Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 64. Santa Engracia

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 64.
Santa Engracia

Todo se llevó a cabo tal y como Lyons se lo había indicado, y Ann no opuso ninguna resistencia o reclamo. Llegó al Hospital de San Engracia en Marsala bajo el nombre de Martina Ricci; esa sería la primera vez que lo usaría, aunque ciertamente no la última. El viejo edificio parecía más un convento que un hospital, atendido principalmente por monjas jóvenes, un par de padres y algunos doctores externos. Aun así, era bastante bonito y bien conservado. Se encontraba sobre una colina con una hermosa vista al azulado mar. El aire se sentía delicioso desde ahí. Si no fuera por las situaciones específicas que la habían llevado a aquel sitio, podría haber sido un buen lugar para pasar unas agradables vacaciones. En su lugar, aquel sitio era casi como una prisión a la que su querida Hermandad la había mandado a pasar una corta sentencia. Al menos era mejor que el calabozo de Baylock.

Por supuesto, aquello no era un hotel ni un spa, así que la posibilidad de tener una habitación privada ni siquiera estaba a discusión. En su lugar, fue instalada en un cuarto largo rectangular con diez camas, cinco de cada lado, y separadas entre ellas sólo por unas cortinas. Cada espacio individual contaba además con un buró con dos cajones, y una silla para visitas (o en su caso para los doctores, pues dudaba recibir algo parecido a lo primero en los meses que le deparaban ahí). Lyons la hizo viajar ligera, por lo que sólo llevó una pequeña maleta con tres o cuatro cambios de ropa, y al menos unos pocos artículos de higiene y belleza.

La Ann de aquel entonces no se había acostumbrado tanto a las cosas finas y cómodas como la de veinte años después. Aun así, aquello tampoco le provocaba por completo indiferencia. Pero debía obedecer. Como Lyons le había dicho, era su única alternativa de al menos poder salvarle la vida a su bebé, y volver en buenos términos a la Hermandad… si es que realmente eso era lo que quería.

Tendría mucho tiempo para pensar al respecto en los meses posteriores. De momento, sin embargo, en cuanto le indicaron cuál sería su cama lo único que hizo fue colocar su maleta a un lado de ésta y recostarse un poco, sin siquiera quitarse los zapatos. Se quedó ahí recostada, sólo mirando el techo. Los golpes de la nefasta vara de Agatha Baylock aún le dolían, pero lo peor era aún seguir escuchando en su cabeza el eco de su voz, y el sonido de la vara cortando el aire un instante antes de tocar su piel. Por confuso que fuera, ni siquiera se sentía enojada con su torturadora, sino consigo misma. Enojada por haberla decepcionado, por haberla hecho hacerle eso con sus acciones egoístas… o, al menos en aquel momento así lo veía. Con el pasar del tiempo se daría cuenta de la verdadera perra que había sido aquella bruja, e incluso sentiría algo de gozo al saber de su horrenda muerte años después.

Buongiorno, signorina Martina —Escuchó que una risueña voz pronunciaba desde el pie de su cama, sacándola al poco de su auto lamentación.

Ann volteó a ver en aquella dirección sin alzar demasiado el cuerpo, y vio a una mujer joven, posiblemente de su misma edad o un poco menor, vestida con el hábito de monja color blanco, de mangas cortas por las que se asomaban unos flacuchos brazos pálidos. Debajo de su velo blanco se asomaban unos rizos de un muy bonito castaño claro. Su rostro era delgado, de ojos serenos y azules como el cielo, con una pequeña nariz. Sus labios se encontraban curveados en la sonrisa más sincera y natural que Ann había visto en años. Abrazada contra su delgado cuerpo, lleva una tabla de apoyo, posiblemente con papeles con los datos de los pacientes, incluida la propia Ann.

—¿Cómo se encuentra? —Le preguntó la joven con genuino interés, avanzando hasta colocarse a un costado de su cama.

—Bien —respondió Ann con apenas la suficiente dosis de cortesía.

—Espero de corazón que haya tenido un placentero viaje y que no tenga problemas para instalarse. —Echó entonces un vistazo rápido a los papeles que traía consigo—. Por lo que veo nos acompañara por unos meses hasta el final de su embarazo. Muchas felicidades, por cierto.

—Gracias —le respondió Ann, con notoria menos cortesía que antes.

Se sintió tentada a preguntarle a esa risueña hermana si acaso sabía que al término de su embarazo le arrebatarían a ese bebé sin que ella pudiera siquiera decir algo al respecto. O aún mejor, ¿sabría que su adorado hospital religioso en realidad servía de tapadera para una de las Organizaciones Satánicas más grande y poderosa del mundo que había estado planeando por décadas la llegada del  Anticristo y el fin del orden establecido? ¿Y qué ella misma hace mucho que le había dado la espalda a su falso Dios?

Pero no, no dijo nada de eso. ¿Qué habría ganado?, sólo perturbar un poco a esa sonriente muchacha. Le esperaba una larga estancia ahí, así que era mejor tomárselo con calma. Como fuera, la monja no pareció captar en lo absoluto el estado de ánimo de la recién llegada, pues le siguió sonriendo con bastante naturalidad.

—Bueno, de mi parte es un placer conocerla, signorina. Mi nombre es Gema, y la madre superiora me pidió directamente que me pusiera a su disposición para lo que ocupe. Intentaré atenderla lo mejor posible en estos meses que vienen de aquí en adelante, así que no dude en acudir a mí para lo que sea.




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