Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 52.
Una leal sierva
La noche anterior, el avión de Ann Thorn aterrizó en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan, en Washington D. C., justo al mismo tiempo que en Eola se desataba todo aquel caos de la mano de Leena Klammer y Lily Sullivan. ¿El motivo oficial de su viaje?, negocios, por supuesto; no sabía con exactitud cuáles, pero dejó gente en Chicago que se encargaría de afinar esos detalles y tapar los hoyos. ¿El motivo real del viaje?, el único de importancia real en esos momentos: Damien y su nueva renuencia, por no llamarla rebeldía.
A la mañana siguiente de su llegada, irremediablemente se enteraría de lo ocurrido en Oregón, y aquella noticia no haría más que provocarle un dolor más de cabeza, como si le encajaran un clavo oxidado en el centro de la frente. Para esos momentos todo el país buscaba a esa tal Leena y a las dos niñas que, supuestamente, llevaba con ella contra su voluntad. Y lo peor era que Ann sabía perfectamente hacia dónde se dirigían, y que potencialmente podrían arrastrar toda esa atención indeseada hacia Damien, y por consiguiente hacia todos ellos. ¿Y todo ese riesgo para qué?, ¿por un mero capricho? ¿Cómo era posible que su querido sobrino no se diera cuenta de que se estaba metiendo en algo tan peligroso y estúpido? Le preocupaba, y a la vez decepcionaba, su actitud.
Pero no podía estresarse por cada nueva noticia que le llegara al respecto. Estaba ahí justamente para intentar encontrar una forma de arreglar todo ese horrible desastre, después de todo; aunque los medios le resultaran molestos.
Muy temprano esa mañana, un elegante BMV gris oscuro la recogió en las puertas de su hotel y la llevó directo al lugar pactado de su reunión. Le acompañaban en el vehículo el chofer y dos hombres de seguridad; no de su seguridad, sino de la persona con la que se iba a reunir. Había hecho ese viaje totalmente sola, sin guardaespaldas ni asistentes. Se suponía que todos eran aliados, Discípulos de la Guardia, parte de la misma Hermandad. Aún así, Ann se sorprendió a sí misma sintiéndose hasta cierto punto indefensa y expuesta, rodeada de personas en las que no confiaba del todo.
Grandiosa Hermandad la que tenían.
El vehículo se estacionó justo delante de la Iglesia Católica de San Patricio, y uno de los hombres que la acompañaban le abrió la puerta. Ann bajó del vehículo, no sin antes agradecer las atenciones. Los dos hombres de seguridad la acompañaron hacia el interior de la iglesia, mientras el chofer daba la vuelta. A pesar de todo, Ann caminaba con un porte firme y seguro, sin perder ni un momento el balance sobre sus tacones, y luciendo un hermoso vestido y abrigo negro, bastante recatados y acordes con el sitio al que se dirigía. Pero eso sí: sus labios estaban pintados de ese rojo intenso que tanto la caracterizaba, casi combinando con las puertas de aquel recinto.
Una vez dentro de la capilla, sus dos acompañantes se quedaron en la entrada, mientras ella avanzó hacia la cuarta fila, sentándose en una de la bancas de madera de la derecha. Enderezó su espalda, colocó su cartera sobre sus piernas y aguardó. El sitio se encontraba totalmente solo, y en un silencio demasiado profundo, incluso para ser una iglesia. De hecho, para ser una iglesia católica, le pareció que el lugar era algo pequeño, y su altar un tanto modesto, pero supuso que cumplía su cometido; cualquiera que ese fuera. Años atrás, se hubiera reído de la ironía de hacer una reunión como esa justo en un sitio así; ahora el hecho le resultaba un tanto indiferente.
Como esperaba, la persona que iría a ver la hizo a esperar más de la cuenta, quizás en un burdo intento de hacerse el interesante o demostrar cierta superioridad sobre ella. Pero al final apareció, ingresando por las mismas puertas que ella. Avanzó con su paso firme por el pasillo al centro de las bancas, y siguió de largo tras pasar a lado de su fila. Se paró frente al altar e hizo con su mano la señal de la persignación. Ann se preguntó a quién intentaba impresionar con eso, si eran los únicos ahí. O, ¿era acaso algún tipo de burla hacia el Nazareno que los veía desde aquella cruz de piedra en el altar?; quizás.
Una vez que terminó, se giró de regreso sin voltear a verla, pero ella sí lo vio a él. Cada vez que se reunía con John Lyons, éste le parecía más viejo. Su cabello, o lo que quedaba de él, era totalmente blanco y corto, como la barba de candado perfectamente arreglada que adornaba su rostro pálido y anciano. Era un hombre de complexión gruesa y fuerte a pesar de su edad, y lo demostraba en su paso firme y seguro. Vestía un muy elegante traje color azul, con camisa blanca y corbata roja; un porte bastante republicano.
Aunque tenía la apariencia de poder ser el abuelito bonachón y anticuado de cualquiera (o quizás vendedor de pollos fritos), ese hombre era uno de los Apóstoles de más alto rango y poder dentro de la Hermandad, además del superior directo e Ann; uno de los últimos miembros con vida de la antigua Aquelarre que los había precedido hace ya bastantes años. Era alguien que imponía respeto y miedo entre los demás Discípulos de la Guardia… pero no tanto en Ann. Pocas personas o cosas la intimidaban, y John Lyons no era una de ellas. Aun así, respetaba las jerarquías, así como el poder y la experiencia que el viejo asesor político y corredor de bolsas ostentaba; no hubiera tenido que recurrir a él si no fuera así.