Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 32. Mi Niño Valiente

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 32.
Mi Niño Valiente

El pequeño departamento del joven oficial Sear se llenó rápidamente de humo, interrumpiendo de forma repentina la amena conversación que se encontraba sosteniendo. Alarmado, el policía se dirigió rápidamente al horno, giró por completo la perilla del gas para apagarlo, y luego abrió la puerta. Al hacer esto último, una nube de humo más oscuro y denso surgió del interior del horno, prácticamente golpeándolo en la cara.

Cole tosió con fuerza, sintiendo el ardor del humo penetrándole por los ojos y la nariz. Le tomó un par de segundo el lograr recuperarse.

—Oh, Cole —escuchó que pronunciaba con un tono burlón su madre desde la pequeña mesa circular en el centro de la cocina, haciendo que sus mejillas se ruborizaran.

Tomó un trapo a tientas sobre la encimera y con él logró retirar el refractario del horno. Lo que se suponía debía ser un delicioso estofado con papas y queso, ahora parecía un enorme pedazo de carbón negro. Avergonzado, colocó el refractario sobre la cocina y lo contempló en silencio. Usando el mismo trapo que había tomado antes, se comenzó a limpiar su cara y manos; incluso la camisa azul grisáceo de su uniforme había terminado sufriendo parte de dicho estrago, y eso que la acababa de recoger esa mañana de la tintorería. En su cabeza ya estaba escuchando a su teniente reprendiéndolo al día siguiente por no presentarse lo suficientemente impecable a sus labores.

Llevaba apenas un año y medio como oficial de policía, y la mitad de ese tiempo había sido trabajo de oficina y dar vueltas en su patrulla durante las noches. La otra mitad la usaba para otras actividades, relacionadas directa e indirectamente con su trabajo, pero en las que podía hacer mejor uso de sus habilidades únicas. Esperaba que ello lo ayudara a progresar rápidamente, y le diera oportunidad de hacer un mejor uso de dichas habilidades. Y, al menos de momento, todo parecía ir bien encaminado en esa dirección.

Pero esa noche, su única meta era hacer una cena lo suficientemente decente para poder jactarse de ella… pero esa meta se veía ahora bastante lejana.

—Creo que esto no debería de salir tan tostado, ¿cierto? —comentó con tono de broma, volteando a ver a su madre por encima de su hombro.

Lynn Sear se encontraba sentada en una silla, volteada hacia él con una amplia sonrisa divertida. Sus labios se encontraban brillando de un hermoso rosado, y sus mejillas rebosaban con un discreto rubor. Su rizado cabello castaño oscuro se encontraba recogido en una pequeña cola hacia atrás. Sus ojos azules lo miraban con una combinación de burla y compasión, ambos inspirados por su más que evidente fracaso. Usaba un vestido ligero color anaranjado claro sobre su esbelto cuerpo, de cuello alto pero con sus brazos descubiertos.

—¿Tanto tiempo viviendo solo y aún no has aprendido cómo usar bien un horno? —Le cuestionó la mujer de apenas treinta y seis años, esbozando una alegre sonrisa.

—Soy policía, usar un horno no es parte de mis obligaciones —se justició Cole con ironía. Se colocó entonces el trapo sobre su hombro, y pasó a tirar el estofado sin mucha más ceremonia al bote de basura.

—Por eso debes conseguirte pronto una buena esposa que cocine por ti.

—¿En qué año crees que vivimos? —Le respondió entre un par de risas.

Cole se dirigió entonces a su nevera, buscando fugazmente cualquier sobra de alguna comida pasada que pudiera verse lo suficientemente apetitosa para remplazar la imagen que ya se había hecho en su cabeza del estofado; no encontró tal cosa. Optó, al menos en un inicio, por tomar una cerveza.

—¿Qué te hace pensar que si consigo una esposa ella sabrá cocinar mejor que yo? —inquirió el oficial, justo después de destapar su botella y dar un primer trago.

—La sola compañía te vendría bien —declaró la mujer con voz apagada. Giró entonces lentamente su mirada, contemplando fugazmente el pequeño departamento de su hijo, que consistía básicamente en la cocina, la sala, la habitación (que no era de hecho más grande que esa cocina) y un baño—. Es muy triste volver a una casa sola cada noche, ¿no lo crees? El silencio puede ser enloquecedor.

Cole no respondió nada por unos segundos, y entonces volvió a abrir el refrigerador una vez más.

—No estoy solo —señaló con tranquilidad—. Te tengo a ti, mamá.

La mujer en la mesa se viró lentamente hacia él. Su mirada se notaba algo disipada.




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