Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 163. Cierto Grado de Escepticismo

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 163.
Cierto Grado de Escepticismo

El vehículo en el que viajaban el padre Alfaro y la pequeña Loren de trece años, se abrió paso por las estrechas calles de Roma, hasta estacionarse justo frente al convento de Santa María de los Ángeles. La niña se asomó por la ventanilla para ver el edificio de fachada algo vieja y desgastada (antes de la restauración que se le daría años después), aunque la escasa luz de luna de esa noche no le permitía ver mucho en realidad. Aun así, percibió aquel sitio con cierta familiaridad, como si se tratara de un lugar ya conocido para ella, a pesar de que era la primera vez que estaba en Roma; con más razón tenía que ser la primera vez que veía aquel sitio, sin duda alguna.

Jaime se bajó primero, y galante como sólo un hombre chapado a la antigua como él podía ser, rodeó el vehículo para abrirle le puerta a su joven acompañante. Incluso le ofreció una mano para ayudarla a bajar, aunque resultaba innecesario.

Lloviznaba un poco, aunque era más una brisa que otra cosa. Aun así, Jaime abrió un paraguas sobre su cabeza para que no se mojara, y la ayudó a dar un saltito para evitar pisar un charco que se había formado entre los adoquines de la acera. En su otra mano el sacerdote jalaba la pequeña maleta color rosado que llevaba las pocas pertenecías que Loren había tenido permitido llevar consigo, pues le habían indicado que viajar ligero era lo mejor.

Avanzaron lado a lado hacia la puerta de madera, y Alfaro jaló la cuerda desgastada para hacer sonar la campana que servía para anunciar la presencia de un visitante en la puerta.

—¿No tienen timbre? —preguntó Loren en voz baja con curiosidad.

—Creo que no tienen electricidad en lo absoluto —le susurró Jaime sólo para sus oídos, aunque eran los únicos ahí.

Loren intentó ocultar el fuerte impacto que esas palabras le provocaron. Estaba entonces de más que preguntara si acaso tenían televisión…

La puerta se abrió luego de retirar los pesados candados, y del otro lado apareció una mujer de baja estatura, complexión robusta y rostro redondo, ataviada en hábito de monja de café y blanco. En su mano sostenía una lámpara de aceite que mantenía elevada a la altura de su rostro para iluminarlo. Jaime le saludó con un pequeño ademán de su cabeza, y la monja le regresó el mismo gesto. Luego se giró hacia la pequeña a su lado.

—Loren, ésta es la hermana Valentina de la Cruz, la madre superiora de este convento. Ella estará a cargo de cuidarte durante los siguientes meses.

La niña se giró a mirar a la mujer, que de hecho no era mucho más alta que ella, por lo que no tenía que verla tan hacia arriba. Ésta le sonrió, pero de una forma que a Loren no le pareció del todo gentil, sino más bien incomoda.

—Hola, Loren —masculló la monja en voz baja, casi como si temiera despertar a alguien si alzaba aunque sea un poco más la voz—. Bienvenida a Santa María de los Ángeles. Las hermanas te ayudarán a instalarte.

La madre superiora se hizo a un lado, y Loren se percató de que no venía sola, sino acompañada de otras dos monjas vestidas como ella, aunque se veían más jóvenes. Cada una con su respectiva lámpara.

Loren sintió de pronto una punzada de angustia, e instintivamente aferró una mano contra la de Jaime que sujetaba la manija de su maleta.

—Está bien, puedes confiar en ellas —le aseguró Jaime con voz suave y afable. Se soltó con delicadeza de su agarre, y colocó su mano sobre la cabeza de la pequeña—. Yo vendré a verte cada vez que pueda, ¿de acuerdo?

Loren lo miró de regreso con sus ojos azules bien abiertos, y se limitó sólo a asentir como respuesta. Tomó entonces ella misma la manija de su maleta, y avanzó hacia la puerta, arrastrando su equipaje detrás de ella. Pasó a lado de la madre superiora y se reunió con las otras dos monjas. Éstas la saludaron, pero la niña permaneció en silencio. Las tres no tardaron mucho en avanzar y perderse entre las sombras que envolvían el interior del convento.

—Es un poco callada —señaló a madre Valentina.

—Sólo requiere tomar confianza para que suelte su lengua —señaló Jaime, casi con humor.

—En verdad no creo que este sitio sea el ambiente adecuado para una niña tan pequeña.

—Sólo será por unos meses —recalcó el sacerdote—. Luego la iremos rotando entre diferentes conventos, para que no se quede mucho tiempo en un sólo sitio.

—Eso es incluso un poco peor —suspiró la madre con cierto desasosiego—. Padre, ¿en verdad ella… es tan especial como dicen?

Jaime sonrió, pareciendo a la escasa luz de la luna y de la lámpara de aceite casi divertido por la pregunta.

—Dejaré que usted misma lo averigüe y lo juzgue —le respondió con voz criptica, algo que al parecer no le agradó mucho a la monja. El semblante de Jaime adoptó entonces un aire más serio—. Pero pase lo que pase, protéjala, madre. Es en estos momentos es el tesoro más preciado que tiene nuestra Iglesia.

* * * *

El Vaticano recibía a diario miles de visitantes de todas partes del mundo. Era fácil para cualquiera perderse y mezclarse entre todo ese mar de personas que caminaban bajo el sol de la tarde por la Plaza de San Pedro; o ingresaban en fila a la Basílica; o admiraban por dentro y por fuera la Capilla Sixtina; o tomaban fotos y videos de estos y de todas las maravillas arquitectónicas y artísticas que este recinto tenía para ofrecer.




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