienso en él mi corazón se acelera. Miles de recuerdos pasan por mi mente, sus ojos azules como el cielo se incrustan en mi corazón dolorosamente.

Con mucho esfuerzo comienzo a servirle a Joan, mis manos tiemblan y es difícil lograr mi cometido. Sé que necesito calmarme, que no necesito un ataque de ansiedad ahora mismo. Pero el saber que nunca podría salir de aquí, que Devan ya no va quererme, que le daré asco, puede mucho conmigo.

No quiero esos malditos pensamientos destructivos en mi cabeza.

Quisiera poder respirar el aire fresco y no seguirme ahogando con este aire tóxico.

Llevo el plato hacia la mesa, antes de volver a la cocina los gritos de Joan llena la casa, frunzo el ceño y mis pies me llevan rápidamente hacia la sala, el llanto de mi niño acompaña los gritos del monstruo. Los segundos pasan en cámara lenta, veo una mano elevarse y el aire abandona mi cuerpo.

—¡No te atrevas maldito monstruo!

Sinceramente no sé de donde saque las fuerzas en ese momento, porque el coraje está ahí, fue el detonante de toda esta mierda. Llegue hasta el límite.

—¿Qué mierda te crees, estúpida? —mi empujón no logro moverlo mucho, tampoco me amedrente con su mirada. Estaba harta, ya no soportaba estar un segundo más cerca de esta monstruo, porque no se merecía ser llamado ser humano, ni siquiera animal. Hasta los animales eran mucho más buenos que él. Si eso no se terminaba en ese instante, no podría seguir. Sinceramente mis ganas de vivir se agotaban, no quería dejarlo ver pero así era.

—¿Qué me creo? ¡Me creo lo que soy! Y ya estoy harta de que me trates como se te de la maldita gana.

¿De dónde habían salido esas palabras? No tenía la mayor idea pero me sentía bien conmigo misma. Ya no más.

De reojo veo a Dawson sentado a unos metros de nosotros, abrazando su peluche favorito sin dejar de llorar. Empujo el miedo fuera de mi cuerpo, no lo quiero, no lo necesito. Necesito fuerza, coraje y decisión para lo que haré a continuación.

Si no salimos los dos completamente bien de aquí esta noche… Sé, con todo el dolor del mundo que no habrá otra oportunidad. Que no habrá otra noche, que esta será la última.

El empujón por parte de Joan me saca de mis cavilaciones, mi cuerpo golpea contra el sofá, el suyo no tarda en subírseme encima para poder golpearme. Un grito sale de mis labios cuando siento su mano estamparse contra mi mejilla. Pero no me detengo, no dejo de luchar.

Forcejeo contra él, aventándole patadas y manotazos como puedo.

—Eres una maldita… ¡Ya basta! —sus manos toman con fuerza mis muñecas. Mi pecho sube y baja, lo miro con tanto odio.

—Tú ya basta, no tienes el derecho de tratarme así. ¡No tienes el derecho de tocarme, ni gritarme! ¡Ni mucho menos de privarme de mi libertad! Estoy cansada, harta… Suéltame ahora, no voy a quedarme un maldito segundo más aquí.

Tomo una bocanada de aire cuando termino de hablar, estoy decidida. Mis ojos pican por las lágrimas pero ya no puedo más, no quiero seguir llorando sin hacer nada.

—¿Qué mierda estas diciendo? Vas a quedarte aquí, vas a abrir tus lindas piernas para mí y…

—¡No! —empujo su pecho con mis puños—. ¡No soy tu maldito juguete, basta!

Los forcejeos no se detienen, una opresión crece en mi pecho al sentir sus manos tocar mi cuerpo bruscamente, lo está haciendo de nuevo…




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