Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 06. La Huérfana

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 06.
La Huérfana

La larga limosina negra, recién lavada y encerada, avanzaba a ritmo reservado por aquel barrio bajo del sur de Los Ángeles. Desde que salieron de la avenida principal para comenzar a adentrarse entre las calles, la apariencia de los edificios y las banquetas parecía irse degradando poco a poco. El conductor, con el estereotipado traje de saco, pantalón y corbata negra, además de una boina de chofer a juego, se encontraba visiblemente nervioso. Rastros de sudor hacían que su frente y nariz brillara. Tenía sus manos aferradas al volante, y constantemente miraba por los espejos retrovisores para cerciorarse de que nadie los siguiera, o no hubiera nadie sospechoso cercano.

Por el contrario, su pasajero en el asiento trasero no sólo se veía tranquilo: parecía fascinado. El joven, de quizás dieciséis o diecisiete años, miraba por la ventana que tenía a su diestra, admirando las banquetas sucias, los grafitis en las paredes, y las personas de apariencias singulares. Era ya cerca del atardecer, y poco a poco conforme todo se volvía más oscuro, parecía como si el ambiente del lugar se ajustara y modificara de acuerdo a ello.

Del cuello del joven colgaba una cámara profesional, negra, limpia y reluciente, casi como nueva. Cuando veía algo lo suficientemente interesante en el camino, sin menor miramiento alzaba la cámara, la colocaba frente a su rostro, y tomaba una foto desde el auto en movimiento. Retrató sin problema a unos chicos jugando basquetbol en una cancha pública. A un hombre corpulento y tan alto que quizás le doblaría la estatura, de sudadera oscura, con sus manos ocultas en los bolsillos de ésta; estaba de pie en la banqueta, con sus audífonos puestos, y sin hacer nada más que esperar. Tomó otra foto más de una jovencita con un traje de enfermera blanco, aunque algo opaco en partes, que caminaba apresurada por la banqueta con la mirada baja, como si no quisiera voltear a ver absolutamente a nadie en su recorrido a la parada del autobús.

Pero lo que más abundaba, y lo que más lograba captar con su cámara, eran mujeres. Mujeres con atuendos pequeños, tacones altos, cargado maquillaje, y peinados llamativos. No todas tenían todo eso al mismo tiempo, pero si al menos dos. Todas paradas en algún punto de la banqueta, sin hacer nada más que esperar, al igual que el hombre de la sudadera negra, aunque de seguro no esperando lo mismo.

Notó que varias de esas chicas volteaban a ver su vehículo de reojo. Eso no era raro. Lo que sí lo era, es el hecho de que ninguna parecía sorprendida, asustada o extrañada por su presencia.

Claro, se suponía que ese sitio era el tipo de lugar al que las personas de "bien" no iban. El tipo de sitio en donde personas respetables y buenas de la sociedad, nunca ponían ni un sólo pie. Pero eso no era más que un mal chiste, ¿no? Más de una de esas supuestas personas de bien, ponían más que sus pies por esos lares, y eso lo sabía. Por lo mismo, más que sorprenderse, esas chicas de seguro lo esperaban. Esperaban a que esa elegante limosina se orillara justo al lado de ellas, la ventanilla trasera se abriera, y un hombre sacara su cabeza por ella, sacudiendo un fajo de billetes entre sus dedos.

Ese era, en realidad, la clase de sitio al que personas con vehículos indiscretos como ese, iban en busca de diversión discreta para esas horas. Una divertida discrepancia, opinaba él.

—¿No es fascinante, Billy? —cuestionó el chico, un instante después de haber tomado una fotografía.

—¿Señor? —murmuró el conductor, volteándolo a ver confundido por el espejo. El joven se apartó de la ventana y se acomodó en su asiento, pero no retiró sus ojos del exterior.

—¿Cuánto tiempo tardamos en llegar hasta aquí?

—Cuarenta minutos, señor; por el tráfico.

—Cuarenta minutos, por el tráfico —repitió despacio, como si decirlo en voz alta hiciera que ello tuviera mayor sentido—. Eso es lo que separa el sitio más lujoso y luminoso de esta ciudad... de esto. Para muchos sería bastante. Pero si lo pones en perspectiva con las distancias que separan países enteros, ¿no es de hecho bastante poco?

El chofer no respondió nada, y él tampoco esperaba que hiciera.

Continuaron por cerca de un minuto más. Tras dar vuelta en una esquina, el número de esas mujeres en la calle parecía ser relativamente mayor. Ese debía ser el lugar indicado.

—Detente aquí —le indicó al conductor con tono de orden, inclinándose ligeramente hacia el frente. El hombre obedeció, acercando el vehículo a la acerca.




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