Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 63. Una pequeña bendición

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 63.
Una pequeña bendición

El viaje rápido que Ann le había comentado a Verónica en su última llamada, comenzó prácticamente al instante de haberle colgado. Su avión aterrizó pasado el mediodía, hora de Zúrich. Había sido un vuelo bastante incómodo para ella. Y no sólo por las insufribles ocho horas que tomó desde New York, sino porque hacía tiempo que no viajaba en clase turística, con personas tan… comunes; en su mayoría gente enojada y escandalosa, sobre todo niños. Ni siquiera la habían dejado dormir más de un par de horas.

«¿En qué momento te volviste tan quisquillosa, querida Ann?» se decía a sí misma estando sentada en el pequeño asiento F de la fila 15. «Es sorprendente lo rápido que alguien se acostumbraba a la buena vida».

Porque efectivamente, no siempre había sido la directora millonaria que era ahora; por supuesto que no. Sus orígenes eran mucho más bajos de lo que la mayoría creía. Si la prensa especializada supiera de dónde venía realmente, ciertamente eso sería todo un espectáculo. Aunque ella sabía que primero la matarían o la harían desaparecer, antes de dejar que esa verdad saliera a la luz.

Dejando eso de lado y con respecto al viaje en cuestión, dada la situación era mejor hacerlo de esa forma. No podía hacer uso de ninguno de los medios usuales de Ann Thorn para ese viaje. Eso incluía su tarjeta corporativa y personal, sus millas de viajero frecuente, sus boletos de cortesía, sus puntos de Club Premier, o cualquier otra cosa remotamente similar a eso. Todo tendría que ser pagado de sus fondos secretos, de esos que estaba segura todo miembro de alto rango de la Hermandad tenía para diferentes fines, pero nadie aceptaría abiertamente.

Para todos en Thorn Industries, y a quien le pudiera importar dentro de la Hermandad, ella se había subido a un avión a Londres para atender negocios en la sede central de Thorn en Inglaterra. Se las había arreglado para ocultar bien su rastro y que todo se viera legítimo; incluso su nombre venía incluido entre los pasajeros de ese otro vuelo, y estaba registrado que en efecto había subido a él. Igual ya tenía también comprado su boleto para dentro de seis horas de Zúrich a Londres, y así poder hacer acto de presencia allá antes de que a alguien se le ocurriera hacer averiguaciones de más. Es por ello que su tiempo en Zúrich era limitado, y tenía que moverse rápidamente. Igual el asunto que la había llevado ahí era bastante puntual, y no deseaba dedicarle ni un segundo más del necesario.

Contrató un servicio de trasporte privado en el aeropuerto para que la llevara a su destino, la esperara afuera con todo y su maleta, y la llevara de regreso al aeropuerto en cuanto terminara. Quizás a lo mucho se tomaría unos minutos para comer algo, pero poco más. Una vez en el vehículo, más allá de dar esas instrucciones, no pronunció palabra alguna, ni siquiera como respuesta al par de intentos de su chofer temporal por sacarle un  poco de plática. Llegaron después de treinta minutos al lugar deseado: un alto y hermoso edificio del Banco Cantonal de Zúrich, con grandes ventanales que reflejaban el cielo azul y despejado de esos momentos.

—Estaciónese y espéreme; no tardo —le indicó Ann al chofer, resumiendo de esa forma tan tajante las instrucciones de antes. El hombre al volante sólo le respondió con un gesto de afirmación con su mano, y entonces la mujer se bajó apresurada del vehículo, solamente con un maleta de mano amplia que colgaba de su hombro con una correa.

Hasta ese punto lo importante era parecer una turista cualquiera en un viaje exprés, sin nada que la hiciera resaltar más de lo debido. Pero de las puertas de cristal de ese edificio en adelante, tendría que tomar otra actitud; una más jovial para empezar, aunque fuera un poco. Por suerte tenía facilidad para pasar de un estado de ánimo a otro conforme le fuera necesario. Así que mientras caminaba hacia las puertas, con su atuendo ejecutivo gris oscuro y tacones negros, se arregló un poco su cabello con los dedos, dándole un estilo natural pero elegante, y dibujó en sus labios esa sonrisa que la hacía salir seguido en las listas de las ejecutivas más poderosas y hermosas de los Estados Unidos, y que esperaba nadie en Zúrich reconociera. Por si acaso, se había dejado puestos unos lentes con tinte oscuros para disimular aunque fuera un poco su apariencia.

Al entrar, se anunció en atención al cliente como Martina Ricci. Los boletos de avión, la reservación del transporte, la cita en el banco y la cuenta que tenía abierta ahí, todo ello estaba a ese nombre. Era una identidad falsa que había usado ya hace mucho, y de la que sólo Lyons y ella tenían conocimiento, pero dudaba de que el primero siquiera la recordara. En el banco ya la esperaba un ejecutivo de nombre Ronnie Shrift, por lo que no tardó mucho en ser atendida.

Signora Ricci, benvenuta —le saludó Ronnie Shrift con un fluido italiano, aunque con un acento difícil de ignorar. Amable de su parte el recibirla en italiano, pues por supuesto Martina Ricci era italiana. Y, técnicamente, Ann igualmente lo era, pero de aquello hacía tanto que prácticamente le parecía un sueño lejano—. La estábamos esperando. ¿Tuvo un buen viaje?

—Bastante cómodo, gracias —le respondió Ann con una fría sonrisa.

—¿Gusta que le traiga algo de beber? ¿Un café, quizás?

—Un café estaría bien. Pero quisiera primero pasar a mi caja de seguridad, sino es mucha molestia. Como les indique en mi mensaje, me urge sacar algo de ella cuanto antes, y tengo poco tiempo.




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