Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 128.
Levántate y Anda
Los detectives Stuart y Hills tuvieron un día bastante atareado, dándole seguimiento a varios de sus otros casos. Tanto así que su comida de la tarde había sido básicamente una dona y un café. No era de sorprenderse que para esas horas ya estuvieran muertos de hambre. Sin embargo, mientras Samantha se conformaba con calmar su estómago con unas frituras a la espera de terminar sus últimas vueltas y llegar a su casa para poder comer con sus hijos, Arnold tenía expectativas un tanto diferentes. Así que aprovechando que estaban por el rumbo, pidió que se desviaran un poco hacia el pequeño parque de food trucks en dónde se encontraba estacionado el camión de Tacos Félix. Era bien sabido que después del café y los nachos con queso, los tacos eran la tercera mayor debilidad del Det. Arnold Stuart, y en esos momentos tenía un antojo muy particular de unos buenos tacos de pastor.
—Siempre que compras esas cosas dejas todo el auto oliendo a… lo que sea que tengan —se quejó Samantha, mientras sostenía el volante del auto y al mismo tiempo maniobraba con su bolsa de frituras.
—Igual ya viene siendo hora de que le demos una lavada —respondió Arnold restándole importancia.
Pese a la reticencia inicial, al final la Det. Hills aceptó cumplirle el pequeño capricho a su compañero y dio vuelta en la siguiente esquina para dirigirse al puesto de tacos.
Sam se estacionó al otro lado de la calle, y Arnold se bajó rápidamente por el lado del pasajero.
—¿Segura que no quieres nada? —preguntó a través de la ventanilla abierta.
—Lo que quiero es terminar de una vez con este día tan largo e ir a casa con mis hijos —respondió Samantha con voz quejumbrosa—. Así que apresúrate, que todavía tenemos que ir a Saint John's para ver si tienen listos esos exámenes de sangre.
—Te dará aún más hambre de aquí a que lleguemos allá, te lo advierto —bromeó Arnold con ese tono condescendiente que a veces usaba con los sospechosos, y que a Samantha le resultaba tan molesto; en especial cuando lo usaba con ella.
—Gracias por los buenos deseos —soltó Samantha, sarcástica—. Ve por tus tacos de una vez antes de que decida irme sin ti.
Arnold cruzó rápidamente la calle hacia el local iluminado al otro lado. Los tres camiones de comida se veían concurridos esa noche. Había de hecho una fila particularmente larga frente a Tacos Félix, tanto que Arnold consideró la posibilidad de optar más por unos tacos de pescado de Carson Brothers’ Harbor en su lugar. Sin embargo, pensó de inmediato que Sam lo mataría mucho más rápido si se atrevería a aparecerse con cualquier cosa con olor de mariscos en el auto. Así que al final optó mejor por un confiable perro caliente de Stan’s Dogs, cuya fila era relativamente menor. Su antojo de tacos no sería satisfecho, pero era una buena alternativa.
Se paró en la fila, resaltando un poco por encima de las demás cabezas por su altura tan significativa. Sacó su teléfono para distraerse un poco revisándolo mientras esperaba. Menos de un minuto después sintió que dos personas se colocaron detrás de él; un hombre y una mujer por lo que alcanzaba a escuchar de sus voces mientras platicaban. No le puso en realidad demasiada atención a su conversación, aunque eso cambió un poco cuando tras un rato escuchó a ella pronunciar con algo de fuerza:
—Espera un momento, ¿creías que era rica?
Sin lograr identificar con claridad si lo hacía molesta o divertida.
Arnold no pudo evitar mirar un instante sobre su hombro, sólo lo suficiente para visualizar a la mujer joven de cabello castaño corto, y al hombre de hombros anchos y cabello rubio. Los dos bien arreglado, aunque tampoco demasiado. Se giró de nuevo al frente, volviendo su vista hacia la pantalla de su teléfono.
Primera cita, supuso Arnold; quizás incluso una cita a ciegas. Él odiaba esas cosas, principalmente porque no recordaba algún intento que le hubiera resultado algo cercano a “exitoso”. Siempre surgía algo que terminaba arruinando la velada, ya fuera de parte de ella o de él; mayormente de él. Pese a que su trabajo consistía básicamente en convivir con las personas a diario, se había dado cuenta bastante temprano que tenía una gran facilidad para irritar a la gente. Así que en lugar de intentar negarlo, o incluso de cambiarlo, había optado más por abrazar esa cualidad de él e incluso sacarle provecho. Era sorprendente la cantidad de errores que la gente cometía cuando se les molestaba lo suficiente.
Samantha lo sabía muy bien, y aun así insistió en arreglarle esa cita con su hermana, que por supuesto terminó tan desastrosa como todas las demás. Lo más agradable que recordaba de aquella noche fue haber podido llegar a su departamento terminada la cita, quitarse sus pantalones y relajarse en el sillón viendo la televisión en compañía de Molly, su gata y, al parecer, la mujer de su vida. Pero sabía bien que para su compañera, describirle tal escenario haría que se le formara un nudo en la garganta, y lo mirara con una odiosa compasión.
Nunca lo había dicho abiertamente, pero Arnold sabía que a su compañera le preocupaba que siempre estuviera “solo”. Lo cual era gracioso, pues él esperaría que justo alguien como ella añoraría la dulzura de la soledad, considerando que entre su esposo, ahora exesposo, sus hijos, su hermana, su madre entrometida y él, prácticamente no había pasado ni un sólo momento a solas al menos en la última década. Pero por algún motivo, que escapaba aún de la comprensión del detective, era en realidad justo lo contrario. Al parecer Sam se había acostumbrado tanto a vivir rodeada de personas, y a forjar su concepto de felicidad entorno a ellas, que no podía evitar sentirse angustiada al ver a alguien tan solitario y metido en su mundo como Arnold Stuart.