Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 161.
Consistorio Extraordinario
El avión del padre Jaime Alfaro aterrizó en Baton Rouge poco después de las ocho de la noche. El cielo estaba totalmente nublado, sin ninguna estrella visible en el firmamento. Había estado amenazando casi todo el día con soltar una fuerte tormenta, pero en general sólo hubieron lloviznas esporádicas que dejaron el pavimento húmedo, y una sensación casi sofocante en el aire.
Desde el aeropuerto, el sacerdote tomó un taxi que lo llevó hacia su destino final, una bonita casa residencial de dos pisos y cerca de madera, a cinco minutos de la Universidad Estatal de Luisiana. El taxi se estacionó justo frente a la casa y, tras pagar su cuota, Jaime se bajó del vehículo, y camino con cuidado por el jardín de césped verde hacia la puerta principal. Parecía un barrio agradable, aunque algo silencioso, pese a que aún no era tan tarde. Quizás el clima impredecible había obligado a todos a refugiarse temprano en sus casas.
Una vez en el pórtico de la casa, y después de limpiarse un poco los zapatos en el tapete delante de ésta, Jaime presionó el timbre, que resonó como una campanilla en el interior. Un par de minutos después, la puerta fue abierta por su anfitriona de esa noche.
—Buenas noches —saludó el sacerdote a la mujer que le había abierto, retirándose su sombrero con cortesía—. ¿Profesora Winter?
La mujer en la puerta le sonrió con amabilidad. Tenía su cabello rubio oscuro sujeto detrás de su cabeza con una cola de caballo, y usaba una blusa holgada y casual; ideal para estar cómoda, considerando el vientre abultado que se notaba discretamente debajo de la blusa.
—Padre Alfaro —murmuró la mujer, no como una pregunta si no como una afirmación—. Bienvenido, pase.
Se hizo en ese momento a un lado, dejándole el camino libre.
—Se lo agradezco —pronunció el sacerdote con gentileza, mientras ingresaba con paso cauto hacia el interior—. Qué acogedora casa.
—Muchas gracias —le respondió la mujer, cerrando con cuidado la puerta de nuevo.
Desde el recibidor, los oídos del padre Alfaro captaron el sonido de un televisor encendido en la estancia a unos cuantos metros de él; voces animadas y sobre actuadas, acompañadas de algunas risas grabadas y música divertida. Un show infantil, supuso. E igualmente supuso que la otra persona que había ido a conocer esa noche, debía estar en esa dirección.
Jaime se sintió tentado en encaminarse directo para allá, pero tuvo la sensatez de esperar y acatar lo que su anfitriona le indicara.
—¿Gusta un poco de té? —le preguntó justo en ese momento la mujer en cuestión a sus espaldas.
—Un café estaría bien, si no es mucha molestia. Sin azúcar.
—¿No es un poco tarde para café? —comentó ella a su vez, un tanto confundida. Jaime soltó una pequeña risilla nerviosa.
—Quizás, pero en realidad no espero dormir mucho esta noche —aclaró—. Traigo aún el horario de Roma, después de todo.
—Un café, entonces —accedió su anfitriona—. ¿Pasamos a la cocina?
La mujer se encaminó hacia el lugar designado que, como Jaime bien supuso, era justo en la dirección contraria a la estancia con la televisión. Así que le tocaría aguardar un poco más, quizás aprovechar para saber más de primera mano con qué estaba por encontrarse, antes de ir de frente. Así que sin chistar, la siguió hacia la cocina.
Al avanzar por el pasillo, se cruzó con una pared de la cual colgaban algunas fotografías, en las cuales la persona más recurrente era, por su puesto, su anfitriona, la profesora Katherine Winter, famosa antropóloga y teóloga de la Universidad Estatal de Luisiana. Pero también había dos rostros que se repetían de vez en cuando en aquellos cuadros: un hombre y una niña.
Jaime no tardó en teorizar de quienes se trataba. Por supuesto, se había enterado de lo que había ocurrido con su esposo y su hija en su última misión en Sudán. Una verdadera tragedia; de esas que te hacían perder la fe…
Al llegar a la cocina, Jaime tomó asiento en la pequeña mesa redonda, mientras la profesora le preparaba su café.
—Tenía muchos deseos de conocerlo —comentó Katherine, mientras el agua hervía y ella echaba unas cucharadas de café instantáneo en una taza—. El padre Costigan hablaba muy bien de usted.
—También de usted, profesora —indicó Jaime, sonriente—. Era un buen hombre. Terrible lo que le ocurrió.
—Sí… terrible —masculló la Katherine en voz baja, y su rostro se ensombreció notablemente al instante.
Las circunstancias de la muerte del padre Costigan, su amigo en común, resultaban aún extrañas, pero todo apuntaba a que había sido un terrible accidente; un incendio provocado por alguna vela caída sobre unos libros en su celda de retiro. Algunos, claro, apuntaban a algo más. Pero para Jaime, y como determinaba su puesto, la mayoría del tiempo si se podía explicar una tragedia como un simple accidente, no había caso en darle más vueltas.
Katherine vertió el agua en la taza, la revolvió con el café, y unos segundos después se aproximó a la mesa con la taza humeante, y la colocó delante de su invitado. Jaime la tomó y la acercó a su rostro, percibiendo un poco su aroma, antes de dar un primero sorbo. No era una maravilla; era difícil para él encontrar un café verdaderamente bueno en esa parte del mundo, en especial siendo instantáneo. Pero cumplía su cometido, aunque le hubiera gustado ponerle un poco del contenido de su licorera para darle más cuerpo, pero no quería que la profesora Winter se llevara una mala impresión de él tan rápido.