Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 118. Un mero fantasma

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 118.
Un mero fantasma

Verónica Selvaggio pasó gran parte de la noche en uno de los quirófanos de cirugía del Hospital Saint John's en Santa Mónica. Ahí los doctores y enfermeras lucharon arduamente para curar su fea herida de bala en el abdomen, y la lesión que la varilla le había dejado en la pierna al atravesarla. Adicional a esas dos heridas, la joven de ascendencia italiana tenía sólo algunos raspones y golpes, pero nada a lo que los médicos debían darle mayor importancia de momento.

La cirugía resultó todo un éxito y sin la menor complicación. Y aunque la paciente estaba estable y en apariencia fuera de peligro, la dejaron en observación toda la madrugada. Verónica pasó la mayor parte de ese tiempo dormida por la mezcla de analgésicos y cansancio. Sus signos evolucionaron bien, y no parecía estar presentando ninguna complicación derivada de sus lesiones. Uno de los doctores incluso mencionaría que aquella era la herida de bala más “noble” que le había tocado tratar. Una pequeña diferencia en ella y muy seguramente se hubiera desangrado mucho antes de llegar al hospital.

—La chica debe tener un buen ángel guardián cuidando de ella —mencionaría como respuesta una de las enfermeras, con cierto humor acompañando a sus palabras. Entre su somnolencia, Verónica alcanzaría a escuchar tal comentario, y aunque nadie más lo notara aquello dibujó indudablemente una media sonrisa burlona en sus labios.

A media mañana, se determinó que ya se encontraba lo suficientemente estable para dejar el área de observación, y le informaron que la bajarían a un cuarto privado para que estuviera más cómoda.

—¿Quién pagó por eso? —preguntó la joven escuetamente mientras se preparaban para transportarla a su nueva habitación.

—No estoy segura —le respondió la enfermera, revisando si acaso en los papeles que traía consigo pudiera haber alguna respuesta al respecto—. De seguro tu familia ya fue notificada de lo sucedido, ¿o no?

—Supongo que sí.

La duda, sin embargo, sería cuál de los diferentes miembros de la galería de su “familia” habría hecho tal cosa, dada la situación. Tenía en mente un sospechoso número uno, pero ya lo confirmaría tarde o temprano.

Sus ojos se cerraron apenas una fracción de segundo, o eso creyó ella, y al abrirlos notó como el techo sobre ella comenzaba a deslizarse hacia atrás como una película en cámara lenta. Un camillero la empujaba desde la cabecera a la salida del área de observación, mientras a su lado una enfermera transportaba en alto el suero aún conectado a su brazo. Otro camillero más los acompañaba al frente.

Antes de salir de aquella área, el rostro de Verónica se desvío ligeramente hacia su diestra, contemplando algunas de las otras camillas frente a las cuales iba pasando. Una en específico, la última de ellas en realidad, captó significativamente su atención. Un doctor y una enfermera revisaban en la paciente en ella; el primero le abría el ojo derecho con los dedos, y pasaba una luz por éste. La mujer, de cabellos cobrizos y rostro pálido, parecía estar totalmente inconsciente. Verónica logró notar rápidamente que estaba vendada de su cabeza, y llevaba un collarín bajo el mentón. Tan rápido como apareció en su rango de visión, así desapareció. Aun así, Verónica logró reconocerla.

«Vaya sorpresa» pensó, conteniendo una pequeña risilla que deseaba ser libre; en parte para no dejarse en evidencia, y en parte por qué sabía que cualquier intento de risa en ese momento, muy posiblemente le dolería hasta lo más hondo.

Igual era muy oportuno que hubieran traído a esa persona también a ese hospital, aunque Verónica sabía bien que ese tipo de cosas no solían ocurrir simplemente por mera coincidencia. A veces era la forma en la que le informaban cuál debía ser su siguiente movimiento.

«Una no puede ni tomarse un día de descanso, ¿verdad?»

Sus cuidadores la llevaron hasta un ascensor de tamaño suficiente para que cupiera la camilla. Subieron hasta el piso para las habitaciones de los pacientes, y la volvieron a transportar por los pasillos hasta el bonito cuarto número 302. Era bastante amplio e iluminado, incluso contando con una sala adjunta con un par de sillones y una mesa, de seguro pensada para que los familiares del paciente pudieran pasar la noche si así lo requerían. Dudaba que en su caso alguien la fuera usar, pero era agradable saber qué contaría con todo ese espacio.

Entre los dos camilleros se encargaron de colocarla en su nuevo lecho, de sábanas limpias y tantos botones como el interior de la cabina de un avión. Verónica resintió un poco al ser trasladada a la cama, pero en cuanto logró recostarse se sintió mucho más cómoda. La enfermera colocó la bolsa con médicamente en el porta sueros a un lado de la cama, y luego presionó uno de los botones a un costado de ésta para que el ángulo del respaldo se elevara un poco y el cuerpo de Verónica quedara ligeramente sentado. Su herida volvió a resentir el cambio, pero fue pasajero.

—Hola, ¿cómo nos sentimos esta mañana? —pronunció la voz animada de uno doctor de bata blanca al ingresar por la puerta abierta de la habitación.

Verónica lo volteó a ver, desviando sólo lo suficiente su rostro hacia el recién llegado. Si no se equivocaba, era el mismo doctor que había ido a verla durante la madrugada. Si acaso le había dicho su nombre, para esos momentos lo había olvidado, y tampoco era que le importara mucho.




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