Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 99.
Un tonto que se cree héroe
—No hay trato… —pronunció Damien con ligera amenaza en su tono, mientras él mismo inclinaba un poco más su cuerpo hacia su visitante, provocando que éste retrocediera en su asiento—. Sus amigos no me preocupan en lo más mínimo, detective. Si quieren venir a amenazarme de una forma tan patética como usted lo hizo, que lo hagan; terminarán igual que su líder. Además…
El muchacho se alzó en ese momento del sillón, se acomodó su saco y caminó hacia el lado contrario de la sala, en dirección a dónde el tercero de sus guardaespaldas se encontraba de pie.
—Samara ven aquí, por favor —pronunció fuerte, haciendo que su voz se oyera claramente por el pasillo.
Aquello alertó a Cole, y de inmediato se puso también de pie, mirando en dirección al mismo sitio. El hombre alto de negro se hizo hacia un lado, dejando el camino libre. Un minuto después, la puerta de uno de los cuartos se abrió, y de éste salieron tres figuras que avanzaron cautelosas hacia la sala. Cole observó atento, hasta que la luz que entraba por las puertas de cristal tocó el rostro pálido y delgado de la joven Samara Morgan…
Cole no pudo evitar sonreír satisfecho, y sobre todo aliviado de verla ahí.
A pesar de que en efecto era la misma niña que él había conocido no hace mucho en aquel psiquiátrico en Oregón, ciertamente había algo diferente en ella. Su rostro tenía un mejor color, menos enfermizo, y sus ojeras, aunque aún presentes, ya eran bastante menos apreciables. Ya no traía la bata blanca de hospital, sino un atuendo más acorde a una niña de su edad: una camiseta de manga corta con rayas rosas y blancas, un chaleco de mezclilla y una falda blanca de tablones hasta sus rodillas. En su mejilla no había ya rastro alguno de la fea cortada que tenía en el rostro la última vez que la vio, al igual que en su mano.
La alegría de Cole menguó un poco al ver a las otras dos personas que venían detrás de ella, y se pararon a sus lados mirando en su dirección con bastante menos buen humor. A su izquierda, la inconfundible Leena Klammer, en una calca exacta como la había visto en aquel pasillo, o en casi cualquier foto de ella, y que lo observaba con una sonrisita confiada y pedante. Y a su diestra estaba una niña, de cabellos castaños largos y ojos azules fríos y serenos, que Cole no había visto de frente antes pero que no tardó en adivinar de quién se trataba: Lilith Sullivan, la ilusionista que había causado todo ese desastre aquella noche en Eola, costándole la vida a varias personas, y casi quebrando la mente del detective Vázquez.
La presencia de esas dos niñas (aunque bien sabía que una de ellas estaba bastante lejos de serlo en realidad) le resultaba incómoda, pero no inesperada. Pero de momento su atención se centró únicamente en la niña de Moesko.
—Samara, ¿estás bien? —Pronunció con delicadeza, dando un paso hacia ella. Sin embargo, antes de que Samara pudiera responder algo por su cuenta, Damien se colocó rápidamente justo a su lado, colocando una mano reconfortante sobre su hombro.
—Cómo le dije, detective, yo no tengo a Samara secuestrada —indicó el muchacho con bastante confianza—. Ella está aquí por su propia voluntad, y por qué sabe que éste es su lugar. ¿Cierto, Samara?
La niña volteó a verlo unos instantes, y luego se viró hacia Cole, pero siguió sin pronunciar palabra alguna. En su rostro no era visible si acaso se sentía intimidada o no por la presencia de aquel muchacho. De hecho, no parecía en realidad ser visible ningún tipo de emoción en específico.
—Samara, escúchame —pronuncio Cole con vehemencia, mirando fijamente a la niña—. No importa lo que este chico te haya dicho o prometido; no puedes confiar en él. Ven conmigo, vayámonos de este sitio ahora mismo, y toda esta locura se acabará.
—¿Qué vaya con usted para qué? —Exclamó Damien con tono socarrón—. ¿Para que la meta a la cárcel por matar a su madre? Y también a ese otro doctor, ¿cierto? Dos personas que querían hacerle daño, y ella sólo se defendió. Pero a la gente eso no les importará, ni lo entenderá. En el mejor escenario la señalarán como un monstruo, y querrán quemarla en la hoguera. Pero yo puedo protegerla de eso; ¿usted puede prometerle lo mismo?
Un ligero rastro de irritación se asomó en la mirada de Cole al escuchar tal declaración. Ese muchacho sí que era manipulador. ¿Así era como la tenía convencida de estar ahí con él “bajo su propia voluntad”? Debía admitir que, a pesar de todo, sus argumentos eran bastantes convincentes. Después de todo lo que Samara había sufrido en ese hospital, y del trato de sus padres adoptivos, lo que ese chico le ofrecía no sonaba nada mal. Quizás de haber estado en su lugar, de haber conocido a alguien como él cuando era un niño asustado y confundido con las cosas que veía y oía, también hubiera aceptado una mano “amiga” como esa.
—Lo que ocurrió con tu madre no fue tu culpa, Samara —añadió Cole con precaución en su tono, dirigiéndose de nuevo directo hacia la niña de largos cabellos negros—. Aún no es muy tarde para solucionar todo esto, pero no lo lograrás escondiéndote aquí detrás de este sujeto. Aún hay personas allá afuera que se preocupan por ti y quieren ayudarte; Matilda, en especial. Ella aún te está buscando.
La sola mención de la psiquiatra hizo que por primera vez en ese rato, un apreciable atavismo de emoción brotara del rostro de Samara, que casi radió con una brillante luz.