Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 80. Últimas lágrimas

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 80.
Últimas lágrimas

Cerca de una hora después, los primeros rastros de consciencia de Kate fueron recibidos por el resonar de otra melodía, que entre toda su confusión y dolor le resultaba abominablemente familiar. Pero en esa ocasión no era entonada por un piano, sino por esa vocecilla que tanto le había taladrado sus oídos en sus pesadillas.

Tienes que dar un poco… tomar un poco… Y deja que tu corazón se rompa un poco. Es la historia de… es la gloria del amor…

Aun cuando todavía no despertaba del todo, Kate supo que era esa maldita canción que Esther insistía en cantar mientras se bañaba, con tal de que la dejara hacerlo con la puerta cerrada. Ahora sabía que era para que nadie vierta sus incriminatorias cicatrices, o que debajo de sus abultados vestidos se escondía un cuerpo con las proporciones de una mujer adulta.

Los ojos de Kate se abrieron pesadamente, captando de manera borrosa el interior de su cocina. Su cabeza le dio vueltas y le colgó de un lado. Sus ojos amenazaron con volverse a cerrar, pero se resistió. Fue consciente entonces de que estaba sentada, posiblemente en una de las sillas de la mesa para desayunar. Un fuerte ardor le recorrió la cara entera de golpe, y ello fue suficiente para poder dar un brinco más significativo fuera de su letargo. Su primer impulso fue alzar su mano hacia el área que le dolía, pero no pudo; algo se lo impedía. Y se dio cuenta entonces de que no podía mover ni sus brazos ni sus piernas, y eso terminó por ayudarla a darle el último brinco para al fin despertarse.

Kate miró aterrada hacia abajo, contemplando de inmediato que sus brazos y piernas estaban atadas fuertemente a la silla con gruesa cinta plateada. Y al intentar gritar, o al menos decir algo, se percató de que también tenía su boca cubierta, posiblemente con el mismo tipo de cinta.

Tienes que reír un poco… llorar un poco… hasta que las nubes rueden un poco. Es la historia de… es la gloria del amor… Mientras estemos los dos…

La canción se cortó abruptamente, y eso obligó a Kate a alzar su mirada al frente y contemplar con más claridad la situación. Estaba en efecto en su cocina, amarrada a una de sus sillas y colocada delante de la misma mesa donde esa mañana había estado desayunando con sus hijos. En la silla a su mano izquierda, ahí se encontró a Esther, sentada con una tabla de cortar delante de ella, sobre la cual cortaba al parecer rodajas de tomate con un cuchillo. Estaba también a su lado la bolsa de pan abierta, el envoltorio de jamón, así como los frascos de mayonesa y mostaza.

En cuanto la vio, la falsa niña le sonrió con dulzura, similar a como Kate recordaba que la había sonreído cuando se conocieron. Al parecer se había lavado cuidosamente, pues su cara ya no tenía sangre (y de paso en efecto no tenía rastro alguno de los golpes que le había propinado), aunque su vestido azul igualmente seguía manchado.

—Despertaste, menos mal —pronunció Esther con aparente alivio—. Ya me estaba preocupando un poco.

Kate miró con más detenimiento la surreal escena. Notó que a un lado de la tabla Esther tenía un plato con dos rebanadas de pan, una con mayonesa y otra con mostaza, y una tenía demás un pedazo de jamón y una rebanada de queso amarillo. ¿Se estaba acaso preparando un sándwich?, ¿ahí en su propia cocina mientras ella yacía inconsciente y amarrada? Todo eso le pareció tan ridículo, que de nuevo la mente de Kate quiso inclinarse hacia la irrealidad y aceptar aquello como un simple sueño.

—¿Te duele la cabeza? —Le preguntó Esther de pronto con curiosidad, y entonces extendió su mano para tomar una caja roja de paracetamol de la mesa, y enseñársela con peculiar orgullo—. Busqué en tu botiquín, pero sólo encontré esto para el dolor. Supongo que tendrá que bastar. Pero no es bueno que tomes medicamentos con el estómago vacío. Porque no has comido nada, ¿verdad? De tus clases te fuiste a tu sesión, y luego directo para acá.

El hecho de que describiera con esa exactitud su tarde, hizo que una palpable preocupación se hiciera presente en la mirada de Kate. Esther lo notó, y en respuesta rio divertida.

—Tranquila, no te estuve espiando —le aclaró—. Está anotado en el calendario —añadió justo después, señalando con el cuchillo hacia el calendario dibujado sobre la pizarra blanca—. Como sea, no tenía mucho tiempo para cocinarte algo en forma. Espero que este simple emparedado te sea suficiente.

Esther colocó entonces dos rebanadas de tomate sobre el queso amarillo, y le colocó encima el pan con mostaza, sellando de esa forma su improvisado emparedado. Tomó el plato, se puso de pie y se aproximó a Kate con él. La maestra de música reacción asertivamente a su cercanía, comenzando a forcejear y gemir en un intento de librarse de sus ataduras, pero sin obtener ningún resultado.

—Tranquila, no tiene nada raro —rio Esther, casi como burla—. Es sólo un emparedado normal.

Colocó el plato delante de ella, y entonces se paró a su lado. Kate hizo su cuerpo lo más posible en la dirección contraria, intentando mantener la mayor distancia posible entre ambas, pero no era mucho lo que podía hacer, dada su situación.

—Sé que comenzamos esto con el pie izquierdo —señaló Esther con voz tranquila, apoyando sus manos en el descansabrazos de la silla de Kate—, y acepto que en parte podría haber sido un poco mi culpa. Quizás debí haberme presentado de otra manera. Así que, empecemos de nuevo, ¿sí? Ahora te quitaré esto para que puedas comer...




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