Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 41. No me detendré

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 41.
No me detendré

Samara supo con antelación que esa mañana de sábado tendría que hablar con otro de los amigos de Matilda. Ésta se lo había mencionado desde incluso antes de que ocurriera todo el incidente de su habitación. Sin embargo, lo que le fue informado de forma un poco repentina, fue el hecho de que Matilda no podría estar presente mientras se realizaba dicha plática, ya que la psiquiatra tendría que salir a encargarse de un asunto rápido con el oficial que la había acompañado el otro día. La idea no le agradó en lo más mínimo. Se puso nerviosa, e incluso se podría decir que se molestó un poco, pero no lo suficiente para exteriorizarlo demasiado.

Aceptó la petición sólo para no molestar a Matilda, especialmente tras los últimos dos malos ratos que la había hecho pasar. Lo que menos deseaba era que también ella quisiera darle la espalda; quizás no había pensado en ello explícitamente, pero algo de ello estaba presente en su decisión.

Esa mañana, faltando unos diez minutos para la hora pactada, los enfermeros fueron a buscarla a su habitación (o más bien su nueva habitación, pues la original de seguro seguía estando inutilizable para esos momentos) y la llevaron a la sala de observaciones en la que se llevaría a cabo dicha plática. El personal del hospital parecía haber superado un poco su repulsión por ella, pero aún seguían hablándole y tratándola con pinzas, temerosos de hacer cualquier cosa que la pudiera perturbar demasiado. Esto de cierta forma le causaba un poco de satisfacción a Samara, pero no por ello la culpa estaba totalmente ausente.

La sala era la misma en la que había estado anteriormente con Matilda y su amigo policía; aún incluso seguían algunas marcas visibles de lo que había ocurrido en aquel entonces. Los enfermeros no entraron, sólo la dejaron en la puerta y pasaron a retirarse lo más pronto posible en cuanto puso un pie en el interior. Sin ninguna indicación previa, supuso que debía sentarse en la silla del centro, como todas las veces anteriores, y así lo hizo.

Se dispuso entonces a esperar la llegada del misterioso invitado de Matilda. No podía siquiera suponer qué era lo que sacaría de todo ello. ¿Este otro amigo sería también alguien con habilidades como la suya?, ¿así como Matilda y el policía? La psiquiatra le había dicho que particularmente le sería de mucha utilizar hablar con este otro amigo sobre lo que podía hacer. ¿Acaso él podía hacer lo mismo que ella? Ciertamente lo dudaba; comenzaba a creer que no existía nadie ni remotamente similar a ella en ese mundo. Bueno, nadie a excepción de quizás…

Las luces del techo parpadearon de pronto. Instintivamente, Samara alzó un poco su rostro en dicha dirección, contemplando fijamente la luz fluorescente sobre su cabeza, tintineando de manera rítmica como si de algún mensaje en clave se tratase. Se sintió por unos momentos extraída en esa luz blanca, en ese prender y apagar constante, tanto que el pasar del tiempo sencillamente se le resbaló del cuerpo como simple agua…

“Con agua… siempre hay agua. A veces siento que me ahogo y no puedo salir.”

Samara se sobresaltó en su silla, como si acabara de despertar de un profundo sueño; sin embargo, en realidad más bien parecía que se hubiera metido en uno. Viró su rostro temerosamente hacia el frente, hacia el espejo doble que dividía ese cuarto del adyacente. El escenario que en él se reflejaba no era el mismo en el que ella se encontraba. Era un lugar extraño, aunque de cierta forma horrendamente familiar. Las paredes  en el reflejo se habían despintado y descarapelado, corroídas por el óxido y el moho. El cuarto era apenas alumbrado por una leve luz parpadeante, pero en su mayoría se encontraba a oscuras. Y claro, el agua: todo el suelo se encontraba cubierto de agua, quizás lo suficiente para llegarle hasta los tobillos. Y aunque aquello era sólo una imagen en el espejo, aun así fue capaz de percibir otras cosas, como si ella misma estuviera en aquel lugar: el aire se había vuelto pesado y húmedo, acompañado de un hedor repugnante que hacía que le doliera la nariz. Todo eso era como una repetición de lo que había ocurrido en su cuarto, con la misma apariencia y sensación. Pero aquello no era lo mismo; esto no lo había provocado ella.

Su atención se centró, casi sin querer, en el centro de aquella escena; el sitio justo en el que debería estar su propio reflejo. Y en efecto ahí estaba, sentada en la silla, en medio de la habitación, con su bata blanca, sus manos sobre sus piernas, y sus largos cabellos negros cayendo al frente y cubriéndole por completo su rostro; sólo que ella no tenía su cabello por completo hacia el frente de esa forma, y sus manos no eran grises, arrugadas y con llagas en la piel.




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