Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 42. Mira lo que hice

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 42.
Mira lo que hice

Mientras todo afuera era un absoluto caos, la verdadera culpable de aquel horro contemplaba su obra desde la sala de seguridad de hospital, con cierto orgullo y satisfacción. Lily Sullivan se encontraba aún sentada delante de la consola, con sus manos apoyadas en ésta. Desde su posición, miraba atentamente a todos los que aparecían y desaparecían de los monitores, aunque en realidad no necesitaba de éstos para poder ver a todas sus víctimas actuales. Pero sí eran una buena guía, como un pequeño mapa para no perderse, pues la cantidad de personas a las que debía alcanzar era mayor a cualquiera que hubiera logrado anteriormente.

Lily creaba horribles visiones en las cabezas de todos esos locos, alterándolos y dejando que sus miedos los consumieran y actuaran en base a ellos. Hacía que vieran a todas las demás personas como horribles criaturas, de piel podrida colgándoles del rostro, dientes amarillentos saltando de sus bocas, y ojos enrojecidos y llenos de pus. La reacción de todos era por supuesto de aversión, terror, y sobre todo de violencia; mucha violencia.

El espectáculo era un real deleite para ella. Tanto caos, tanta confusión, tanto miedo… Se sentía deleitada, e incluso embriagada, por todo ello. Su padre siempre pensó que el miedo era como comida para ella; que se alimentaba de él y la hacía más fuerte. Ella nunca creyó del todo esa afirmación, pero en ese momento se sentía tentada a considerarlo. La sensación que le recorría el cuerpo era exquisita.

De pronto, de entre todos los rostros asustados y confundidos que aparecían en los monitores, uno llamó su atención de manera particular; uno que logró reconocer de inmediato: el de ese odioso detective de Portland que la interrogó y se atrevió a encerrarla en aquel cuarto (con todo y guardia en la puerta). Supo de inmediato que era él, y aquello la tomó ligeramente por sorpresa. ¿Qué hacía ese sujeto ahí?, ¿acaso la estaba buscando? Daba igual, pues sin saberlo se acababa de meter a la cueva del peor lobo que hubiera conocido.

Lily sonrió complacida.

—Vaya, miren a quién tenemos aquí. Mi viejo amigo detective. Justo a tiempo para la diversión…

A su mente vinieron todas las ideas que le habían cruzado por la cabeza para hacer con ese hombre en cuanto tuviera la oportunidad, y ésta al parecer se le estaba presentando delante en bandeja de plata. De seguro su mente cuadrada y simple era incapaz de entender lo que veía, y se estaba preguntando ingenuamente por qué todos estaban actuando como… “locos”. Pues claro, él aún no era capaz de ver nada de lo que ellos veían. Sólo estaba ahí de pie, con su arma en una mano y apenas logrando sostenerla al tiempo que se movía con esas muletas. De seguro deseaba tener un objetivo claro al cual disparar, pues era para lo que mejor servía: para apuntar y luego “¡bang!”. Si eso era lo que él quería, ¿por qué no ayudarle un poco con ello? Eso de seguro lo haría sentir mejor.

—¿A qué le tiene miedo, detective? —susurró, centrando la mayor parte de su atención en ese único individuo.

— — — —

En los pasillos, Vázquez y Cole seguían intentando tranquilizar las cosas, pero parecía no haber ninguna resolución favorable. Todo era una horrible batalla campal de todos contra todos. Las caras eran arañadas, las cabezas estrelladas contra las paredes, e incluso las manos, brazos o cuellos eran mordidos como acto de desesperada defensa. Vázquez, debido a su condición, era el que más difícil la tenía, pero su obstinación era mucho más poderosa que su limitación física.

De pronto, el detective de Portland se detuvo abruptamente sin que Cole lo notara en un inicio. Miraba perplejo a la multitud de personas delante de él, pues su apariencia comenzaba a cambiar, poco a poco, con cada parpadeo que daba. Los rostros de los pacientes y enfermeros por igual se iban demacrando, hasta dejar en su lugar sólo pellejos colgantes adheridos a sus cráneos. El detective retrocedió, atónito. En un segundo, todos esos horribles rostros se viraron hacia él al mismo tiempo, y uno a uno comenzaron a acercársele.

—¡Atrás! —Les gritó con fuerza, alzando su arma hacia ellos—. ¡No se me acerquen!

Vázquez retrocedió asustado, pisando torpemente con sus muletas y cayendo al suelo; su tobillo lastimado le dolió intensamente, pero no realizó exclamación alguna. Todos sus sentidos estaban centrados en esos rostros de mejillas y ojos hundidos, pieles cenizas, y dentaduras manchadas y con faltantes. Esos rostros, todos ellos eran parecidos; todos eran el rostro de…




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