Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 160.
La Cosecha
Había días en los que la niña odiaba vivir en aquella casa, prácticamente escondida en aquel bosque pantanoso, aislados gran parte del tiempo del resto de la ciudad.
Y no era el estar rodeados de árboles o del río lo que le molestaba; había llegado a incluso apreciar todo aquel escenario como suyo.
Tampoco la casa vieja, desordenada y sucia; bien o mal ella hacía el esfuerzo por mantener todo lo más ordenado que podía, incluso de lavar los platos y tirar la basura cuando nadie más lo hacía.
No le molestaba tampoco el tener tan poca ropa, tan pocos juguetes, o tan poco de todo en realidad que pudiera llamar “suyo”. No era una persona avariciosa, y sabía darle la importancia a cada pequeña cosa que llegaba a sus manos.
Lo que realmente no le gustaba a la niña de vivir ahí, era la soledad. La sensación de ser invisible, de que nadie la veía, nadie le hablaba, y a nadie le importaba en realidad. No sólo estaba la mayor parte del tiempo lejos de cualquier otro habitante del pueblo, sino que a pesar de vivir con su madre y su hermano, estos casi siempre se las arreglaban para ignorarla, o a lo mucho hablarle con la indiferencia y desdén con la que le hablarían a cualquier animal salvaje, famélico y pulgoso que se acercara suplicando por comida.
La niña se esforzaba por ganarse el cariño de su madre y su hermano. Limpiaba y arreglaba la casa lo mejor que le era posible a sus once años. Obedecía sin chistar cada instrucción que le daban, no hablaba si no le pedían que lo hiciera, no comía más de lo necesario ni pedía más, aunque se quedara con hambre. Si le decían que no hiciera algo, no entrara a cierto sitio, no molestara, o incluso que simplemente se quedara de pie en un lugar sin moverse, ella sólo agachaba la cabeza y lo hacía.
Quería ser una buena hija y una buena hermana. Sin embargo, nada parecía ser suficiente para ellos. Su familia solamente hacía lo mínimo indispensable para mantenerla viva, y poco más. Era probable que prefirieran tener un perro, pero en su lugar la tenían a ella.
Cada cierto tiempo, una vez al mes más o menos, el aislamiento de su hogar menguaba un poco por la visita repentina de varias personas del pueblo. Algunos iban tan seguido que ya había aprendido a reconocerlos; por ahí veía al alcalde Brooks, al Sheriff Cade, y al profesor Doug, maestro de ciencias de la escuela. Pero siempre iban más; un poco menos de diez personas por vez. Todos ellos la trataban igual, pasando de largo a su lado, la mayoría sin mirarla siquiera. El único que le mostraba un poco de amabilidad era el profesor Doug, que le sonreía de esa forma tan radiante, la llamaba por su nombre, y a veces incluso le acariciaba su cabeza de cabellos rubios de forma cariñosa.
A la niña le agradaba el profesor Doug. A veces se imaginaba que al fin le permitirían ir a la escuela, y ahí él la protegería y enseñaría; casi como un padre debería hacer, o al menos como ella se lo imaginaba.
Siempre que aquellas personas iban a la casa, su madre y Brody, su hermano, le ordenaban salir a alimentar a las gallinas, a jugar afuera, o lo que fuera; cualquier cosa para que la mantuviera lejos mientras atendían a sus invitados. Y la niña, tan complaciente como siempre había sido, obedecía sin decir nada, y pasaba el siguiente par de horas entreteniéndose con lo que pudiera.
Su madre, su hermano, y sus visitantes se dirigían todos al sótano, uno de esos sitios que ella tenía prohibido pisar, y pasaban todo ese rato ahí. ¿Qué hacían?, la niña no lo sabía, y por supuesto que le daba curiosidad. Pero si su madre no decidía decírselo, no le correspondía a ella preguntarlo.
Aquello no siempre era tan malo, en especial cuando Maudie iba. Era la hija del peluquero, el Sr. Forest. Era un año y medio mayor que ella, una niña alta, de cabellos de fuego muy rizados y pecas. Era robusta y fuerte, además de lista. Al parecer nunca había alguien que pudiera cuidarla en casa, así que le tocaba acompañar a su padre y a su hermana mayor a esas reuniones. Le daban casi siempre la misma instrucción que a ella: que se quedara afuera, así que inevitablemente les tocaba pasar el tiempo juntas.
A la niña le agradaba el profesor Doug, pero amaba a Maudie. Era lo más cercano que podía llamar a una amiga. Jugaban juntas al escondite por el bosque, que por suerte la niña conocía muy bien. Correteaban a las gallinas, exploraban, y en un par de ocasiones se aventuraron hasta el río ellas solas. Maudie a veces le traía dulces, mismos que la niña miraba con sus ojos desorbitados como si viera la joya más preciada del mundo. Se sentaban a la sombra de alguno de los árboles cercanos a la casa, y la niña hablaba y se expresaba como no lo hacía casi nunca, al estar casi siempre en presencia de su madre y su hermano.
Las visitas de Maudie eran los momentos más felices para la niña.
Hasta que un día, Maudie ya no fue.
El Sr. Forest y su hija mayor se presentaron, pero Maudie no fue con ellos. Y no lo hizo la vez siguiente, ni la vez siguiente… Y fue entonces, yendo contra la instrucción de su madre, que la niña se aventuró a acercarse al peluquero mientras se marchaba, y le preguntó directamente por ella. El hombre se giró a mirarla, destilando completo desprecio en sus ojos. Rodeó a su hija mayor con un brazo, casi protector, y soltó al aire de forma desdeñosa: