Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 56. Se viene una batalla

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 56.
Se viene una batalla

El amplio patio de la residencia Sinclair se encontraba casi lleno de personas alegres, bebiendo y comiendo entre risas y platicas. Ya estaba atardeciendo, y en aquel pequeño y hermoso suburbio de Washington D. C. se podía apreciar un bello cielo de matices anaranjados y azules, como las pinceladas de una obra de arte. Las personas reunidas eran todas adultas, hombres y mujeres, la mayoría de mínimo treinta; vecinos, amigos, y personajes importantes a los que se tenía sí o sí que invitar a esa pequeña reunión improvisada. Habían dejado a sus hijos con las niñeras, las abuelas o los hermanos mayores, para poder desprenderse unas cuantas horas de sus labores y poder asistir a una de las famosas parrilladas de Lucas Sinclair. Ésta en particular no tenía ningún tema o motivo en especial detrás. Simplemente se había dado por sí sola, entre conversaciones y sugerencias surgidas por mera casualidad.

El anfitrión de la fiesta se encontraba en esos momentos justo enfrente de la parrilla, volteando las jugosas hamburguesas preparadas por él mismo. Lucas Sinclair era un hombre afroamericano a la mitad de sus cuarentas, alto y delgado, de cabello negro muy corto y rizado. Usaba un delantal negro con unas letras blancas en el centro que narraban la clásica frase “Kiss the cook” o “Besa al cocinero.”

—Sale una más, muy jugosa y grande —pronunció con fuerza el señor Sinclair, mientras  retiraba una de las hamburguesas redonda de la parrilla y la colocaba sobre dos bollos colocados sobre un plato a su lado—. ¿Quién la quiere?

—Yo te la acepto —pronunció de inmediato un hombre robusto de cabello canoso, alzando su mano y acercándose apresurado con su plato vacío.

—Hey, Teo, ya llevas tres; no creas que no te vi —pronunció con tono jocoso un hombre más atrás, señalándolo con su cerveza a la mitad. Los que estaban cerca de él rieron divertidos, y el hombre robusto se ruborizó un tanto apenado.

—Claro que no, apenas es la segunda —le susurró a su anfitrión como si intentara realmente convencerlo de ello. Lucas sólo se encogió de hombros y le pasó el plato con la hamburguesa y los bollos. Una mitad ya tenía mayonesa y la otra mostaza, y sólo quedaba que el comensal la preparara a su gusto. Éste pasó por los diferentes ingredientes colocados sobre una larga barra, colocándole lechuga, tomate, pepinillos, mucha cátsup, y queso; pasó de largo la cebolla.

Una vez que tuvo la hamburguesa preparada justo como le gustaba, Teo, o mejor dicho Teodoro Carman, senador actual por Texas, tomó la hamburguesa con una mano y le dio una profunda mordida. La degustó felizmente por un rato, incluso cerrando los ojos y soltando unos pequeños gemidos de placer. Lucas, de regreso frente a la parrilla, sólo lo miró sobre su hombro, sonriendo más que nada por lo sobre exagerado que sonaba su reacción.

—Es la tercera mejor hamburguesa que he comido, Lucas —declaró el senador Carman, una vez que terminó de tragar su primer bocado.

—La tercera mejor, vaya honor —pronunció Lucas un tanto irónico.

—Créeme que lo es. Estás hablando con alguien que posiblemente ha comido un tipo diferente de hamburguesa en cada condado de este país, de costa a costa.

—Un buen eslogan para cuando quieras postularte a la silla grande —bromeó Lucas, y alzó entonces una mano, simulando como si viera una marquesina en el cielo—. Teodoro Carman, conoce tus hamburguesas mejor que tú.

Ambos hombres rieron divertidos por la jocosa broma.

—Hablo en serio —señaló el senador por Texas—. ¿Cuál es el secreto? ¿Así preparan todas las hamburguesas en Indiana?

—Oh, nada de eso —respondió Lucas acompañado de una risa ligera—. Mi compatriota, la senadora Steel, podrá confirmarlo.

—Lo confirmo —pronunció desde la mesa central del patio la senadora por Indiana Sally Steel, una mujer de anteojos, con cabellos rojizos y lacios, alzando su vaso de refresco para hacerse notar—. Nunca había probado algo así antes.

Varios de los presentes parecieron concordar con tal afirmación, y alzaron sus bebidas en salud de su anfitrión. Todo ello no hizo más que despertar aún más la curiosidad del senador Carman.

—¿Qué les haces de diferente?, dime —le insistió casi como una súplica. Lucas, sin embargo, se prestó un poco indiferente a la petición, y en su lugar continuó con su labor volteando las carnes y retirándolas cuando consideraba que estaban ya en su punto adecuado.

—Lo siento, es secreto familiar —se adelantó a responder Norma Sinclair, una mujer de color alta y de cabello oscuro corto, con un peinado bastante a lo Michelle Obama. Acababa de salir de la casa por la puerta del patio, cargando entre sus manos un recipiente con más verdura, pasando justo a un lado de la parrilla y de los dos hombres que conversaban—. Ni a mí me lo dice —añadió con un tono juguetón, inclinándose para darle un sutil beso en su mejilla a su marido, antes de seguir su camino hacia la barra.

—Eso no es verdad —respondió Lucas con algo de molestia fingida—; de hecho me sacó el secreto desde la primera cita —añadió terminando su comentario con un rápido guiño de su ojo izquierdo.

Norma respondió a esto con un chistido, y poco después le sacó la lengua de forma juguetona. Lucas sólo se encogió de hombros y continuó con lo suyo. Sin embargo, el senador seguía de pie a su lado y era claro que no lo iba a dejar pasar. Un tanto resignado, decidió complacerlo, aunque fuera un poco.




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