Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 121. Mucho de qué hablar

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 121.
Mucho de qué hablar

Los ojos de Samara se abrieron perezosamente, enfocándose de forma borrosa con en el papel tapiz de la habitación de Matilda. El olor de las sábanas limpias de la cama fue lo siguiente que detectaron sus sentidos, seguido poco después por el lejano sonido de voces y pasos en la planta baja. Su conciencia del dónde y el cuándo fue lo que más tardó en llegar, casi al mismo tiempo que soltaba un profundo bostezo que hizo que sus ojos se humedecieran un poco.

Era su segunda mañana en la residencia Honey, y no le parecía posible recordar algún momento en el que hubiera despertado con tanta tranquilidad desde hacía años. De hecho, le sorprendía lo realmente bien que había logrado dormir las dos noches que llevaba ahí, en la cama y en el cuarto de Matilda, en compañía de ésta. Un sueño profundo, ininterrumpido, tranquilo y, lo más importante, sin ninguna pesadilla. Totalmente lo contrario a lo que ocurría durante su estancia en el Psiquiátrico de Eola, o incluso en su propia casa en Moesko. Estando en el pent-house de Damien había logrado también dormir bien, pero seguía siendo algo distinto. Ahí se percibía una paz tan cálida y agradable que no creía pudiera ser posible.

¿Era acaso debido a que había logrado alejar a aquella Otra Samara? ¿O quizás era por esa casa en sí, y por la compañía de esas personas que ejercía un efecto tan positivo en ella? No lo sabía, y una parte de ella no quería saberlo. Sólo disfrutaba del momento lo más que podía.

Al girarse hacia el costado contrario de la cama, lo encontró vacío. Matilda no estaba. Eso la alarmó un poco al principio, pero no dejó que esa emoción la dominara. El reloj digital que había sobre la mesa de noche, marcaba cuarto para las diez, así que quizás sencillamente se había levantado más temprano y había salido del cuarto discretamente para no despertarla. La primera noche ambas llegaron bastante tarde, se quedaron aún despiertas más tiempo explicándole a la Srta. Honey lo sucedido (o al menos lo que podían explicarle), y encima estaban más que agotadas por todo. Naturalmente al día siguiente terminaron despertándose bastante tarde, quizás lo más tarde que Samara se había levantado en su vida. Pero esa mañana ya debía ser diferente, en especial para Matilda que parecía ser alguien que acostumbraba levantarse temprano y aprovechar el día.

Samara se sentó en la cama y pegó sus pies descalzos contra el suelo frío de madera. Estiró los brazos al aire, soltó otro bostezo más y se paró para encaminarse a la puerta. A falta de un pijama de su tamaño, había estado durmiendo con una vieja camiseta azul de Matilda con YALE al frente en letras blancas, que obviamente le quedaba un poco grande, y unos shorts de tela rosados que igualmente eran algo grandes para ella pero tenían un cordel para ajustarse a la cintura, y gracias a eso lograba que se quedaran en su sitio.

Matilda había prometido que irían a comprarle algo de ropa nueva en cuanto pudieran; sólo necesitaban asegurarse que no era riesgoso sacarla a la calle. Después de todo, públicamente seguía siendo una niña que había sido secuestrada en Oregón y su rostro había salido seguido en las noticias, así que no podían ser imprudentes.

Al bajar las escaleras hacia la planta baja, captó que las voces que había oído provenían de la cocina, por lo que se dirigió directo para allá.

—¿A qué niño normal crees que le gustan las pasas en los panqués? —escuchó que comentaba la voz de Máxima, la pareja de la Srta. Honey, mientras se aproximaba.

—¿Por qué lo dices? A Matilda le gustaban cuando tenía doce —replicó ahora la propia Srta. Honey.

—Por eso digo, ¿a qué niño “normal”? —masculló Máxima con tono jocoso—. Matilda tiene toda la apariencia de haber sido una mujer adulta desde los diez.

—Oh, por supuesto que no. Te sorprenderías de haberla… ¡Oye! No, basta. Deja eso…

Sus voces se convirtieron rápidamente en sonoras risas, alegres y sueltas. Una sinfonía que Samara no estaba precisamente muy acostumbrada a escuchar. Al pararse en la entrada de la cocina y echar un vistazo al interior, vio a las dos mujeres de pie frente a la encimera. Máxima estaba detrás de la Srta. Honey, pegada contra ella, y parecía rodearla con un brazo, sujetándola mientras intentaba introducir un dedo de su otra mano en el bol con mezcla que ésta tenía en las manos, y que intentaba alejar lo más posible de su intromisión.

—¡Es para los panqués! —le regañó la Srta. Honey, aunque seguía riendo—. Te hará daño comer la mezcla cruda.

—¿Dónde leyó eso, maestra? —le respondió la mujer de piel morena, mientras insistía en querer alcanzar el bol—. Además, sólo quiero estar segura de que pasas no es lo único raro que le hayas echado.

—¿Por quién me tomas? Soy bastante buena haciendo panqués, y lo sabes.

Como le fue posible, Jennifer se giró para encararla, manteniendo el bol en alto para que no lo alcanzara. Al estar frente a frente, sin embargo, Máxima pareció menos interesada en el bol. Su mirada se enfocó en los de la mujer delante de ella, y sus labios dibujaron una sonrisilla pícara que ciertamente puso un poco nerviosa a la Srta. Honey.

—Yo no sé nada —masculló Máxima, casi ronroneando. Colocó entonces ambas manos contra la encimera, a cada lado del torso de Jennifer, y se le pagó más de forma poco discreta—. Necesito que me lo demuestres, ¿bien?




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