Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 87. El plan ha cambiado

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 87.
El plan ha cambiado

Argyron Stavropoulos fue en algún momento uno de los hombres más ricos de Grecia, y quizás de todo Europa. Sus negocios eran muy variados, pero su enfoque había sido principalmente los bienes raíces. Poseía propiedades en casi todo el mundo, incluyendo la antigua pero lujosa casa en la que habitaba desde ya hacía dos décadas, en el sureste de Atenas a la falda del monte Himeto. En su juventud fue conocido como un hombre apuesto y galante; todo un conquistador y mujeriego, con una radiante sonrisa capaz de encantar a cualquiera. Acostumbraba dar grandes fiestas en sus varias mansiones, en las que se codeaba con la élite más sobresaliente de Europa y América, así como con los actores y actrices más famosos.

El señor Stavropoulos era sin lugar a duda un hombre poderoso, envidado y adorado, que todo el mundo deseaba tener como amigo y aliado. Sin embargo, la verdad era que sus mejores días de gloria habían quedado ya muy lejos, y poco quedaba de aquel imponente y temido magnate y negociador.

A sus ochenta y un años, Argyron se encontraba ya imposibilitado para caminar. Su rostro se había arrugado marcadamente, y ya no quedaba nada de su brillante y elegante cabellera oscura, sino apenas unas pequeñas malejas canosas en los costados de su cabeza. Sus manos le temblaban tanto que le era casi imposible comer por su cuenta, beber agua o siquiera escribir. Nunca se casó o tuvo hijos (legítimos), y todos sus conocidos más cercanos hacía mucho que se le habían adelantado. La mayor parte de su tiempo la pasaba encerrado en esa casa, solo con sus sirvientes; el jardinero, el cocinero, su enfermera de día, su enfermera de noche, su ama de llaves, y su asistente que se paraba por ahí una o dos veces por semana, principalmente para pedirle su firma en algún papel que apenas podía entender para ese punto.

Para algunos aquello podría resultar triste, pero en realidad Argyron no tenía remordimiento alguno en su consciencia. Vivió justo como deseaba vivir, y se le fue dado todo lo que se le prometió a cambio de la fidelidad a su Señor. Él le dio todo lo que había obtenido a lo largo de su vida, y Argyron a cambio se dedicó a hacer su voluntad. Su situación actual no era motivo para deprimirse o para que su fe decayera. Él sabía que todo aquello sólo era una muestra de que ya no había más que esa vida pudiera ofrecerle, o él a ella. Pero en la siguiente, todo se le sería compensado, y más…

Por Argyron siempre había sido un fiel soldado, y lo sería hasta el último momento.

Ese día en particular de noviembre, hubo un curioso cambio en su usual rutina. A media tarde recibió una visita inesperada, muy diferente a las personas que habitualmente se paraban por ahí. Argyron se encontraba sentado en una mesa en el jardín interior de la casa, tomando un poco de sol, mientras de vez en cuando tomaba un pedazo de pan con sus manos temblorosas y lo arrojaba hacia la familia de patos que vivían en el pequeño estanque artificial que había hecho construir ahí mismo en el jardín. Siempre que se sentaba en esa mesa, los patos se le aproximaban y lo rodeaban, ansiosos por recibir su ración del día. Lo que reveló la presencia de su visitante inesperado, fue precisamente la reacción de los patos. Repentinamente parecieron alterarse, comenzar graznar como locos, a revolotear y a alejarse de él.

Aquello ciertamente conmocionó a Argyron, que nunca los había visto comportarse de esa forma. Comprendería el porqué de esto poco después de escuchar aquella voz a sus espaldas:

—Hola, Argyron. ¿Cómo estás, viejo amigo?

El viejo millonario se viró hacia atrás a como su cansado cuerpo le permitió, y ahí lo vio. De pie a unos metros de él, con su cabello largo cayendo libremente en sus hombros, y su barba anaranjada perfectamente recortada y arreglada, y vistiendo una brillante camisa azul oscuro semi abierta, y unos jeans ajustados color negro.

Ya sabía quién era incluso desde antes de mirarlo, con tan sólo escucharlo hablar.

—Adrian... —murmuró sorprendido, pero a su vez maravillado por tal aparición.

El recién llegado se viró hacia la ama de llaves, que le había hecho el favor de guiarlo hasta ahí, y le indicó que por favor los dejara solos. La mujer sólo agachó la cabeza y se alejó sin protestar. De todos los sirvientes actuales de esa casa, ella era la que más tiempo llevaba sirviendo a su jefe, y quizás la única que conocía la verdadera relación que existía entre éste y el famoso cantante y actor Andy Woodhouse. Por qué claro, que una persona como él visitara a Argyron Stavropoulos, no resultaba nada raro. Pero lo cierto era que ambos se conocían de mucho, mucho tiempo más atrás de lo que la mayoría sabía. Se podría decir que Andy conocía aquel hombre de toda su vida, literalmente.

Una vez que la mujer se retiró, Andy avanzó hacia la mesa y se sentó en la silla justo delante de la de Argyron. Éste lo contempló fijamente con una enorme sonrisa en los labios, que posiblemente no había esbozado en años.

—Mi señor… —murmuró Argyron, agachando la mirada con sumisión—. Me honras con tu presencia...

—También me alegra verte —respondió Andy indiferencia, y con un ademán de su mano le indicó que levantara la cabeza, y así lo hizo—. Te ves bien —mintió disimuladamente, pues la verdad era que su aspecto decaído le provocaba cierto malestar con tan sólo verlo—. Lamento tener que molestarte en tu retiro, pero eres el único al que puedo acudir.




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