Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 111.
Mi poder es mío
La clínica gratuita de San Miguel estaba teniendo una noche bastante tranquila, hasta el momento en que el Honda Accord conducido por Karina se abrió camino en la lluvia y se estacionó en la parte trasera del complejo, trayendo consigo a cuatro personas que ocupaban atención; dos de ellos de emergencia. Carl ya les había notificado con anticipación de su inminente llegada, así como un resumen rápido de la situación, por lo que ya un par de doctores y enfermeros los esperaban para recibirlos.
Abra y Cole fueron colocados cada uno en una silla de ruedas, e ingresados de inmediato a la clínica para dirigirse a paso veloz a donde serían atendidos, pero haciéndoles la revisión rápida de su estado mientras avanzaban.
Abra apenas y seguía consciente cuando llegaron, y su cuerpo entero se había puesto muy frío. Carl tuvo que bajarla prácticamente cargada en brazos al serle imposible moverse por sí sola debido a lo débil que se encontraba. Y al retirarla del asiento trasero, todos notaron una nada discreta mancha roja que había quedado impregnada en la tela.
Cole no sangraba demasiado, o al menos no hacia el exterior. Pero el dolor que sentía se había vuelto casi insoportable, y estuvo también a punto de perder la consciencia en un par de ocasiones. Sólo la voz de Matilda hablándole constantemente lo pudo mantener despierto.
Mientras los dos heridos de mayor gravedad eran ingresados, Matilda y Samara fueron pasadas a un consultorio en donde ambas fueron revisadas.
Además del roce de una bala en su brazo izquierdo, la psiquiatra sólo había recibido algunos golpes, en especial uno muy fuerte en las costillas, cortesía de un puntapié de James la Sombra mientras estaba paralizada. Su herida de bala de hace unos días la ardía, pero no parecía haberse abierto. Así que fuera de eso, al parecer había salido bien librada de la horrible experiencia por la que habían pasado en esa bodega.
Samara había recibido algunos golpes durante su forcejeo con Mabel la Doncella, además de que tenía el cuello lastimado por qué ésta intentó asfixiarla. Pero todo parecía indicar que también estaba bien. Y en menos de media hora, ambas estaban ya atendidas. Abra y Cole, por otro lado, tardarían bastante más.
Matilda y Samara tomaron asiento en la sala de espera, aunque quizás llamarla de esa forma era exagerar un poco. Eran en realidad tres sillas cerca del área de la recepción de la clínica y de las puertas automáticas de la entrada principal. Les indicaron que tomaran asiento y aguardaran a que alguien viniera a darles más información, y así lo hicieron; no es que les quedara de otra, en realidad.
Pasaron los minutos, quizás las horas; Matilda no estaba del todo segura. Se sentía cansada y algo somnolienta por los medicamentos. Samara, a pesar de haber estado bastante tiempo inconsciente, al parecer no se encontraba muy diferente a ella, y tras un rato comenzó a cabecear. Matilda le hizo una almohada improvisada con el saco de su atuendo, y la colocó sobre sus piernas. Samara recostó entonces su cabeza contra ella, y el resto de su cuerpo hecho ovillo en su silla.
La psiquiatra contempló atenta su carita aletargada mientras pasaba su mano lentamente por su cabello y susurraba despacio una pequeña y suave tonada. La Srta. Honey hacía eso a veces para ayudarle a conciliar el sueño, y siempre funcionaba. Samara no tardó mucho en quedarse profundamente dormida y se veía bastante tranquila; ninguna pesadilla la acosaba al parecer.
Estando ahí en ese pasillo, sentada en esa silla cerca del módulo de recepción, y el sonido de lluvia apenas siendo percibido del otro lado de las puertas automáticas de cristal, Matilda tuvo de pronto un déjà vu de una noche y un escenario muy similares a ese. La noche en que todo eso comenzó, que se sentía en ese momento a años de distancia aunque había ocurrido hace sólo… ¿unas semanas atrás?, ¿un mes? Y recostada en sus piernas tenía justo a la misma niña que había ido a conocer en ese entonces.
Pero claro, todo era en ese momento muy diferente; ella misma incluida.
El sonido de las puertas automáticas abriéndose atrajo su atención de pronto. Todo había estado demasiado calmado, pero no le sorprendería que dada la hora y la lluvia algunos pacientes nocturnos comenzaran a hacer acto de presencia. Al virarse, sin embargo, vio a dos personas entrando por las puertas, pero una de ellas no le era del todo desconocida. Era aquella misma mujer afroamericana que los había llevado hasta ahí. Se había casi olvidado de ella y su compañero, suponiendo que se habían ido para no involucrarse de más en ese asunto.
El hombre que la acompañaba, sin embargo, no le resultó del todo familiar. Era bajo y robusto, de cabeza calva. Caminaba cojeando, apoyado en un bastón. La mujer, que le parecía recordar que Cole la había llamado Karina, sostenía un paraguas sobre su cabeza para protegerlo del agua, pero cuando ingresaron lo cerró y escurrió un poco. El hombre del bastón siguió avanzando, y en cuanto la vio se dirigió directo hacia ella, esbozando una amplia y gentil sonrisa. El cuello clerical que portaba se volvió bastante evidente para Matilda al estar lo suficientemente cerca.
—¿Dra. Honey? —inquirió aquel hombre, parándose a su lado y extendiéndole la mano con la que no sujetaba su bastón—. Encantado de conocerla. Soy el padre Frederic Babatos.