Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 54.
Pagar por los pecados de otros

A la mañana siguiente en Anniston, Dan Torrance despertó un tanto confundido al no reconocer al principio en dónde se encontraba. Afortunadamente los recuerdos vinieron rápidamente a él, y pudo reconocer la sala de los Stone. Había pasado la noche en el sillón. Para cuando logró sacar a su sobrina Abra de su hibernación y terminó la obligada conversación posterior, ya era tarde para tomar carretera hacia Frazier. David Stone le ofreció amablemente que se quedara, aunque quizás hubiera sido buena idea consultarlo primero con su esposa, pues el rostro de Lucy no pareció reflejar gozo ante la idea. De todas formas, al final secundó la propuesta de su marido, quizás como parte de esa obligada cordialidad que debía existir entre ellos, o como un medio de tranquilidad por si volvía a ocurrir algo con Abra; Dan aceptó principalmente por este último motivo.

Lo que más preocupaba a Dan y a los señores Stone, ya no eran tanto el desmayo de Abra, o el ataque indirecto que pudo haber estado involucrado. Ahora lo que los tenía inquietos era lo obsesionada que estaba la joven tras haber despertado de aquel episodio. Quería saber quiénes eran Jane y Matilda, quién atacó a aquella mujer, por qué le pedía ayuda, y cómo podía ayudarle exactamente. Pero aquello no era del agrado de los tres adultos más importantes de su vida, especialmente de su madre.

—¿No fue suficiente la angustia que nos causaste hace cinco años? —soltó molesta Lucy, cuando los cuatro estuvieron sentados en la isla de la cocina discutiendo lo sucedido esa madrugada; el Dr. Dalton se había ido minutos antes—. ¿Ahora te quieres involucrar de nuevo en algo como esto? Te desmayaste y no reaccionabas. ¿Tienes idea de lo asustados que nos tenías?

—¿Me estás culpando de lo de hace cinco años? —Soltó Abra, ofendida y por supuesto molesta—. ¿Crees que yo pedí que esos malditos demonios vinieran por mí?

—Pues hasta dónde entiendo, tú te metiste con ellos primero y los atrajiste a ti. Y ahora quieres hacer exactamente lo mismo. ¿Qué acaso no aprendiste nada de todo eso? Ya no tienes doce años, Abra.

—Exacto, ya no tengo doce años, ¡así que deja de tratarme como tal! Sé que preferirías que no tuviera estos poderes y que no pudiera hacer todo esto. Pero los tengo, y hago cosas extraordinarias con ellos. ¡Aunque te asuste!

—Tranquilas, por favor —intervino David inseguro, intentando ponerse entre las miradas penetrantes como hierro hirviendo de su esposa e hija—. Creo que ha sido una noche larga y hay que ir a descansar, ¿no creen?

Y así lo hicieron, dejando la conversación ahí, aunque Dan estaba seguro de que Lucy y David debieron de seguir discutiendo durante al menos una hora más en su habitación.

Abra era una chica lista, quizás la más lista que conocía. Estaba seguro de que ella comprendía, aunque fuera en el fondo, que su madre sólo se preocupaba por ella. Lo que ocurrió hace cinco años con aquellos asesinos de niños que se hacían llamar el Nudo Verdadero, y como estaban dispuestos a cazarla para alimentarse de su Resplandor como lo habían hecho con tantos antes… no era fácil de entender o de olvidar para cualquier padre. El mundo ya era un lugar bastante peligroso como para sumarle peligros como esos rondando en las esquinas. Pero su sobrina, para bien o para mal, seguía dando esas muestras de ira inherente a los Torrance, de la cual incluso la propia Lucy poseía un poco. A Dan le seguía preocupando un poco aquello, pues temía que esa ira mal encaminada, además en manos de alguien tan poderoso como Abra, pudiera llevarla por caminos muy oscuros; y el alcoholismo, también inherente a su familia, podría no ser el peor de ellos.

Aún algo adormilado, se levantó del sillón y se encaminó a la cocina. Creía ser el primero en despertarse, pero se sorprendió al encontrarse con David sentado en una de las sillas de la isla, con una taza de café en un amano y su tableta colocada delante de él. Cuando sintió su presencia, alzó su mirada de la tableta y le sonrió escuetamente.

—Buenos días, Dan. Hay café caliente en la jarra si gustas.

—Gracias. Te aceptaré un poco.

—¿Dormiste bien? —le cuestionó el señor Stone, mientras Daniel se servía café en una taza blanca con un dibujo de Orlando en su costado—. Espero que el sillón no haya sido demasiado incómodo.

—No quieres saber los sitios “incómodos” en los que me ha tocado dormir —le respondió Dan con ironía—. Yo espero no haberte causado demasiados problemas con Lucy por dejarme dormir aquí.

—Claro que no, ella estaba encantada de que te quedaras. —Su voz no sonaba para nada convincente, y él mismo se dio cuenta de ello—. No pienses mal de ella. Sólo está asustada y preocupada por Abra.

—Lo sé. Y supongo que de cierta forma me culpa a mí de todo esto, ¿no? —David lo miró un tanto perplejo—. Por esto, por lo de hace cinco años, y por lo que pasó entre su madre y mi padre.

Dan se dio cuenta de que quizás estaba hablando de más sin darse cuenta. La cocina de su media hermana no era el sitio adecuado para ventilar esos temas, y especialmente con el esposo de ésta. David vaciló un poco, y pareció querer darle algún tipo de respuesta que simplemente no terminaba de formarse. Y antes de que lo lograra, ambos notaron como la figura de Lucy se aparecía en el umbral de la cocina. Como dos niños descubiertos a mitad de una travesura, ambos se congelaron en sus respectivas posiciones, y voltearon a verla expectantes. Lucy los miró de regreso con expresión estoica y calmada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.