Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 37. Algo está pasando

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 37.
Algo está pasando

Aquel 25 de mayo de hace cuatro años, fue un día ocupado para Matilda Honey. Desde temprano tenía citas programadas con sus pacientes en su consultorio. Algunos eran niños resplandecientes, mientras que otros necesitaban de ayuda un tanto más convencional. Había un niño de siete años que recientemente había comenzado a escuchar los pensamientos de sus compañeros a modo de palabras sin sentido en su cabeza. Otro más comenzaba a tener presentimientos sobre cosas que ocurrirían, y estos le provocaban cierta obsesión durante todo el día. Y había también una niña que necesitaba usar guantes constantemente, pues en cuanto tenía contacto, aunque fuera mínimo, con alguna persona lograba percibir sentimientos y pensamientos de ésta que la agobiaban intensamente como si fueran propios. Cada uno ocupaba un cuidado particular, mismo que Matilda estaba poco a poco aprendiendo a llevar a cabo.

Un poco antes de que dieran las siete de la tarde, Matilda se encontraba en sesión con Roberta, la niña que lidiaba con su psicometría. Aunque en un inicio la actitud de ésta había sido algo cerrada, con el tiempo había comenzado a abrirse, aunque fuera un poco.

 —Los niños me molestan por mis guantes —murmuraba la pequeña de complexión robusta y de cabellos rizados, estando sentada en el sillón del consultorio de Matilda; ésta se encontraba sentada en un sillón más pequeño, delante de ella—. No entienden porque siempre los llevo a clases… creen que mis manos están deformes y me avergüenzo de ellas.

—Los niños a esa edad se les dificulta entender que sus acciones lastiman a otros —murmuró Matilda cautelosa—. Pero no debes permitir que ello te afecte demasiado, especialmente cuando no es cierto.

—Para usted es fácil decirlo —le respondió secamente—. Usted de seguro era muy popular en la escuela.

—Oh, créeme que no —murmuró con ironía la psiquiatra—. Yo era la niña rara que se la pasaba leyendo libros y no hablaba con nadie. Me molestaban bastante, y también eso me hacía enojar como a ti.

Roberta alzó levemente su rostro, para mirarla con algo de escepticismo.

—¿De verdad?

—¿Crees que mentiría con eso?

—No… ¿y qué hacía cuando eso pasaba?

—Bueno… —Matilda miró un poco al techo, pensando un poco sobre cómo responder.

No sabía si era el enfoque correcto, pero en la poca experiencia que tenía se había dado cuenta de que a muchos niños les gustaba escuchar experiencias reales de otros que eran como ellos. Los hacía sentir menos solos, y les ayudaba a pensar que todo podía mejorar.

—Al principio intenté ignorarlo, pero…

De repente, el sonido característico de su teléfono recibiendo un mensaje sonó abruptamente, interrumpiendo sus palabras. Matida se sintió un poco apenada. Había ido a almorzar un poco tarde, y se le había olvidado ponerlo en silencio después; eran ese tipo de errores de novata que aún en ese entonces cometía.

—Un segundo, Roberta —se disculpó la psiquiatra, y entonces extendió su mano hacia su bolso, que había colocado en el suelo a un lado de su sillón. La intención era ponerlo directamente en silencio como debió haber hecho en un inicio. Sin embargo, dudó en su accionar al ver que el mensaje recibido era precisamente de Carrie White, o más bien del teléfono que ella misma le había dado en los días cuando se conocieron por primera vez.

Hizo memoria rápida, intentando recordar qué fecha era con exactitud, y ésta se le vino a la mente casi de inmediato. Fue eso lo que la convenció de darse unos segundos adicionales y echarle un vistazo al mensaje. Éste era de hecho una foto, de la propia Carrie y tomada por ella misma frente a un espejo. Pero por poco y no la reconocía; se veía totalmente diferente. Su cabello se encontraba peinado y arreglado, su rostro discretamente maquillado, incluso con un sutil brillo labial. Y lo más impresionante fue lo que usaba: un vestido rosa salmón de tirantes, que dejaba sus brazos y sus hombros al descubierto, y que además tenía un lindo escote. Se veía sencillamente hermosa, e incluso sonreía con satisfacción, algo que no había visto en el corto tiempo que llevaba de conocerla. Acompañando a la imagen, venía el texto:

Mi vestido y yo estamos listos

Matilda no pudo evitar sonreír. Nunca había usado un teléfono celular antes, y ahora se estaba tomando una selfie frente a un espejo y mandándola por mensaje; cómo había cambiado en sólo un par de semanas. Esa era la noche del baile del que le había hablado, y realmente se le veía contenta. No tenía ni idea de cómo habría convencido a su madre de que le permitiera asistir, y especialmente con tal vestido. Pero fuera como fuera, en aquel momento a Matilda le pareció que aquello tenía que ser considerado como un gran logro.




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