Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 102.
Un regalo para su más leal servidor
El Dr. Haddad encendió su pequeña linterna frente al rostro de Rosemary, y pasó sutilmente la luz de ésta delante de sus ojos claros y brillosos. La mujer, de rostro arrugado y delgado pero de un color particularmente saludable en esos momentos, se encontraba sentada en su cama médica, la misma en dónde había estado dormida por casi veinte años, en esa bonita habitación del departamento de su hijo. La cama había sido colocada en la posición adecuada para que la paciente pudiera estar sentada de forma cómoda. Sus labios delgados y sonrosados dibujaban una pequeña sonrisa alegre, o mínimo de comodidad.
—Siga la luz, por favor —le indicó el médico de cabello corto y nariz aguileña, mientras movía la luz frente a su rostro.
Rosemary movía sus ojos a donde le indicaba. A veces el brillo llegaba a molestarle y tenía que cerrarlos unos segundos, para luego seguir adelante con el examen justo como se lo pedían.
—Muy bien, lo está haciendo muy bien —le felicitó el doctor, y un par de segundos después apagó su linterna y la guardó en el bolsillo de su camisa color beige.
Rosemary y el Dr. Haddad no eran los únicos ahí presentes. De pie frente a la puerta, aunque manteniendo una distancia prudente, Andy y Ann observaban todo en silencio, pero notablemente interesados. Haddad era el neurólogo que había estado tratando a Rosemary Reilly desde que Andy la transportó hasta New York. Por eso mismo, la acción inmediata del exitoso músico, tras digerir y entender (lo mínimo posible) lo que ocurría, fue llamarlo de emergencia y pedirle (aunque quizás hubo un poco de orden en su tono) que fuera para allá de inmediato.
Andy aún no lograba concebir del todo lo que ocurría, incluso estando de pie mirando aquello con sus propios ojos. Una parte de él pensaba que en cualquier momento Haddad se giraría hacia él y le diría que todo fue un gran malentendido, y que su madre seguía exactamente igual a cómo estaba antes de que se fuera a Grecia, por más incoherente que ese pensamiento le resultara. Era obvio que estaba despierta; lo había visto y hablado… pero él no era capaz de creerlo, o quizás en realidad no quería hacerlo.
—Dígame, ¿cómo se siente? —preguntó el Dr. Haddad con voz templada—. Físicamente hablando.
—Salvo que se me dificulta un poco mover el cuerpo, me siento bien —respondió Rosemary con insólito optimismo—. No tengo ningún dolor o molestia en específico.
—Esa es una buena señal —asintió Haddad—. Vamos a hacer una prueba rápida de su sensibilidad, ¿le parece?
Rosemary asintió como respuesta, aunque no es como si tuviera algún motivo para negarse.
Haddad se paró entonces y se acercó un poco al pie de la cama. Retiró con cuidado el cobertor de la pierna derecha de Rosemary, que se asomaba de debajo de la bata de hospital desde la rodilla hasta la punta de los pies. Haddad tomó una pluma del bolsillo de su camisa (el mismo donde había colocado su linterna) y la aproximó a un costado de su pantorrilla, presionando un poco la punta contra su piel.
—¿Siente esto?
—Sí —respondió Rosemary.
A continuación, el médico bajó un poco más, ahora hacia los dedos de su pie.
—¿Y esto? —preguntó un segundo antes de presionar la pluma contra la punta de su dedo gordo, quizás más fuerte de lo requerido pues en ese instante Rosemary dio un pequeño sobresalto en la cama.
—Sí… y le pido que no lo haga de nuevo, que duele —le reprendió Rosemary.
—En este caso el dolor es bueno, en realidad —se excusó Haddad, y siguiendo su petición guardó de nuevo su pluma y dejó esa prueba hasta ahí; igual todo se veía bien—. Intentemos algo más. Voy a decirle tres palabras, y le pido que intente memorizarlas lo mejor que pueda, ¿de acuerdo? —Rosemary asintió—. Las palabras son: manzana, martillo, papel. ¿Puede repetirlas?
—Manzana, martillo y papel.
—Muy bien. ¿Puede decirme su nombre completo y su lugar de nacimiento?
—Rosemary Reilly, y nací en Omaha, Nebraska —respondió rápidamente y con bastante fluidez en sus palabras.
—¿Recuerda el nombre de sus padres?
—Claro que sí: Edward y Mary.
—¿Y el de sus hermanos?
—Eddie, Margaret, Brian, Jean y Pat —enlistó sin vacilación alguna.
—¿Y el nombre de su esposo?
—Exesposo —le corrigió tajantemente, al parecer con la intención de alzar su mano en señal de regaño, pero cediendo de su intento pues ésta de momento la sentía demasiado pesada para levantarla—. Su nombre era Guy Woodhouse —respondió tras un rato, aunque no del todo contenta de hacerlo al parecer.
—¿Y el de su hijo? —preguntó el doctor por último, volteando a ver a Andy, que se estremeció un poco al sentirse de golpe jalado de ser un mero espectador a parte de la conversación.
Rosemary igualmente se volteó hacia él, y todos pudieron ver cómo su rostro entero se iluminaba de golpe. Y su sonrisa, hasta ese momento moderada, se amplió por completo llena de júbilo.