Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 112. Si lo deseas con la suficiente fuerza

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 112.
Si lo deseas con la suficiente fuerza

Hace 10 años…

La pequeña niña de cabellos rubios y mejillas regordetas pecosas, salió presurosa por la puerta de su casa y se encaminó hacia la barda que rodeaba la propiedad. A cada paso que daba, sus chanclas chocaban contra sus talones y resonaban con fuerza en la quietud que reinaba en esa calurosa tarde de verano. En algún momento la voz de su madre (adoptiva) resonó desde el interior, pero ella la ignoró. Siguió andando hasta la barda, y apoyó sus brazos en ella, y su mentón sobre estos. Y ahí se quedó, con su mirada fija a la casa de enfrente, al otro lado del camino, y nada más.

El clima estaba más caliente de lo que pensó en un inicio, y sólo le tomó unos segundos sentir su rostro acalorado por los rayos del sol. Aun así, su orgullo (o algo que se le parecía bastante) le impidió mirar hacia atrás, mucho menos volver al interior relativamente más fresco. Y si acaso su madre (adoptiva) se paró tras la puerta de mosquitero para verla, ella no lo supo. Pero en efecto no le volvió a hablar, y para ella fue mejor así.

En aquel entonces tenía casi nueve años. Su casa, o al menos la única que había conocido desde que tenía memoria, era una pequeña pero lujosa residencia, construida sobre un camino al este de Montepulciano, en la Toscana. Era un lugar tranquilo y bonito para vivir. Sus padres (adoptivos) siempre habían sido muy buenos y cariñosos con ella. Nunca le había faltado ni ropa, ni juguetes, ni comida. Tenía incluso una linda perrita llamada Luca como mascota, y varias amigas en la escuela con la que solía jugar. Tenía todo lo que una niña podría pedir.

Y, aun así, siempre se había sentido bastante infeliz…

¿Qué tan mal tenía que estar alguien para sentir ese vacío en el pecho a los nueve años? Sentir simplemente que te faltaba una parte importante de ti; como un brazo, una pierna o toda la cabeza. Y tener en el fondo la certeza de que si no conseguías de alguna forma eso que te completaba, no podrías nunca ser feliz de verdad.

¿Todos los niños adoptados se sentirían de la misma forma?, ¿o era algo que sólo hostigaba a Verónica Selvaggio?

La niña se encontraba tan sumida en aquellos pensamientos, que no reparó en la persona que se aproximaba caminando por el solitario camino. Con una mano sujetaba una amplia sombrilla azul, que usaba por supuesto para cubrirse del sol pues no había ni una sola nube en el cielo, y con la otra cargaba a un costado una bolsa de víveres. Verónica sólo se volvió consciente de su presencia cuando la sombrilla se colocó justo sobre su cabeza, protegiéndola con su sombra de los abrasadores rayos del sol.

—¿Por qué esa cara larga, linda? —le murmuró despacio aquella persona con voz suave, como un canturreo.

Verónica se sobresaltó y alzó su mirada hacia ella, un poco exaltada. En cuanto escuchó su voz había adivinado quién era, pero lo confirmó al ver su rostro afilado, sus ojos azules adormilados, y esa amplia sonrisa de labios rojos.

—Gema —murmuró despacio, parándose derecha y dejando escapar justo después un pesado suspiro—. La Sra. Selvaggio volvió a regañarme por no rezar con ellos durante la comida.

—¿Y por qué no lo hiciste? —le preguntó la mujer con un tono curioso casi inocente.

—¿Cuál es el caso? —farfulló Verónica con molestia—. Tú misma me lo dijiste. —Se hizo entonces un poco hacia atrás, saliendo montamente de la protección de la sombrilla para poder mirar el cielo enteramente azul sobre ellas—. No hay nadie allá arriba que los esté escuchando de todas formas…

Y a sus palabras le siguió el silencio. Una pequeña brisa sopló en ese momento, aunque no tan fresca como a su rostro acalorado le hubiera gustado.

Gema, aquella hermosa mujer de cabellos rubios rizados, vivía sola a dos casas de la de Verónica, y a veces iba a tomar el café con su madre (adoptiva). Y todos los que las conocían pensaban por igual que su trato se limitaba únicamente a eso. Sin embargo, entre la pequeña Verónica Selvaggio y la extraña mujer llamada Gema, había surgido de hecho una relación de bastante amistad y confianza durante el último año y medio que llevaban de conocerse.

Verónica podía compartir con Gema cosas que nunca le diría a nadie, sobre todo lo que respectaba a ese vacío que le invadía el pecho todo el tiempo. Y Gema no sólo la escuchó y la compendió, sino que encima le dio lo que nadie podía: el motivo y la solución a su malestar.

—¿Cuándo podré irme de aquí y conocer a mis verdaderos padres? —cuestionó la niña, volviendo a colocarse bajo la sombra de la sombrilla.

—Pronto, pequeña; pronto —le respondió Gema con un tono dulce y calmado.

—Siempre dices lo mismo —masculló Verónica con molestia, inflando un poco sus cachetes.

Una risilla divertida surgió de los labios de Gema, y Verónica no supo identificar si acaso se estaba burlando de ella de alguna forma. Pero una vez que dejó de reír, colocó su bolsa con víveres en el suelo y posó su mano ahora libre sobre la cabeza de la niña, pasándola lentamente por sus cabellos.

—Hay un momento para todo, y el tuyo aún no ha llegado —le susurró despacio, como si le recitara alguna pequeña poesía—. Pero confía en mí, Verónica; ya llegará. Y cuando ocurra, al fin podrás cumplir tu único y especial destino; aquel por el que existes en este mundo.




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