Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 82. Orden Papal 13118

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 82.
Orden Papal 13118

Cole esperaba ser llevado de nuevo a la misma iglesia de la vez pasada, o quizás a alguna otra similar. Para su sorpresa, el lugar al que sus captores se dirigían resultó ser un restaurante estilo italiano, cerca del centro. Era elegante, pero no del tipo que te hacía sentir que te costaba un ojo de la cara el sólo entrar en él. Al ingresar, la mujer de gabardina que lo había escoltado se dirigió directo a la anfitriona y le susurró algo en su oído. Ésta asintió y le respondió algo, que a Cole le pareció era italiano, y entonces les indicó con una mano que la siguieran. 

Avanzaron por el local, estando Cole prácticamente rodeado, con la mujer afroamericana al frente y el hombre grande y calvo detrás, como si temieran que en cualquier momento intentara escapar. Y, ciertamente, la idea le había cruzado por la cabeza en un par de ocasiones.

Sólo había unas tres mesas ocupadas en esos momentos; la hora de comer ya había pasado, y todavía faltaban un par de horas para la cena. La anfitriona los llevó hasta la parte de atrás, hacia unas puertas que aparentemente llevaban a un área privada, apartada del resto de las mesas.

Un policía siendo escoltado por dos personas con apariencia de matones, por un restaurante italiano hacia un área privada al fondo del local. Ahora eso ya no le rememoraba sus propias experiencias con la mafia local de Filadelfia, sino más bien a alguna estereotipada película que habría visto durante la madrugada por televisión.

La habitación era pequeña, y era ocupada principalmente por una larga mesa rectangular de mantel blanco, con sillas suficientes para aproximadamente veinte personas, aunque en esos momentos sólo había dos. Y evidentemente ninguno era algún viejo jefe de la Cosa Nostra, aunque uno de ellos sí era italiano. El padre Babato, sentado en uno de los extremos de la mesa, sonrió contento al verlo entrar, y sin dudarlo mucho se paró de su silla apoyado en su bastón y se le aproximó. 

—Detective —exclamó con singular júbilo, apretando uno de los brazos de Cole con su mano, quizás como un gesto similar a un saludo o un abrazo, pero que al oficial le incomodó un poco—. Qué gusto volverlo a ver. Gracias por aceptar de nuevo mi invitación.

—¿Así es cómo usted le llama? —Masculló sarcástico, mirando de reojo a las dos personas que lo habían acompañado. Ambos, sin pronunciar palabra, se dirigieron al extremo contrario de la mesa y tomaron asiento, para después comenzar a revisar el menú. Cole supuso que aunque estuvieran relativamente lejos, igual intervendrían para evitar su salida si lo intentaba.

—¿Cómo ha pasado su estadía en Los Ángeles? —le cuestionó Frederick, llamando de nuevo su atención.

—Con altibajos —le respondió secamente—. Escuche, sé que la intención del padre Michael fue buena, pero realmente no sé si fue correcto acudir a ustedes. Preferiría encargarme yo mismo de aquí en adelante.

Frederick asintió lentamente, aparentemente comprensivo.

—Supongo que eso significa que ya pensó en lo que hablamos, ¿verdad? ¿Ya sabe lo que hará con la niña?

Cole enmudeció un poco por ese repentino cuestionamiento.

—No voy a matar a una niña inocente; eso lo tengo claro.

—Entonces, faltaría determinar si es realmente inocente o no. ¿Correcto?

De nuevo, Cole se quedó sin palabras, aunque más que nada se sentía impresionado por un cierto cinismo que había detectado en ese comentario, y que no supo bien cómo interpretar.

Antes de que pudiera reaccionar de algún modo claro, sintió como Frederick colocaba una mano sobre su espalda y lo guiaba sutilmente hacia la mesa. Cole, por algún motivo, lo siguió sin protestar.

—Detective, permítame presentarle al padre Jaime Alfaro —masculló el sacerdote, extendiendo su mano hacia el otro hombre que estaba sentado con él antes de que entraran—. Viene llegando directo de la Santa Sede.

Cole despabiló un poco y logró entonces echarle un vistazo a aquel individuo. Era un hombre también mayor, aunque de seguro al menos diez o quince años más joven que el padre Babato. Tenía el cabello negro corto, con la presencia muy notable de canas decorándolo en varios puntos, y un poblado bigote sobre sus labios en el mismo estado. Usaba el traje negro completo y el cuello clerical que lo identificaban claramente también como sacerdote. Cuando lo presentó, Jaime le sonrió gentilmente (aunque no demasiado), y entonces se puso de pie para extenderle su mano por encima de la mesa.

—Encantado de conocerlo, detective —murmuró con un marcado acento español acompañando sus palabras—. He oído muchas maravillas sobre usted.

—Gracias —respondió Cole dudoso, estrechando su mano más por amabilidad que por deseo propio—. ¿También es un exorcista, padre?

Jaime rio ligeramente, echándole una mirada rápida de complicidad a Frederick, que ya estaba de regreso en su silla.

—No precisamente —respondió Jaime con normalidad—, pero suelo trabajar de cerca con ellos. Pero siéntese, por favor. ¿Gusta beber o comer algo?

—Preferiría no tener que quedarme tanto —respondió Cole con un nada disimulado fastidio, pero igual jaló la silla delante de Jaime y a la diestra de Frederick, y se sentó.




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