Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 83. Protector de la Paz

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 83.
Protector de la Paz

Lucy, o al menos quien la mayoría en la Fundación creía se llamaba así, se había levantado más temprano que de costumbre esa mañana. No había motivo aparente para esto, pues solía tener un sueño bastante regular; tomaba un té especial con hierbas de su propio jardín todas las noches, que le ayuda justo a dormir profundamente y de corrido. Las pocas veces que no le había funcionado, habían sido casi por el mismo motivo: el presentimiento subconsciente de que algo iba a pasar.

La rastreadora Lucy era una de las resplandecientes más sobresalientes dentro de la Fundación Eleven, gracias a su precognición tan acertada, y su capacidad de localización que rivalizaba con Mónica, e incluso con Eleven. Ayudaba en la Fundación todo lo que podía, convirtiéndose en algunas ocasiones casi como unos ojos y oídos extras para su líder; especialmente ahora que ella se encontraba indispuesta. Sin embargo, no le gustaba mucho llamar la atención o tener más del contacto necesario con los demás miembros de la Fundación.

Era una mujer joven de veintiséis años que disfrutaba mucho de su privacidad. Vivía en una pequeña casa a las afueras de Bismarck, Dakota del Norte, sobre la carretera que iba al este. La casa pertenecía a sus padres, los cuales habían fallecido hace diez años. Tenía un lindo jardín donde cultivaba ella misma algunas hierbas medicinales y tubérculos; más por pasatiempo que por otra cosa. Su trabajo cotidiano era como diseñador gráfica freelancer, labor en el cual su sensibilidad especial para captar las emociones de la gente le ayudaba bastante. Dicho trabajo le daba al menos lo suficiente para comer y pagar los servicios, aunque habría que sumarle también el pequeño pago que la Fundación le daba a cambio de su labor con ellos.

Era una mujer de gustos simples, así que realmente no necesitaba demasiado del dinero. Su labor en la Fundación lo hacía únicamente para ayudar a las personas, especialmente a Jane Wheeler que le había extendido una mano tras la muerte de sus padres, y la había ayudado a ser el adulto más o menos funcional que era en esos momentos. Y es que desde su adolescencia, siempre había sido un poco… rara. Ya fuera como reflejo de sus habilidades únicas o mera coincidencia, su manera de pensar y ver las cosas siempre había distado de la forma en la que la mayoría lo hacía. Y el ser diferente siempre traía consigo algunos inconvenientes.

Al levantarse de su cama esa mañana, lo primero que hizo fue prepararse uno de sus tés energéticos especiales para intentar despertarse lo mejor posible, y lo acompañó sólo con una tostada con mantequilla. Con su taza y pan en mano, se colocó frente a la computadora de su estudio, y comenzó a avanzar en sus trabajos pendientes; mientras esperaba a que lo que fuera que iba a pasar, pasara. Porque estaba segura de que algo pasaría; una vez que se terminó su té y despertó por completo, estuvo aún más segura de ello.

Lo que tanto aguardaba no sucedió hasta cerca del mediodía. Mientras lidiaba con la cuarta versión de una propuesta que estaba diseñado para la identidad corporativa de una empresa en Ohio, su celular sonó repentinamente, haciéndola saltar en su silla. Su precognición le servía para muchas cosas, pero por algún motivo no le advertía con anticipación cuando su teléfono iba a sonar. Quizás porque de hecho no solía hablar o recibir llamadas. Todo lo arreglaba por mensajes de texto o correos, salvo contadas excepciones; como clientes muy tercos, su tía que vivía en Fargo que aún no comprendía cómo usar WhatsApp, o bajo instrucción expresa de Eleven. Como esa llamada que tuvo que hacer unos días atrás a la señorita Charlie McGee, por ejemplo. En realidad, aquello se suponía debía hacerlo Mónica, pero le dejó a ella el encargo de rastrear a aquella mujer, que resultaba ser bastante escurridiza, y comunicarse con ella. Supuso poco después que en realidad Mónica simplemente no deseaba hacerlo.

Lo que sí solía indicarle su precognición, a veces con acierto y a veces no tanto, era quién le marcaba. Y para su sorpresa, en cuanto tomó el teléfono en su mano, un nombre saltó en su cabeza con fuerza, como un grito. Su ceño de frunció ante dicho pensamiento, y le causó por igual confusión… y molestia.

Respondió rápidamente colocando el altavoz (lo prefería a tener el dispositivo pegado a su oreja) y murmuró de inmediato sin ningún saludo previo:

—¿Cody Hobson?

—¿Eh? —Soltó la voz en la línea, algo sorprendido—. Ah, sí… ¿Lucy? ¿Cómo supiste que era yo?

La pregunta le resultó tonta a la joven diseñadora. Bien podría haber tenido su número guardado con su nombre; no lo tenía, y de hecho salía en la pantalla como número desconocido, pero él no tendría por qué saber eso.

—Una mejor pregunta sería preguntarte cómo es que sabes mi número —señaló Lucy, un tanto acusadora—. Cuido mucho mi privacidad, al menos que sea para casos especiales.

—Lo sé, lo siento —se disculpó Cody, apenado—. Eleven me pasó tu número hace tiempo para cuando tuviera alguna emergencia y no me pudiera comunicar con ella.

—La Sra. Wheeler sigue en coma, así que cumples el segundo criterio —indicó Lucy, con una notoria falta de tacto que dejó a Cody helado por unos momentos—. Debo suponer entonces que tienes una emergencia, ¿cierto? Una que espero fuera imperativo no atender por correo electrónico.




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