Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 139.
Adiós, estúpida mocosa

La camioneta estacionada que habían visto al frente del hotel al llegar seguía siendo la mejor alternativa para huir. Sólo debía subir a Lily a la parte trasera y así ambas podrían partir hacia el este sin mirar atrás. Pero antes de eso, debía encontrar las llaves del vehículo. No las había visto cuando registró la recepción en busca de las llaves de los cuartos y la bodega, pero eso no le impidió a Esther volver para poner todo patas arriba con tal de encontrarlas.

Tras inspeccionar y desacomodar todo en la recepción, no le pareció que las llaves pudieran estar ahí. Sólo dio con algunos recibos y facturas, copias de identificaciones de pasados huéspedes, y un libro de registro con nombres, fechas y notas. Le sorprendió un poco ver que estas últimas no estaban escritas en inglés. Y aunque le resultaba conocido, no identificó en un inicio de qué lenguaje se trataba. No era estonio, ni alemán, ni ruso, que junto con el inglés eran los lenguajes que más conocía. Quizás era danés, o sueco.

Aquel hallazgo trajo de inmediato a su memoria el hecho de que había captado un pequeño acento acompañando las palabras de Owen la primera vez que lo escuchó hablar. ¿De dónde habrá sido originario?

Unos sonoros golpecitos contra el cristal de la puerta de entrada la hicieron sobresaltarse y ser arrancada de su cavilación. Al alzar la mirada, divisó la figura de un hombre de pie al otro de la puerta, que tocaba con sus nudillos y se asomaba hacia el interior.

Esther tuvo un primer impulso se esconderse bajo el mostrador, pero sería inútil. Era obvio que ya la había visto, y esto se hizo más evidente cuando le llegó su voz opacada por el cristal.

—Oye —pronunció en alto aquel hombre—. Oye tú… Sí, tú.

El hombre le hizo un ademán con su mano para que se aproximara a la puerta, pareciendo más una orden que una petición.

Esther soltó una maldición silenciosa e intentó pensar rápidamente en algo. Llevó discretamente una mano a su espalda, rozando el mango de su pistola oculta. Esperaba en verdad no tener que usarla; eso sólo agregaría una complejidad adicional a esa situación, que ciertamente no necesitaba.

Con cara apacible y desubicada, Esther avanzó hacia la puerta de cristal y se paró delante de ésta, sin abrirla. El hombre pareció ciertamente confundido, quizás al mirarla de tan cerca y notar que se trataba de una (aparente) niña.

—¿Trabajas aquí? —le cuestionó a través del cristal, pero Esther no le respondió—. ¿Tienen cuartos? —Siguió callada—. Oye, ¿qué no me escuchas?

Esther permaneció en silencio unos segundos más, y entonces pronunció en alto:

Ole vait, sitapea.

—¿Qué? —exclamó el hombre totalmente confundido.

Mine ja keppi ennast —añadió Esther con una amplia y amistosa sonrisa.

—¿Qué maldito idioma es ese? —soltó el hombre, exasperado—. ¿No hablas inglés?

Mind ei koti, perseauk.

—Ay, olvídalo —espetó molesto, agitando una mano con desdén en el aire. Acto seguido, se dio media vuelta y se dirigió presuroso de regreso a su vehículos—. Estúpidos migrantes.

Esther permaneció de pie delante de la puerta, despidiéndolo con una sonrisa e incluso agitando una mano en el aire. En cuanto el vehículo se alejó, su sonrisa desapareció en el acto.

—Idiota —susurró por lo bajo.

Librado ese pequeño inconveniente, pudo volver sin más demora a la búsqueda de las llaves. Ya que en la recepción no había encontrada nada, el siguiente lugar más obvio era la oficina trasera. Revolvió todas las gavetas del escritorio, hasta que las encontró: un pequeño manojo con apenas la llame de encendido, y un control remoto para para la alarma.

—Bingo —susurró con moderado entusiasmo, y se apresuró de inmediato hacia la salida para probarlas. Debía revisar si en efecto eran las llaves, y si el vehículo tenía combustible.

Antes de salir al exterior, verificó que en efecto aquel odioso individuo se hubiera ido, y que no hubiera ningún otro ojo fisgón. Corrió entonces presurosa hacia la camioneta, y oculta tras un costado de ésta, probó el control de la alarma; éste funcionó. Notó como las luces parpadeaban, y escuchó los seguros abrirse.

—¡Sí! —exclamó emocionada, y rápidamente abrió la puerta del conductor y se acomodó en el asiento. Tendría que ver la forma de acomodarlo todo a su tamaño, pero de momento lo importante era verificar que encendiera. Así que colocó la llave en el encendido, la giró y logró escuchar un intento ahogado de iniciar la marcha, pero no más—. Maldición —susurró bajo, e hizo un segundo intento, obteniendo el mismo resultado. El auto no encendía.

Echó un vistazo al indicador de la gasolina en el tablero. Como se lo temía, estaba totalmente vacío.

—¡Maldita sea! —exclamó furiosa, golpeando el volante con una mano.

Cuando llegaron, recordaba haber visto una gasolinera más adelante en la carretera. Podría aventurarse a ir hasta allá con un bidón y volver con un poco de gasolina. Sin embargo, sería difícil que los trabajadores de aquel lugar no se cuestionaran qué hacía una niña sola en ese sitio buscando gasolina, y que intentaran inmiscuirse más de la cuenta en el asunto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.