Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 135.
Me necesitas
Una tarde como cualquier otra durante su estancia en casa de los Coleman, Leena Klammer se acomodó en el banquillo frente al piano de Kate, y comenzó a pasar sus habilidosos dedos por las teclas pulidas y brillantes, haciendo que en conjunto lograran hacer sonar la hermosa Sonata de Claro de Luna de Beethoven, llenando todo aquel silencioso y solitario espacio de un aire melancólico y pesado.
Era agradable poder soltar sus dedos de vez en cuando, y no tener que fingir todo el tiempo que no entendía siquiera las escalas más básicas, sólo para complacer los deseos maternales de la aburrida y frígida de Kate. Aunque claro, no podía dejarse tan en evidencia, por lo que sólo podía hacerlo en ocasiones en las que se encontraba sola; o, más bien, “casi” sola. Después de recogerlos en la escuela y dejarlos en casa, Kate se había ido a la sesión con su loquera. John, por su parte, estaba metido en su estudio trabajando, tan enfocado en ello y en su música para concentrarse a todo volumen que era improbable que los escuchara siquiera gritar; y eso que se suponía que él los estaba cuidando. Y Daniel... bueno, Esther no sabía dónde estaba con exactitud, sólo que había salido por la puerta trasera en cuanto llegaron de la escuela.
«Debe estar en su casita del árbol jalándosela con su revistas» concluyó con cierto humor.
Tocar y dejar que la música fluyera por sus dedos siempre le había ayudado a pensar, y ciertamente necesitaba hacer eso justo en esos momentos. No podía negar que había sido divertido interpretar el papel de huérfana desvalida con otra familia, o que la casa y las comodidades que le habían brindado eran ciertamente un goce luego de pasar todo ese tiempo en aquel sucio orfanato con todas las mocosas llenas de pulgas. Y claro, tampoco pasaba por alto que su nuevo “papi” era un deleite a la vista; un hombre de verdad que estaba como quería, totalmente hecho a un lado ya que su esposa apenas y le ponía atención.
Lo sensato habría sido, ya que estaba al fin fuera del orfanato, tomar todo el dinero y joyas que pudiera, escaparse de ese sitio la primera noche, y ponerse en camino a California como siempre había sido su plan al querer ir a América. Deseaba ir a Hollywood, donde la esperaban la fama y la fortuna; donde personas “diferentes” como ella no eran discriminadas o ridiculizadas, sino elogiadas como estrellas… o al menos eso creía. Pero no lo había hecho, y no estaba muy segura si seguía siendo lo que quería en realidad.
Estaba cómoda ahí. Estaba segura que si jugaba bien sus cartas, podía pasar una agradable temporada ahí antes de seguir con su viaje. Lo único que tenía que hacer era deshacerse de un par de estorbos, entre ellos Kate y el estúpido de Daniel. Así podía quedarse a solas con John y ser su hija y, por supuesto, su única mujer.
Bueno, quedarse con John y claro, quizás también con…
La presencia de una persona cerca no pasó desapercibida para Esther, pero aquello no la desconcentró ni un poco. Miró por el rabillo del ojo hacia un lado, y pudo ver la cabecita de rizos dorados y los ojos saltones de la pequeña Max, asomándose por encima del último escalón que llevaba al área del piano. Al notar que se volteaba ligeramente hacia ella, la pequeña ocultó más su rostro, aunque sus risos quedaban claramente a la vista de todas formas.
Esther soltó un suspiro de exasperación y se giró de nuevo hacia el piano.
—Sabandija estúpida y molesta —soltó en alto acompañando a su melodía, lo suficiente para que cualquier otra persona en el sitio de Max pudiera escucharla, pero por suerte ella no; un pequeño regalo cortesía de su sordera.
De hecho, era también por eso que aun sabiendo que su nueva “hermanita” menor rondaba por ahí, podía tomarse la libertad de tocar así. Al no poder escuchar la melodía, ni tener conocimiento de la técnica que ésta implicaba, de seguro pensaría que simplemente estaba practicando las lecciones que tenía con su madre, sin saber que se encontraba muy por encima de lo que Kate Coleman podía enseñarle.
Al mirar de nuevo discretamente por encima de su hombro, notó que Max volvía a asomar los ojos para observarla desde su posición. Esther se preguntó qué vería de interesante de estar ahí mirándola, sin siquiera ser capaz de escuchar la canción; incluso con sus aparatos auditivos, era probable que no lograra captar más que escasas vibraciones en el aire.
Aunque claro, era bien sabido por todo amante de la música que Beethoven había sido capaz de componer la Oda a la Alegría estando ya prácticamente sordo en su totalidad. Aunque claro, él había tenido la ventaja de no haber nacido así, y de haber experimentado la magia de la música por tantos años, hasta el punto de que ésta se quedara arraigada y presente en su mente, incluso si ya no era capaz de oírla directamente. Y ese, lamentablemente, no era el caso de la pobre Max Coleman, que lo más seguro era que nunca pudiera saber cómo sonaba lo que Esther tocaba en ese momento, o cualquier otra cosa.
Una vez que terminó de tocar, separó las manos de las teclas y se estiró un poco para desentumecer los músculos de sus brazos. Esa evidentemente fue suficiente indicación para Max de que había terminado, lo que al parecer estaba esperando. Salió de su no tan brillante escondite, y se dirigió con paso presuroso hacia ella; su rostro radiaba de emoción, adornado con una amplia sonrisa que dejaba a la vista todos sus dientes de leche. Se aproximó hacia ella y se sentó en el banquillo a su lado.